“-¿Nada para el coronel? El coronel sintió el terror. El administrador se echó el saco al hombro, bajó el andén y respondió sin volver la cabeza: -El coronel no tiene quien le escriba”. Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba (1961).
En la novela de Gabriel García Márquez, el coronel Aureliano Buendía pasa los días y los años languideciendo, con la esperanza de recibir, del gobierno colombiano, una confirmación de la pensión de veterano de la Guerra de los Mil Días; que no solo considera su derecho, sino que la necesita para que él y su esposa puedan mitigar la extrema pobreza en la que viven. Venezuela no ha pasado por una guerra civil, todavía, pero ciertamente la mayoría de su población vive en pobreza y con la esperanza de poder mitigarla y sobrevivir un día más, solo que el Gobierno no está en vía de enviarle ninguna carta.
Las cartas que sí se envían tienen otro destinatario. Nos referimos a las cartas que, en los últimos días, respetados venezolanos han dirigido al presidente Joe Biden con relación a la crisis que atraviesa el país. Las redes sociales se han inundado de opiniones sobre las causas y las soluciones, algunas sesudas, otras viscerales. Se generan ataques virulentos y solidaridades incondicionales. La gritería binaria se torna estruendosa, pero como en un estadio de béisbol, solo parece atañerle a los que están en las graderías.
Como si del siglo XIX se tratara, estos “memoriales de agravio”, dirigidos a un poder superior, buscan reconocimiento de situaciones y resolución de temas que se asume están en las manos del destinatario del memorial1. Pero al contrario de esos doctos documentos de hace 200 años, las cartas de marras no van dirigidas a la corona española, exigiendo los derechos de los españoles nacidos en América, sino que buscan influenciar al inquilino de la Casa Blanca a que tome una u otra decisión en relación con Venezuela.
Este no es el lugar para repetir los análisis al contenido de la carta original (la de los 25), ni tampoco de la carta que de seguidas fue enviada por otros firmantes, y que se entiende pretende “contrarrestar” lo expresado en la primera; mejores mentes y plumas más afiladas que la mía han dedicado muchos párrafos a denigrar o apoyar lo que se dice en esas cartas -un ejemplo lamentable del diálogo entre sordos en que se ha convertido la interacción de aquellos que buscan liderarnos- sin mencionar a la sordera crónica del régimen.
Ahora bien, tratando de ser equilibrados, y asumiendo la buena voluntad de los “abajo firmantes” de ambas misivas, la escaramuza mediática que se ha generado subraya la ausencia de efectividad de la acción política en nuestro país, en particular en los partidos que conforman la oposición, que una vez más se ven fuera de juego. Tenemos la necesidad perentoria de establecer una base de conversación entre lo que hoy parecen posiciones encontradas de cómo enfrentar al régimen, pero que debemos asumir tienen como objetivo común conducir el país hacia mejores destinos.
Lo anterior no quiere decir que hay que suspender el debate político. Por el contrario, si hay algo que demuestran “las cartas” es que hay diferencias importantes en los diagnósticos y por ende en las soluciones propuestas -las últimas se derivan de los primeros. Pienso que no hay soluciones químicamente puras; es decir, aquellas que no pasen por algún tipo de compromiso con el régimen. Pero también pienso que hay que evitar derivar hacia soluciones que resulten del agotamiento, de aquellas que en aras de una victoria temporal comprometan los principios que nos impulsan a buscar el cambio político- es una zona gris indeterminada, pero una que hay que transitar, la alternativa es la extinción de una de las partes.
Tampoco debe uno ser ingenuo e ignorar que el régimen juega con estas divisiones de la oposición, que a primera vista juzgamos como debilidades de la oposición. En el terreno de la discordia el régimen nos lleva mucha ventaja. En algo me recuerda a mis días universitarios, cuando los “agentes provocadores” tomaban ventaja de los llamados tontos útiles para utilizar la multitud para sus propósitos. Uno siempre debe preguntarse, como primer tamiz de análisis político: ¿Quién se beneficia? Mucho me temo que el episodio de las cartas solo beneficia al régimen que nos oprime.
Que nos veamos obligados a enviar sendas cartas al presidente del país del Norte, compitiendo por su atención en el medio de una crisis política internacional, no solamente es evidencia de una natural desesperación con la actual situación, sino también de la ausencia de instituciones y de la falta de propuestas claras por aquellos que dicen o pretenden liderar. Las posiciones plasmadas en ambas cartas parten de un supuesto errado: que el petróleo venezolano es un elemento determinante en la crisis que gestiona la administración estadounidense y que es una pieza de canje que movería la aguja hacia uno u otro lado. El gobierno de Hugo Chávez y luego el de Nicolás Maduro se han encargado que no seamos más que un actor de tercera en el juego del mercado petróleo global, situación que continuará mientras no haya cambios políticos.
Por supuesto, uno no debe subestimar la posibilidad de que el gobierno estadounidense también haya comprado el argumento de la influencia del petróleo venezolano -peores yerros hemos visto en años recientes. Así las cosas, pienso que las cartas al presidente Biden, como el Memorial de Agravios de Camilo Torres en el siglo XIX, acumularán polvo (digital, en este caso) en los archivos, para el análisis de futuros historiadores; mientras la real Venezuela clama por un liderazgo que asuma la gran responsabilidad de buscar consensos efectivos, y que abandonen las poses efectistas y cortoplacistas.
Los venezolanos estamos sedientos de liderazgo, buscamos que nos propongan ideas robustas, queremos que los políticos converjan hacia consensos sobre soluciones a los problemas reales, que nos convoquen a lograr el cambio político urgente, que tomen decisiones, y que cesen solo de buscar, en la democracia tumultuaria de las redes, la legitimidad a su parroquia.
Los venezolanos aspiramos a un futuro en paz, a que nos reconozcan como ciudadanos, y a no seguir languideciendo en la esperanza de que alguien, en el poder lejano, nos eche una mano piadosa.
Los venezolanos queremos que las cartas vengan dirigidas a nosotros.
Este artìculo fue publicado originalmemte en La Gran Aldea el 26 de abril de 2022