Está claro: el cine es imagen. Por eso el escocés tuvo que aceptar la demanda de someterse a una cirugía reparadora para poder filmar una película. Hombre decidido, tenía por delante una próspera carrera como abogado cuando decidió lanzarse a la actuación. Y lo bien que hizo
Por Infobae
Puede que Gerard Butler haya comenzado su carrera un poco tarde: estaba por llegar a los 30 años cuando debutó en el cine. Pero nadie podría negar que aprovechó la oportunidad: aceptó papeles de lo más disímiles, demostrando su solvencia. Y también, el tiempo: ya participó en más de medio centenar de producciones, siendo productor de otra decena.
Luego de unos años en televisión, su debut en la pantalla grande fue en 1997, protagonizando Mrs. Brown. Desde entonces el paso nos lleva a la recordada 300, que salió a la luz en 2006 y 300: el nacimiento de un imperio, en 2014, como sus cartas de presentación de un género que podría seguir por Ataque a la Casa Blanca, Agente bajo fuego, Londres bajo fuego, El rescate y El robo perfecto, entre otras.
Si nos pasamos al terreno del amor, Butler protagonizó varias comedias románticas, como La cruda verdad, Posdata, te amo y Mi querido Franklin. La ciencia ficción también supo tenerlo entre sus filas, en películas como Dioses de Egipto. Además, prestó su voz en películas animadas, entre ellas, Cómo entrenar a tu dragón y las distintas secuelas. Y hasta se desempeñó en películas de aventuras, tal el caso de La isla de Nim.
Pero detrás de todo esto -o anterior, más bien-, el drama. Y el real.
Butler nació el 13 de noviembre de 1969 en Paisley, Escocia. Es el menor de tres hermanos del matrimonio de Margaret y Edward, un corredor de bolsa más ocupado -y preocupado- por los negocios que por su familia. Gerard es el menor de tres hermanos. Cuando el niño más pequeño tenía seos meses, todos se mudaron a Montreal, Canadá. Pero no duraron mucho allí. Poco después sus padres se separaron: Gerard tenía apenas un año y medio. Margaret no lo pensó dos veces y regresó a Escocia, abrumada por la situación y sin trabajo.
A los 10 años, Butler contrajo otitis. Los médicos no pudieron controlar la infección, que terminaría provocándole tinnitus, caracterizado por la aparición de un zumbido constante o repetido. En el caso de Gerard, además perdió gran parte de la audición del oído derecho. Siendo adolescente se sometió a una cirugía que le permitió recuperar un gran porcentaje del nivel auditivo. La consecuencia estética de la intervención no le preocupó en absoluto. Al menos, por por entonces.
A la par de los problemas económicos y de salud -en caso del menor-, los hermanos crecieron sin la presencia de su padre hasta el que hombre decidió ir a su encuentro. El actor tenía 16 años cuando volvió a verlo: Butler contó que de inmediato tuvieron una larga charla en la que sanaron profundas heridas.
Desde ese entonces se hicieron cercanos, pero el tiempo no estuvo de su lado: Gerard tenía 22 años cuando su papá murió de cáncer. Edward partió sin cuentas pendientes con sus hijos, pero sin poder ver brillar al menor en el cine. Y es que en aquella época Butler no tenía nada claro en cuanto a su futuro. Desde muy pequeño había tomado clases en una escuela de teatro juvenil de su ciudad. A la par, era un excelente alumno en su colegio; de esa manera -gracias a sus notas- consiguió una beca en la Universidad de Glasgow para seguir la carrera de Abogacía.
En la universidad, su desempeño académico no mermó: allí también era un gran estudiante. Al recibirse, comenzó a trabajar en un estudio de abogados.
Al poco tiempo se fue a Londres con un grupo de ex compañeros de la escuela de actuación para presentar una obra teatral. Les fue tan bien, se regocijó tanto con los aplausos y el reconocimiento del público, que tomó una decisión arriesgada: renunciar al estudio de abogados y regresar a la capital inglesa con la obra Coriolanus.
El destino quiso que lo viera el dramaturgo y director Stephen Berkoff, quien se acercó para decirle lo buen intérprete que era. Esa inyección anímica lo alentó: Butler entendió que lo suyo, definitivamente, era la actuación.
Recién en 2003 puso su atención en aquella operación por el tinnitus: cuando lo convocaron para Tomb Raider: la cuna de la vida, los productores le hicieron mención a la secuela física y Butler regresó al quirófano, pero esta vez para una cirugía reparadora. “Tenía una oreja muy torcida, no me había dado cuenta de que era tan visible hasta que me tuve que afeitar la cabeza para esa película. Me recomendaron que lo solucionara”, contó en IMDb.
“Todos decían: ‘Santo cielos, una oreja sobresale mucho más que la otra’. Tuve que arreglarla”, explicó. Además, contó que la enfermedad también le había afectado la sonrisa, ya que en la primera intervención le tocaron un nervio y eso hizo que, desde entonces, se sonriera con la boca torcida. Pero Gerard le resta importancia, y no solo porque se trata de algo poco notorio. “Conozco a un par de otras personas con sonrisas torcidas y resulta que tienen problemas de audición en un oído”, remarcó.
Hoy, Gerard Butler dedica su vida a la actuación. Este año estrenará Night has fallen, la cuarta entrega de la secuela Ataque a la Casa Blanca. Mientras espera eso, pasa tiempo con su familia y colabora con la fundación Marys Meals, que brinda todas sus energías en combatir la pobreza que golpea a los niños de Haití. Da una mano yendo a la zona de conflicto, acompañando y llevando regalos. Además, todos los meses hace su aporte económico. Y allí, con los pequeños que asiste, sonríe. ¿Y a quién le importa si es de costado? A él, seguro que no. A esos niños, tampoco.