Muerte, abusos, genocidio y horror: la estremecedora historia íntima de Saddam Hussein y sus sanguinarios hijos

Muerte, abusos, genocidio y horror: la estremecedora historia íntima de Saddam Hussein y sus sanguinarios hijos

Saddam Hussein llegó al poder en Irak en 1979. En 2003, cuando cayó, había dejado a su país en ruinas (AFP)

 

Cuando tomó el poder por asalto en 1979, Irak era una potencia económica y tecnológica en Medio Oriente, ejercía una influencia cultural muy rica en el mundo árabe, el país flotaba en petróleo, que había sido nacionalizado en 1972. Cuando lo ahorcaron por sus crímenes, el 30 de diciembre de 2006, tres años después de su caída en marzo de 2003, Saddam Hussein había hundido a Irak en la ruina política, social y económica.

Por infobae.com





En veinticuatro años de brutal dictadura, como cabeza del llamado revolucionario Partido Baaz Árabe y con el único y dudoso mérito de mantener si no unidas, al menos controladas por el terror a las muchas etnias y sectas iraquíes, Irak, de la mano de Hussein, se había metido en una guerra contra Irán que duró ocho sangrientos años y provocó más de un millón de muertos en ambos bandos; de la mano de Hussein, Irak había invadido Kuwait en 1991 y había dado origen a lo que se conoció como la Primera Guerra del Golfo, había reprimido con brutalidad un levantamiento de la etnia chiíta en el sur y había desencadenado en 1988 una matanza de más de cien mil opositores kurdos, a los que bombardeó con gas mostaza, como Alemania había hecho en las trincheras enemigas durante la Primera Guerra Mundial.

Con Sajida, Saddam Hussein tuvo cinco hijos, dos varones Uday y Kusay y tres mujeres, Raghad, Rana y Hala.En la foto junto a un primo y su yerno Hussain Kammel, quien fue asesinados por los herederos del tirano en 1996 (Getty Images)

 

En 2006, la economía iraquí se hundía bajo el peso de dos guerras y de las sanciones impuestas por Naciones Unidas a las políticas delirantes que Hussein había instrumentado hasta su caída, el otrora orgulloso Irak estaba invadido desde 2003 por las fuerzas de una coalición, Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia, España y Polonia, que buscaron, sin hallarlas, armas químicas que ponían en peligro al mundo, según enarboló el gobierno americano de George W. Bush después de la voladura de la Torres Gemelas del World Trade Center en septiembre de 2001.

Si ya es difícil desentrañar cómo alguien se convierte en un sangriento dictador, ¿nace, un gen, un trauma de infancia, el poder absoluto, el hábito? es tanto o más difícil descifrar cómo una sociedad se pone en manos de un líder a sabiendas de que esa entrega la conduce a la ruina y a la muerte. O a ambas. La infancia de Saddam fue traumática. Pero la de sus hijos no, y resultaron peores asesinos que su padre, en especial el mayor, Uday Hussein: él y su hermano Kusay fueron muertos en combate por las fuerzas de coalición el 22 de julio de 2003, seis meses antes de que Saddam cayera prisionero de las mismas fuerzas.

La ejecución de Saddam Hussein en la hora el 30 de diciembre de 2006 (REUTERS/Al Iraqiya)

 

Saddam Hussein nació en 28 de abril de 1937, hace hoy ochenta y cinco años. Nada que festejar, pero algo para recordar. Fue el tercer hijo de una pareja de campesinos paupérrimos que habitaban una cabaña de barro en una aldea a orillas del río Tigris. Eran sunitas, el grupo musulmán mayoritario en la comunidad islámica mundial y el que dominaba la gobernación de Saladino, la región que rendía homenaje al gran gobernante del mundo islámico en el 1100.

La madre de Saddam, Suba Talfah al-Mussallat lo llamó así porque el nombre significa “el que enfrenta”. Su padre, Hussein Abd al-Majid desapareció de la vida familiar nueve meses después del nacimiento de Saddam, un hecho sembrado de dudas. Según quien cuente la historia, el padre dejó la casa seis meses antes de que naciera Saddam. Nadie sabe si murió, asesinado o no: otras versiones sostienen que abandonó a la familia y que la idea de la muerte fue el equivalente a borrarlo para siempre. Una tercera versión sostiene que Saddam era hijo ilegítimo y que la historia del padre fue inventada por él mismo cuando ascendía en la vida política de Irak.

Su madre lo rechazó. Un hermano mayor, de trece años, murió de cáncer poco antes del nacimiento de Saddam. Abrumada por la depresión, Suba intentó deshacerse del embarazo y, luego, no quiso saber nada con el recién nacido. Así que Saddam fue criado por su tío, Khairallah Talfah, oficial del Ejército y suní devoto. Era padre de una chica de la misma edad de Saddam, Sajida Talfah: Saddam se casó con ella años más tarde. Cuando el tío Talfah se alzó contra el dominio británico y, sobre todo, cuando los británicos aplastaron el levantamiento nacionalista de 1941 y lo enviaron a la cárcel. Saddam regresó con su madre, a quien apenas conocía.

Suba se casó con Ibrahim al-Hassan, tío de Saddam por el lado paterno, si es que era cierto que había habido un padre con historia. De ese matrimonio nacieron tres hijos que, con los años, integrarían el gobierno de Saddam Hussein. Comidos por la pobreza, obligado por su ahora padrastro y tío a robar gallinas y ovejas para venderlas o comerlas, pastor de cabras y huérfano de escuela, el futuro líder iraquí recibió una puntillosa educación a palos que lo hizo huir de aquella casa a los diez años.

En 1947 regresó con su tío Khairallah, libre ya de las rejas británicas, que ahora militaba en el Partido de la Independencia Iraquí, nacionalista, anti-británico y fascista. Ese fue el yunque en el que se forjó Hussein, que por fin pudo ir a la escuela. A los dieciséis años intentó entrar en una academia militar, pero falló el examen. Ya en Bagdad, con su familia de adopción, estudió en la escuela al-Jark, un foco de rebelión estudiantil que odiaba a la monarquía reinante y se veía reflejada por la revolución egipcia que había encabezado Gammal Abdel Nasser y su idea de un panarabismo capaz de encarar una unidad árabe socialista.

Después de participar junto a unos jóvenes revolucionarios de un intento por derrocar al rey Faisal II, un chico de veintitrés años, Saddam intentó de nuevo acceder a la carrera militar y de nuevo fue rechazado y entró de lleno al Partido Baaz Árabe Socialista, seducido por sus ideales izquierdistas, laicos y revolucionarios.

La leyenda, nunca se comprobó, afirma que en 1958 Saddam cometió su primer asesinato político: le pegó un tiro en la cabeza a un joven comunista de Tikrit, la ciudad vecina a la aldea de su nacimiento. Ya era un joven de imponente aspecto físico, de naturaleza violenta y que reclamaba acción.

Participó en los años siguientes de las transiciones y los cambios en el partido Baaz, algunos violentos, que oscilaba en abdicar del panarabismo para defender un nacionalismo iraquí, cercano en su momento al Partido Comunista. Saddam tomó parte del intento de asesinar al primer ministro Abdul Kasim, un general que había sido líder del Baas y ahora reprimía a sus antiguos aliados. Huyó a Egipto, donde terminó sus estudios secundarios en la filial egipcia del Baas y se casó en El Cairo, en 1962 con Sajida Talfah, aquella chica hija del tío que lo adoptó cuando su madre no quiso saber nada de él. Con Sajida tuvo cinco hijos, dos varones Uday y Kusay y tres mujeres, Raghad, Rana y Hala.

En 1974 Saddam era ya la figura más importante del partido Baas y el número dos al mando en Irak bajo el gobierno de su primo, Ahmed Hassan al-Bakr, a quien convenció de que nacionalizara el petróleo para fomentar la industria armamentista de Irak. Convenció al primo de algo más: que prohibiera en Irak a todo otro partido político que no fuera el Baas. Al-Bakr obedeció sin presentir la trampa que se cernía sobre su gobierno. Por fin, frente al enorme apoyo popular que concentraba Saddam, al-Bakr renunció en 1979 y Hussein se hizo con el poder en Irak.

En su amplio y surtido ideario, si había alguno, declaró ser admirador de Stalin, que ya era decir algo, y lanzó así una gigantesca purga dentro de su propio partido que pasó por el cedazo no sólo a sus opositores, sino también a quienes podían ensombrecer su estrella en ascenso. Persiguió a los chiítas, enemigos de los sunitas, a los que asesinó por decenas, deportó a Irán o encerró en las cada vez más amplias prisiones iraquíes. También persiguió a los comunistas lo que, además de desorientar un poco a los jerarcas de la URSS, deterioró las relaciones entre los dos países: Saddam había firmado en 1972 un tratado por el que la URSS de Leonid Brezhnev se convertía en el primer proveedor de armas de Irak.

Lo que hizo Saddam fue girar hacia Occidente. Mejoró las relaciones con Francia, que le facilitó uranio y la infraestructura imprescindible para que Irak desarrollara su propio programa nuclear para fines civiles, aseguró Saddam: mentía. El triunfo en Irán de la revolución islámica del ayatollah Khomeini había puesto en la frontera iraquí a un poderoso enemigo: Saddam invadió Irán porque Khomeini había negado una salida al mar a Irak: detrás de todo estaba el petróleo y su importación. Hussein recibió en esa guerra el apoyo de Estados Unidos, enfrentado al Irán islámico, Francia y Arabia Saudita, que aportó capitales igual que Kuwait. La larga guerra de ocho años dejó a los dos países devastados en lo económico y con cientos de miles de muertos, la mayoría iraníes.

Fue durante los años de esa guerra con Irán que Hussein ordenó, y cumplieron la orden, una serie de matanzas en la región kurda, al norte de Irak. La más conocida se llamó Operación al-Anfel y consistió en la destrucción de cuatro mil quinientas poblaciones y aldea kurdas y el asesinato de al menos ciento ochenta mil personas: una campaña de exterminio, un genocidio, entre 1986 y 1989 que incluyó bombardeos aéreos, destrucción de ciudades, deportaciones, fusilamientos y ataques con armas químicas. La ciudad de Halabja fue bombardeada con gas mostaza y los gases nerviosos sarín, tabun y XV; en sólo una noche murieron cerca de cinco mil personas.

En 1990 Hussein volvió a girar. Un enfrentamiento por el precio del petróleo, y la ambición de Hussein, hizo que Irak en la voz de su canciller, Tarek Aziz, acusara al emirato de Kuwait de “robar el petróleo de Irak” y de plantar pozos en campos iraquíes: amenazó también con “usar la fuerza” si Kuwait no reducía su producción petrolera. La amenaza que encerraba la decisión para Occidente hizo que Estados Unidos ofreciera su apoyo a Kuwait. El 2 de agosto de 1990 Irak invadió y anexó a su territorio al pequeño emirato kuwaití. Hussein asaltó diversas embajadas en Kuwait y tomó como rehenes a todos los extranjeros: los usaría como “escudos humanos” en caso de guerra.

Ni bien iniciado 1991 una coalición internacional liderada por Estados Unidos declaró la guerra a Irak, Hussein la llamó “la madre de todas las batallas”, y obligó a sus tropas a retirarse del emirato. Fue la Operación Tormenta del Desierto. En un intento por superar el aislamiento en el que había quedado y la creciente oposición por parte de los iraquíes, Saddam recurrió a la fe y ordenó que se escribiese un Corán con su sangre, que le sería extraída para usarla como tinta. La payasada no tuvo mayor efecto.

Después de los atentados a las Torres Gemelas, Estados Unidos denunció que Irak tenía un arsenal de armas químicas y estaba dispuesto a usarlas, tal como había hecho años antes contra los kurdos. Hussein se opuso a la investigación profunda de inspectores de la ONU y, de nuevo, una coalición internacional invadió Irak, tomó la capital, Bagdad, y, el 1 de mayo de ese año dio por derrocado a Hussein, que había huido. Vivió como un prófugo hasta diciembre de ese año, cuando fue capturado, tras una delación de un iraquí, en una especie de conejera, un pozo profundo a la sombra de un árbol, no muy lejos de su aldea natal.

Lo juzgaron en 2005 por la matanza de 148 chiíes en Duyail, al norte de Bagdad, en 1982. El 5 de noviembre de 2006 fue condenado a muerte en la horca. Lo ejecutaron el 30 de diciembre.

En las dos décadas de locura, de horror, de asesinatos, los que se conocen, de sembrar el terror en los iraquíes para convertirlo en una forma de hacer política, Hussein no estuvo solo. Lo acompañaron sus dos hijos varones, Uday y Kusay. En especial Uday, el mayor. Había nacido en 1964 se graduó en la Universidad de Bagdad como ingeniero: fue el primero entre setenta y seis estudiantes. Años después, sus profesores admitieron que las notas de Uday eran bastante flojas, que había pasado por el grosor de un pelo varias de las asignaturas, pero le concedieron el honor de ser el mejor alumno porque era el hijo de Saddam. Y el preferido.

Así fue al menos hasta octubre de 1988 cuando, en una fiesta en honor de Suzanne Mubarak, la mujer del presidente egipcio Hosni Mubarak, Uday asesinó al valet personal de Saddam, Kamel Hana Gegeo. Lo asesinó en plena fiesta, delante de todo el mundo y ante el horror de los invitados. Borracho hasta el sinsentido, Uday golpeó a Gegeo y lo apuñaló varias veces con un cuchillo eléctrico. El valet había cometido el pecado de presentarle a Saddam a Samira Shahbandar, una mujer más joven que él, y más joven que su mujer, Sayida. Samira sería luego la segunda esposa de Saddam.

Saddam encarceló a su hijo y lo sentenció a muerte. Pero Uday pasó sólo tres meses en un área exclusiva y privada de la prisión estatal y, por pedido del rey Hussein de Jordania, Saddam envió a Uday a Suiza como asistente del embajador iraquí en ese país. Suiza terminaría por expulsar a Uday en 1990 después de ser arrestado varias veces por peleas callejeras, agresiones y alcoholismo.

Cuando en 1996 sus dos cuñados, casados con dos de las tres hijas de Saddam, huyeron de Irak con rumbo a Jordania ambos con sus familias, fueron los hermanos Hussein, Uday y Kusay, los que les garantizaron la vida si regresaban a Irak. Los dos hombres regresaron y fueron asesinados por los hermanos. Para aplacar un poco aquel trueno, Saddam designó a Uday como presidente del Comité Olímpico Iraquí y de la Asociación de Fútbol e Irak. Uday en persona torturaba a los atletas que perdían sus competencias. Si no lo hacía en persona, dejaba instrucciones escritas con la cantidad de golpes que los desdichados debían recibir, en las plantas de los pies para que no quedaran marcas visibles. Luego de la derrota 4-1 ante Japón en los cuartos de final de la Copa Asiática 2000 que se jugó en Líbano, el arquero Hashmin Hassan, el defensor Abduil-Jabar Hashim Hanoon y el volante Qahtan Chathir Drain fueron azotados durante tres días por las fuerzas de seguridad a las órdenes de Uday.

En 1996, un atentado casi mata a Uday, que resultó con heridas gravísimas y con dos balas alojadas cerca de su espina dorsal que resultaban muy riesgosas de quitar. Saddam nombró entonces como su sucesor a su hijo Kusay. Dos años menor que Uday, Kusay era su contracara: la discreción en persona, aunque igual, o peor, de sanguinario. Estaba casado con Sahar Abulrashid y tenía tres hijos, el mayor, Mustafá sería muerto junto a su padre en 2003. Tenía catorce años. A Kusay Hussein le adjudican la responsabilidad de haber aplastado el alzamiento chiíta que siguió a la Guerra del Golfo de 1991. También se le adjudica haber ideado la destrucción de las marismas del sur de Irak, que acabó con la vida silvestre de la zona y con el hogar de miles de chiítas.

Los disidentes iraquíes señalaron a Kusay como responsable del asesinato de centenares de activistas políticos opuestos a su padre, entre ellos el de Khali Mohsen al-Tikriti, un ingeniero militar, porque creía que el profesional quería abandonar Kuma. En 1998, los grupos opositores iraquíes lo acusaron de ordenar la ejecución de miles de presos políticos, solo para… dejar espacio a una nueva camada de perseguidos políticos.

El 22 de julio de 2003, la Task Force 20 del ejército americano, en conjunto con la legendaria 101 Airborne, División Aero transportada, rodearon, balearon y bombardearon la casa de los hermanos Hussein en la ciudad de Mosul. Uday, era el As de corazones en la baraja de los más buscados por esas tropas, Kusay era el as de Tréboles. Los dos murieron. Las autoridades americanas dieron a conocer las muy duras fotos de los dos hermanos, ambas posteriores a las autopsias.