Convengamos, en décadas anteriores hubo líderes políticos y referentes morales que traspasaron las fronteras, como ahora no se conocen. Por cierto, no era necesario el tránsito por el poder en cada uno de los países de la región para la extraordinaria proyección internacional de un ideario y de una personalidad, a veces, involuntaria.
Fundamentalmente, en el siglo XX las diferentes y prolongadas dictaduras militares que asolaron a América Latina forzaron el relacionamiento internacional de una dirigencia política que exploró y encontró afinidades importantes para la defensa de la libertad y de la democracia, como no lo había conseguido antes de las dos guerras mundiales. E, incluso, después del triunfo bolchevique en Rusia, alentada una estrategia de definido y decidido carácter ideológico en el hemisferio, esas afinidades encontraron no sólo un cauce diferente al proclamar determinados principios, sino diligenciar ante un Departamento de Estado (EE.UU.) que tardó en asumir los cambios generados en la época.
Hubo tiranos con una vocación hasta cierto punto incomprensible de intromisión en otros países, como el dominicano Chapita Trujillo que tramó un bombardeo de Caracas para acabar con una experiencia de una accidentada vocación democrática, en 1948. Se hizo inevitable el protagonismo de Rómulo Betancourt al contener y derrotar las pretensiones expansionistas de Fidel Castro; o, empleando otro ejemplo ajeno al poder político, antes que la teología de la liberación fuese un novedoso suceso – incluso – editorial, el obispo brasileño Hélder Câmara ejercía una poderosa atracción en este lado del mundo.
Sentimos que hoy son muy pocos los mensajeros de alcance latinoamericano, genuinos y respetados, marcando un rumbo en medio de los infinitos peligros para las libertades, conscientes que un aislamiento en los países facilitará la tarea del Foro de São Paulo y sus derivados. Regímenes como el venezolano, se han encargado de minimizar esos referentes (recordemos, Chávez Frías temió un debate al que tuvo siempre dispuesto Vargas Llosa, descalificándolo), tratando de insuflar artificialmente figuras muy poco señeras, pero – además – aventajado por las torpezas y afanes turísticos que las consabidas internacionales políticas aportan.
A las puertas de los comicios colombianos tan decisivos para el continente mismo, entre los pocos intérpretes de alcance continental que nos quedan, está Andrés Pastrana. Seguimos de cerca las vicisitudes del vecino país, pero también de las voces que entienden la enorme e inocultable trascendencia que los caracteriza.