En mi escuela primaria había una niña que alardeaba de que su padre estaba de misión en Nicaragua. Una vez apareció con una sofisticada bolsa para llevar la merienda y otra con unas hebillas de pelo de color llamativo que aquel asesor militar le enviaba desde Managua. En mi mente infantil, ese país era un lugar de uniformes verde olivo y mercados bulliciosos, el destino de los revolucionarios elegidos para pelear y comprar pacotilla.
El padre de esa niña regresó un par de años después cargado de maletas y cajas. Se mudaron a un barrio más acomodado y un día lo vi en la televisión durante un acto de entrega de medallas. Aquel hombre probablemente no vio ni de lejos un combate pero se presentaba diciendo “estuve de misión en Nicaragua” y era más que suficiente para abrirle puertas y encandilar a los que nunca habían salido de la Isla.
Los años pasaron y esta semana supe que el nieto de aquel “internacionalista proletario” acaba de salir de Cuba a través de la ruta nicaragüense. A diferencia de su abuelo, el joven tuvo que acumular dólar a dólar para pagar la elevada suma que ahora piden por un boleto hacia “el país de los volcanes”. Pasó un par de noches en un hotel y a la mañana siguiente lo esperaba el coyote que lo guiaría en el primer tramo de su ruta hacia el norte.
Solo paró en un mercado de Managua para comprar algo de comida y una tarjeta telefónica, evitó todo lo que pudo a cualquier uniformado y cuando cruzó la frontera con Honduras escribió a su madre: “primer paso logrado”. La tierra que provocó tantas anécdotas, que escuchó en la mesa familiar, solo fue un trampolín para acercarse a su sueño de vivir en Estados Unidos. La nación que su abuelo señalaba con orgullo en un mapa y los trovadores mencionaban en sus combativas letras, apenas pasó por la retina del joven obsesionado con otras latitudes.
En unos 40 años el significado del nombre Nicaragua dio un giro de 360 grados en Cuba. Si en los años 70 y 80 aquel país parecía el camarada que en este hemisferio iba a continuar, con su propia impronta, la huella trazada por el modelo cubano; hoy es visto como un país de paso del que hay que salir a toda velocidad. Daniel Ortega, pintado entonces por la propaganda oficial como un joven rebelde y progresista, ahora es un dictador casposo del que sus propios ciudadanos huyen.
“Las fronteras se besan y se ponen ardientes”, repetía entonces un cantautor cubano. Y sí, se siguen besando pero no para expandir ninguna llama revolucionaria ni para que “el águila” norteamericana alce el vuelo hacia otra parte, sino para poner tierra de por medio entre los cubanos y el país donde nacieron pero en el que no se ven creciendo o envejeciendo.
Nicaragua ha pasado a ser sinónimo de huida. Para los nietos de aquellos militares cubanos que acumularon méritos y mercancías en Managua, el nombre de Augusto César Sandino es solo el del aeropuerto donde aterrizan tras fugarse de esta Isla.
Este artículo fue publicado originalmente en 14ymedio el 11 de abril de 2022