En su jardín del oeste de Ucrania, Ivanna Kuziv, una contable retirada, coge un ramillete de narcisos amarillos y de campanillas azules para vender en el mercado y afirma que es una mera coincidencia que las flores de su jardín sean de los colores de la bandera nacional.
“Pero me gusta. Es en honor a Ucrania”, cuenta.
Desde que Rusia invadió su país en febrero, la población en los alrededores de Vynnyky ha disminuido.
Muchas madres con sus hijos han huido del país, dejando atrás a los hombres que luchan por encontrar trabajo, mientras esperan ser reclutados.
“La gente está ansiosa”, señala.
Pero la primavera no espera y el jardín que heredó de su bisabuela está en flor.
La mayoría de los días de la semana, Kuziv recoge algunos narcisos, los pone en una cubeta y se va a la ciudad para venderlos.
En las escuelas, los niños ucranianos aprenden que su bandera nacional tiene dos franjas, una azul que representa el cielo y una amarilla por los campos de trigo.
En Leópolis, estos tonos están en todos lados, en banderas en los coches, en los bollos de las pastelerías y los restaurantes, pero también en ramos de flores.
En el centro de la ciudad dos mujeres ataviadas con largos abrigos llevan margaritas de color azafrán e índigo a un funeral muy concurrido en la catedral.
Entre las decenas de hombres y mujeres que caminan en silencio en la procesión funeraria, un uniformado lleva en su mano tulipanes de ambos colores.
En los andenes de la estación de trenes, un soldado de 22 años espera impaciente, con un ramo de tulipanes amarillos con un lazo azul, la llegada desde el este del país de su novia que no ha visto en dos meses.
– “Algo positivo” –
Olga Fityo-Styslo vende el mercado de las flores dos tipos de narcisos, unos naturales y otros teñidos de azul con una mezcla de agua y tinta.
“Estamos en guerra y el color de la bandera es azul y amarillo”, dice. “Pero como no hay flores azules tan pronto en la primavera, decidí darle una ayuda a la naturaleza”, confiesa.
Esta mujer de 55 años vende flores en el mercado de 1996 y cuenta que dejó de trabajar un par de días cuando recién comenzó la guerra, el 24 de febrero.
Cuando volvió al mercado a principios de marzo se sorprendió de ver a tantos clientes. La ciudad está llena de familias que escapan del este y del sur de Ucrania con muy pocas cosas consigo.
“Hay muchos desplazados y muchos quieren flores”, relata. “En ellas encuentran algo positivo”, explica.
Pero aunque no sea del color de la bandera, los pétalos están por todos lados en esta ciudad del oeste.
Una funcionaria médica de baja espera a su amiga que saca dinero de un cajero, con un enorme ramo de fucsias, rosas y tulipanes. Es el cumpleaños de su amiga y se van a dar un paseo.
A los pies del monumento a la Virgen María, una mujer reza delante de varios jarros con tulipanes. La estatua ha sido rodeada de andamios para protegerla en caso un bombardeo ruso, pero ya no quedan sacos de arena para completar la labor.
Sin embargo, el negocio de las flores ya no es lo que era, cuenta la florista Miroslava Kumechko.
Aparte de los narcisos, esta mujer de 40 años afirma que el 70% de sus ingresos antes de la guerra provenían de los bautizos, los cumpleaños y las bodas.
Sin esos clientes, no puede quedarse demasiado en el mercado porque tiene que estar en casa ayudando a sus tres hijos que estudian online.
“Ya no es lo que era”, afirma.
AFP