En el presente siglo, los regímenes que van más allá del autoritarismo, tienen por empeño desprestigiar la memoria histórica, no sólo al distorsionarla u omitirla, sino al combatirla como una ociosa afición por la antigüedad. Terrible, se ha impuesto una versión supersimplificada de las realidades por siempre gratuitas, espontáneas, novedosas y, decididamente, estéticas.
Toda experiencia y trayectoria, resultan políticamente demeritadas, naftalínicamente inútiles, porque – además – obstruye o impide la explosión de creatividad del novicio que, por serlo tan genuinamente, mejor dispuesto al trabajo, no está contaminado por los más variados intereses. Hoy, quienes envejecen en el poder, todavía estimulan y promueven el constante reciclaje protagónico de la oposición víctima de una radical informalidad e improvisación, donde sólo los hechos de fuerza son estructurantes.
Los médicos venezolanos tan perseguidos en medio de la pandemia a las que se les prohíbe denunciar, además, propensos a emigrar, lucen prescindibles, porque – después de la invasión médica y no tan médica de los cubanos – se ha arraigado la convicción de que cualquiera puede curar al otro, al igual que alguno puede devengar grandes cantidades de dólares, sin importar la procedencia, siendo tan innecesaria la preparación, los estudios, los méritos. Por consiguiente, todos podemos ejercer a cabalidad el oficio político, aunque no se tenga la vocación, el talento y la destreza, caso que deriva por lo general en un modo ilegítimo de enriquecimiento personal.
A muy pocos, les interesa el pasado, ya que, trastocada en una fórmula aparentemente infalible, todos nacen aprendidos tratándose de profesiones tan delicadas como la de la medicina y la política. Nos lo preguntaron en días pasados y respondimos: cuando hemos tenido tiempo, procuramos leer aquellas memorias o autobiografías que sirven de escuela y, puestos a elegir, en una conexión virtual con jóvenes que, en no poca medida, se encuentra en el exterior, dimos cuatro nombres claves de nuestra preferencia.
Respecto a Venezuela, creemos imperdibles dos obras extraordinarias con independencia de las posturas políticas e ideológicas de los autores: “Escrito de memoria” de Laureano Vallenilla Lanz (Planchart) de 1961, e “Ida y vuelta de la utopía” de Héctor Rodríguez Bauza de 2015, envidiablemente bien escritas, incluso, con sentido de humor e, intentándose equilibrados, dan cuenta de una extraordinaria vivencia personal. En relación a los aportes foráneos, “Memorias políticas y de guerra” de Manuel Azaña (1967), décadas después complementadas con otras notas recuperadas, cuyo drama nos afectó profundamente al leerlas por primera vez, como “Mis memorias” de Henry Kissinger, tomo de 1979, con un rigor de cuño académico que fácilmente nos imponen de las altas responsabilidades que desempeñó.