De los muchos milagros y sanaciones atribuidas al maestro Jesús de Nazaret, el mayor aporte que ha podido ofrecer a la humanidad ha sido, desde nuestro parecer, el reconocimiento que hizo de la mujer y lo femenino como naturalezas trascendentes y de importancia en la sociedad.
Cierto que para asumir semejantes principios y practicarlos, para aquellos tiempos, había que estar muy convencido de ello al ver a la mujer como ser humano igual y de infinitas potencialidades. No solo convencido, también un tanto fuera de lo normal al conocer la serie de actos que en apenas tres años llevó a cabo con la ayuda de poco más de 12 personas. La mayoría de ellos analfabetas, toscos, ignorantes del mundo y lo mundano y dedicados apenas a la sobrevivencia del día a día. Salvo María de Majdala, hija de un acaudalado comerciante y quien conocía varios idiomas, sabía sumar y restar, o Mateo el publicano y recaudador de impuestos, el resto del grupo cercano a Jesús provenía de familias pobres y absolutamente anónimas.
Que Jesús se retirara cuarenta días para vagar por el desierto, abstenerse de ingerir alimentos y hasta dejar de tomar agua, no parecen actos de un hombre ‘normal y corriente’. De hecho, no lo fue. Y no lo fue al saberse que ‘habló’ con el propio Satanás y no se dejó tentar por sus ofrecimientos (¿desdoblamiento de personalidad? ¿Alucinaciones? ¿Esquizofrenia?).
Lo cierto es que después de poco más de dos mil años la figura de semejante maestro espiritual sigue cautivando a gran parte de la humanidad. Como él, antes, ahora y después, los seres ‘no normales’ son aquellos de quienes las sociedades han aprendido y modelado, virtudes y defectos, para avanzar en el misterio de la vida.
Creer o no que este hijo de una familia perteneciente a un grupo social medianamente alto, los artesanos (su ‘padre’ José era respetado en el gremio de los carpinteros), y descendiente de un linaje ancestral, de la casa de David, con bienes de fortuna, como animales de transporte y quienes podían usar calzado, tuvo un aprendizaje particular, pues sabía leer y escribir, sumar y restar, además de acceder a las lecturas de las santas escrituras de la religión judía, por lo tanto; un representante ejemplar de la cultura hebrea y quien respetaba dichas leyes. Fue él quien se enfrenta a su propia sociedad y al poder que ella representa institucionalmente, los sacerdotes del Sanedrín, encabezados por José ben Caifás y su suegro, Anás.
No es normal que nada o poco sepamos de sus primeros treinta años. Apenas por documentos crípticos, como los Evangelios Apócrifos, el Libro de Urantía, los escritos (rollos del Mar Muerto) de la secta de los Esenios (sanadores y ascetas que curaban enfermedades físicas y espirituales, quienes vivían en cuevas) se conoce parte de los años de niñez, adolescencia y juventud de este maestro perfecto. Tampoco de su primo, el maestro Juan dicho El Bautista se sabe mucho. Ni del maestro espiritual de ambos, el llamado Maestro de Justicia.
Lo cierto es que, en las prácticas sanadoras y reuniones espirituales de Jesús, la presencia de la mujer era constante y de permanente participación, rasgo que por tradición se permitía entre los esenios o de quienes practicaban los principios de esta ancestral secta.
La familia de este singular maestro espiritual, por sus prácticas, estaba cercana a los llamados Hijos de la Luz, especie de monjes que se distinguían por practicar el ascetismo, la verdad, la plenitud amorosa, la humildad, la solidaridad, la fe, el respeto a las leyes y la justicia, entre otros principios, además de socorrer a los enfermos y desvalidos, auxiliarlos y sanarlos.
La vinculación de Jesús con mujeres, desde su cercanía con su propia madre, María, Juana, Marta, y su relación de amor y pasión con María de Majdala, a quien indicó en varias oportunidades responsabilidades que asombraron y enardecieron a varios de sus discípulos, como pedirles que estuvieran bajo la supervisión de esta discípula para que les enseñara a aprender a leer y escribir, es una muestra del interés de este hombre especial por el respeto irrestricto a la mujer y su confianza en sus saberes espirituales y conocimientos intelectuales.
Esta manera de permitir la participación de mujeres en la secta de Jesús no puede entenderse, en modo alguno, fijándonos en las leyes del judaísmo, sino en una atención más detallada que lleva a su formación y práctica espirituales dentro de los principios esénicos, de quien estuvo entre sus miembros o muy cercano a sus doctrinas.
Por estos y otros aportes se puede apreciar en la figura, enseñanza y prácticas de este ser ‘crístico’ al maestro espiritual perfecto que hizo avanzar a la humanidad en su apego a la visión amorosa, fraterna y solidaria entre mujer y hombre, vistos como seres trascendentes y espiritualmente cercanos.
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