Cursábamos el bachillerato, cuando levantó vuelo la nacionalización de la industria petrolera. Nadie podía escapar de un encendido, extenso e intenso debate que le daba alcance al joven militante político, añadidos todos los estereotipos del mundo que varias veces llegaban a la procacidad, por cierto, harto conocida en el presente siglo.
Ahorraba y compraba con alguna frecuencia las revistas SIC y Resumen, cuyos temas y abordajes tan contrapuestos, desafiaban al muy inexperto lector. En el semanario dirigido por Jorge Olavarría, escribía religiosa, paciente y didácticamente Gustavo Coronel, especialista petrolero que varias veces desmontaba las creencias del ferviente partidario de la estatización integral, a propósito del – por entonces – celebérrimo artículo 5to.
El especialista, como también era natural que ocurriese con algunos de sus colegas, incursionaba decidido en la opinión pública, convirtiéndose en un referente respetado, aunque no siempre hubiere coincidencias con sus posturas sobre distintos tópicos de la vida nacional. Supimos de una libre polémica y, en propiedad, de polemistas que hoy estarían colgados del farol represivo y maniqueo.
Cuatro o cinco años atrás, urgíamos de la orientación de un probado conocedor del mundo petrolero para precisar nuestra posición en el parlamento sobre las exploraciones y descubrimientos adelantados por Guyana en nuestra Fachada Atlántica. Y nos atrevimos a escribirle a Coronel, quien inmediatamente nos atendió, diligenciando en todo lo que le fuera posible, demostrando una enorme calidad ciudadana.
Días atrás, leímos con afecto una de sus crónicas (https://www.lapatilla.com/