Tres kilómetros separan la flamante pista central de Wimbledon de la tétrica prisión victoriana de Wandsworth, donde pasa sus noches Boris Becker. A sus 54 años, después de una vida de lujo y lujuria, la vieja gloria del tenis juega a un frontón imaginario en lo más parecido a una mazmorra medieval, rodeado de ratas y parásitos, entre 1.500 presos (muchos de ellos violentos, drogodependientes y con problemas mentales). Encerrado hasta 22 horas al día y en unas instalaciones calificadas como «ruinosas» por los inspectores británicos.
Por: El Mundo
Wandsworth es una de las cárceles más decrépitas el país, con apenas reformas en sus 170 años de vida, y con esa fachada casi medieval inmortalizada en La naranja mecánica de Anthony Burguess. Oscar Wilde estuvo encerrado allí por «homosexual», en una época en la que los presos recibían latigazos como correctivo. Hasta 1961 hubo 135 ejecuciones en la cárcel, con dos horcas funcionando simultáneamente. El único preso notorio que logró escapar de allí fue Ronnie Biggs, uno de los artífices del robo del tren de Glasgow. Julian Assange tuvo también aquí su primera experiencia carcelaria en las islas británicas en 2010.
La única ventaja del tenista alemán es la cercanía a lo que él siempre consideró su casa, desde que ganó Wimbledon con 17 años. Con una corbata del All England Club recibió precisamente la sentencia de dos años y medio de cárcel por violar las leyes de insolvencia de su país adoptivo. Y sin aflojarse el nudo, despidiéndose con un beso en los labios a su última y flamante novia, Lillian de Carvalho Monteiro, partió en silencio hacia su cita inaplazable con el calabozo, veinte años después de haber escapado a los rigores de la justicia alemana por evasión fiscal.
«Boris lo está llevando lo mejor que puede en la prisión, pero obviamente no es un hotel de cinco estrellas», ha declarado estos días su ex mujer Lilly, quien asegura que nunca llegaron a formalizar el divorcio, y siguen regularmente en contacto. «Gracias a Dios que Boris tiene una fuerte salud mental y está probablemente preparado para esto».
Por su condición de preso de cuello blanco, Becker puede ser trasladado pronto al Ritz de Wandsworth, como se conoce al ala H de la prisión, donde suelen recalar los reos sin antecedentes de violencia, otra de las plagas de la prisión, donde el año pasado hubo 1.295 intervenciones por ataques entre prisioneros. Allí puede disponer de una celda privada de ocho metros cuadrados, con cama, lavabo y retrete. Hasta finales de los noventa la mayoría de los presos hacían sus necesidades en un cubo. Eso sí, a la hora de ducharse lo tiene más crudo: apenas seis duchas para 86 reclusos.
El reciente informe del inspector-jefe Charlie Taylor constató que los presos están «desesperadamente aburridos». La violencia, las drogas y los problemas mentales son el pan de cada día, aunque curiosamente se come mejor que en otras prisiones. Las horas de deporte o en el patio a cielo abierto son muchas veces canceladas sin previo aviso. Las opciones culturales, más allá de la televisión, son mínimas. Los presos que exhiben buen comportamiento logran escapar durante unas horas al encierro trabajando en la limpieza o en la cocina.
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