Durante la era de la URSS, las religiosas que lo habitaban fueron enviadas a Siberia. Ahora, sus herederas transformaron el claustro en un patio de juegos para los niños de las familias que llegaron huyendo de las tropas de Putin.
Por infobae.com
Las monjas de la Congregación católica Griega de las Hermanas de Sagrada Familia se encuentra a 100 kilómetros de Lviv, y hoy es hogar para desplazados internos ucranianos. El monasterio en sí mismo simboliza la resistencia, fue construido después de la independencia de Ucrania a principios de 1990. El monasterio anterior había sido cerrado por las autoridades comunistas mientras existía la Unión Soviética, y las monjas fueron enviadas a Siberia.
“Todas nuestras oraciones ahora se centran en la paz en Ucrania, por nuestros soldados, por las personas inocentes que murieron, que fueron asesinadas”, dijo la hermana Dominica, la monja principal.
Previo a la guerra, las 17 hermanas vivían una vida tranquila mientras cumplían con sus tareas religiosas y trabajo caritativo pero también su cultivo de hongos, hacían pasta casera y pintaban iconos para decorar la capilla. Ahora, corren detrás y a la par de niños, brindando apoyo y asesoramiento a sus madres, mientras cocinan todos los dias para sus invitados.
“Todo en el monasterio se centra alrededor de la oración y el orden”, explicó la hermana Dominica. Pero cuando comenzó la invasión rusa, les dijeron a los funcionarios locales que podían albergar hasta 50 personas desplazadas. “Ajustamos el horario de oración y trabajo a la gente”, dijo.
Muchos de los niños ya entraron en confianza y ahora ríen y abrazan a las monjas, dias después de llegar traumatizados. “Al principio, eran un poco cerrados. Este es un lugar nuevo para ellos. Vinieron de ciudades donde (hay tiroteos), donde hay sirenas (ataques aéreos) constantes”, dijo. De todas maneras, en este entorno pacifico las monjas aun reciben alertas de ataques en sus celulares y avisan al resto de los residentes haciendo sonar las campanas del monasterio, un sonido menos traumático que las fuertes sirenas de las ciudades y dirigen al resto de la gente al sótano.
Tras la llegada de los nuevos invitados, improvisaron una capilla decorada con una pintura de Maria, el niño Jesus, una vela y una gran cruz hecha de ramas. En el sótano, se alinean colchones, mantas, y bancos. Una de las paredes tenia escrito con tiza “The Prodigy”, en homenaje a la banda británica de electronica.
Pero incluso cuando no hay sirenas, los niños usan felizmente el cavernoso espacio subterráneo.
“Jugamos y leemos oraciones”, dijo Rostyslav Borysenko, un niño de 10 años que huyó de la asediada Mariupol con su madre. “Nos ayuda.”
Su madre todavía espera ansiosamente noticias de familiares y amigos que no pudieron escapar de Mariupol o que fueron evacuados a áreas del este controladas por separatistas respaldados por Rusia. A pesar de estar a miles de kilómetros del frente, la conversación en la mesa giraba principalmente en torno a la guerra.
Mientras las familias parten el pan en el comedor, las monjas cenan separadamente en la biblioteca, en una mesa larga bajo un cuadro de la Última Cena. Entre ellos se encuentra la hermana Josefa, de 44 años, que fue evacuada de un monasterio de Kiev el primer día de la guerra.
“Es difícil dejar el lugar donde vivías”, dijo. “Aunque puedo vivir aquí… mi corazón está allí. Y estoy esperando para volver”.