Masacre del Diners: un baño de sangre que conmocionó a Cali

Masacre del Diners: un baño de sangre que conmocionó a Cali

Edificio Otero, declarado Monumento Nacional, en el centro de Cali. FOTO: Foto: Hugo Giraldo. Archivo EL TIEMPO

 

Cuando aún reinaba la oscuridad de la madrugada sobre el cielo de Cali, en pleno corazón de la ciudad, un vigilante mal herido logró asomarse por una ventana del lado oriental del edificio Otero –declarado Monumento Nacional– para advertir a un colega de una edificación contigua que al interior de las oficinas del Diners Club se acababa de perpetrar una de las peores masacres que hasta entonces se hubieran conocido en la capital del Valle.

Por eltiempo.com





El reloj casi marcaba las 6 de la mañana del 4 de diciembre de 1984. A media cuadra de la Plaza de Cayzedo, poco a poco los curiosos se empezaban a amontonar en la entrada del edificio para ver a las autoridades sacar uno a uno los nueve cuerpos de las víctimas fatales del atroz hecho. Cinco personas más se encontraban heridas.

La masacre del Diners Club (empresa norteamericana de tarjetas de crédito) es aún recordada como un terrible hecho que conmocionó a Cali. Aún hoy, casi 38 años después, nadie entiende cómo un atraco terminó convirtiéndose en tal baño de sangre.

El 3 de diciembre de 1984, los empleados de las oficinas del Diners habían acordado quedarse al final de su jornada laboral para decorar las instalaciones con motivo de las fiestas de fin de año. Sería una excusa para adornar su lugar de trabajo y compartir un rato agradable entre compañeros.

Cuando ya eran alrededor de las 8 de la noche, en la portería del edificio apareció Jaime Serrano Santibáñez, de 26 años, conocido por todos como uno de los celadores de la empresa de seguridad Wackenhut, a quien 17 días atrás habían despedido.
A Serrano Santibáñez lo acompañaban Luis James Rodríguez Diez, de 21 años, y Francisco Antonio Gómez, alias Frank, de 32 años.

Mientras Jaime Serrano saludaba al supervisor de celadores Jorge Túquerres y a Miguel Ángel Bravo, quien ya terminaba su turno, los otros dos cómplices entraron, sometieron a los celadores y los encerraron.

Minutos después apareció Hugo Aroca Yara, que llegaba a recibir el turno de la noche en el edificio, y que posteriormente iba a ser llamado por un juez ‘Un pequeño héroe del siglo XX’. Fue reducido también.

Ya con la entrada a su disposición, los tres asaltantes subieron las escaleras. Arriba, mientras sonaba música decembrina y los empleados decoraban sus lugares de trabajo, ninguno imaginaba la larga noche que se avecinaba.

‘La mirada de los condenados’

Todos fueron amenazados con una pistola mausser calibre 7.65. Las nueve mujeres fueron despojadas de sus objetos de valor, al igual que los cinco hombres, y luego fueron encerrados en un baño.

Rosina Sanclemente, de 23 años, fue obligada a abrir la caja fuerte de la oficina. Después, también sería encerrada en el baño, mientras que los vigilantes anteriormente sometidos se encontraban en un cuarto de limpieza.

El artículo ‘Itinerario de la masacre’, publicado en EL TIEMPO el 6 de diciembre de 1984, indicó que hubo un robo de 885.000 pesos en efectivo; las joyas y el dinero de los retenidos sumaban un poco más. Se esperaba que después de esto huyeran.

Ya eran las 9 de la noche. Lejos de la oficina el bullicio del centro de Cali se apagaba poco a poco, solo sonaba el martilleo constante de unas remodelaciones que se hacían en el sector.

Los rehenes no emitían palabra, solo se miraban desconcertados, algunos guardaban la esperanza de que una vez los ladrones se dieran a la fuga, podrían liberarse y acabar con ese horrible episodio, pero las cosas se dieron de otra forma.

Fuentes policiales le indicaron a EL TIEMPO en aquel entonces que justo cuando los asaltantes se disponían a irse, Jaime Serrano los detuvo y les dijo que los rehenes podrían reconocerlo y delatarlo, por lo cual debían matarlos a todos.

James Valderrama, guionista, productor y coautor del libro ‘La mirada de los condenados’, señala que después de las 9 de la noche siguieron cuatro horas de terror en las oficinas del Diners Club.

“Junto a mi compañero Óscar Osorio decidimos bautizar así el libro por esos momentos en los que las víctimas están en esos espacios encerrados sin decir nada –asegura Valderrama–. Solo se miran sin saber qué va a pasar. Afuera, Jaime Serrano toma la decisión de matarlos a todos, pues se sabe que lo van a reconocer porque había trabajado ahí”.

Para la realización del libro, James y Óscar repasaron los 7.000 folios con las declaraciones de las 17 historias de vida que envolvió este episodio.

“Ellos empiezan a sacar uno a uno y los bajan al primer piso –recuerda Valderrama–. Ahí abajo empiezan a apuñalarlos y a dispararles. Para ocultar los disparos, empiezan a martillar las mesas para confundirse con los ruidos de fondo de unas reparaciones que se hacían a esa hora”.

En el relato de Amparo Navia Moreno a las autoridades, la sobreviviente señaló que una vez que los apuñalaban, les chuzaban los ojos para ver si vivían, a otros les acercaban fósforos encendidos para confirmar que habían muerto y si se movían, entonces les disparaban o los volvían a apuñalar.

“Amparo Navia, dicen los que la conocieron antes de este hecho, era muy alegre, pero después de esto estuvo mal, tenía que estar en tratamientos psicológicos, fue terrible eso –recuerda Óscar Osorio–. Otro sobreviviente que nos impactó mucho fue María del Rocío Cuevas, una mujer con mucho valor”.

Precisamente, María Rocío Cuevas le relató a EL TIEMPO la pesadilla de aquella noche.

“Nosotras no nos dábamos cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que le tocaba el turno a cada una (…) A mí me amarraron los brazos en la parte de atrás y me dijeron ‘acuéstese boca abajo’ –le narró María Rocío a EL TIEMPO–. Entonces cuando me acosté, él disparó hacia el oído, quedé consciente mientras oía el quejido de otro compañero. Escuché cuando le dispararon al resto de compañeras, luego prendieron la luz y ahí se dieron cuenta que seguía viva y me metieron las puñaladas”.

Aproximadamente fueron 150 puñaladas las que recibieron los 14 secuestrados aquella noche.

Las víctimas fueron identificadas como Marta Liliana Iglesias, 25 años; Gloria Fernanda Rivera, de 19; Rosina Sanclemente, 23; Elizabeth Salazar, 22; Ligia Inés Correa; Aydé Rodríguez, 27; Gloria Eva Blanco, 27; Miguel Ángel Bravo, 26, y Jorge Túquerres Erazo, quien fue el primero en morir.

Con vida salieron del edificio María del Rocío Cuevas, directora de crédito de la oficina; Amparo Navia, secretaria de la gerencia; Hugo Aroca Yara, celador; Fabián Botero Ramírez e Iván Darío Rojas.

Aroca, con 24 puñaladas, se arrastró ocho metros para llegar a la ventana por la cual logró dar aviso a las autoridades de lo que había ocurrido en la oficina.

“Nos sorprendió, y aún me sorprende, la sangre fría de esta gente –explica Valderrama–. Ellos salieron convencidos de que habían matado a los 14 rehenes. Salieron a comer, se acostaron y al otro día como si nada pensaban huir. Cómo es que hacen eso. Qué pensaban”.

¿Un atraco o una venganza?

“Para los uniformados todos estaban muertos –escribió Ramiro Castellanos, enviado especial de EL TIEMPO–. Era un cuadro espantoso. Había ocurrido una orgía de sangre y los cadáveres se encontraban regados por todos lados, entre el primero y el tercer piso de la edificación”.

Fuentes judiciales le confirmaron a EL TIEMPO aquel diciembre de 1984 que los agentes de policía se asustaron cuando al mover varios de los cuerpos estos despertaban y se quejaban del dolor provocado por las heridas.

Al final de la escalera del tercer piso, sobre la pared, escribieron con pintura: ‘Lo siento, Lalo, es el desquite. La próxima vez debes colaborar como la primera vez’.

Según las investigaciones, ‘Lalo’ era como se conocía al gerente de la oficina. Durante las audiencias se pudo comprobar que dicho mensaje fue escrito por Jaime.

Tras las declaraciones de los sobrevivientes, se realizó un operativo en el cual participaron más de 150 efectivos de la Policía y el F-2.

Los rayos del sol ya despuntaban en el cielo caleño cuando los hombres de la policía se hicieron presentes en la manzana 25C del lote 32 en el barrio El Poblado, en el Distrito de Aguablanca, en el oriente de Cali, para dar captura a Jaime Serrano Santibáñez.

Serrano Santibáñez tenía en su poder 240.050 pesos y la pistola mausser con cinco cartuchos, además de un revólver preciso calibre 22 largo con siete cartuchos; tenía también un reloj de hombre, uno de dama y una manilla de oro.

Mientras tanto, a Luis James lo capturaron cuando se desplazaba en un bus hacia Pereira. Fue interceptado a la altura del corregimiento de Zaragoza, en zona rural de Cartago, con 17.250 pesos en efectivo.

A ‘Frank’, quien tenía antecedentes penales por narcotráfico en Estados Unidos, no lo encontraron nunca, simplemente se esfumó.

Las primeras declaraciones entregadas por Serrano Santibáñez indicaban que él no había matado a nadie. Sin embargo, tras su captura, el mismo Luis James confirmó que entre ellos se rotaban la navaja automática y el arma para cumplir con la misión de eliminar a todos los testigos.

En Cali se denominó al juicio de Jaime y Luis James como el ‘Juicio del Siglo’, por lo que se hizo un cubrimiento exhaustivo de las audiencias.

“Rodríguez acusó igualmente a ‘Frank’ de haber asesinado a por lo menos otras cinco personas y de ser la persona que más se saciaba buscándole el corazón a las víctimas con la navaja automática”, escribió Castellanos en su crónica judicial para este diario.

l abogado penalista Luis Ángel Morera, fue el encargado de defender al más joven de los asaltantes, Luis James Rodríguez, durante las audiencias que tuvieron lugar en abril de 1986.

“Fui delegado de oficio para defender a este muchacho –recuerda el abogado Morera–. Entonces lo primero que me contó es que a él lo invitaron a un robo y que no iba a haber muertos”.

Este abogado penalista que en aquel entonces contaba con apenas 26 años, sostiene que lo que más lo impactó durante las audiencias fue la tranquilidad de los dos jóvenes.

“Ellos no se veían arrepentidos por nada –señala Morera–. Los vi muy tranquillos y me parecía muy raro, porque eran jóvenes y no tenían una carrera delictiva. A ellos se les practicaron exámenes psiquiátricos y se les hicieron valoraciones médicas. Estaban en perfectas facultades”.

Los escritores de ‘La mirada de los condenados’ coinciden en las facultades de los dos capturados. Ambos eran jóvenes del sector de San Luis, en el nororiente de Cali, a los que se les recordaba como dos amigos que jugaban baloncesto en Chiminangos.

“Eran muchachos que uno veía sin conflictos y tranquilos –recuerda Óscar Osorio–. Era una sorpresa muy grande que se hubieran visto involucrados en esto. Aún es sorprendente cómo estos muchachos sin experiencia delictiva terminan involucrados en una orgía de sangre como esa”.

Durante las audiencias, ambos señalados reconocieron que el atraco se hizo por dinero. Jaime planeó que si era reconocido tendría que matar a los vigilantes, pues nunca se imaginaron que esa noche iban a estar todas esas personas en la oficina.

“Yo no entré a matar a nadie, yo entré a robar. Era simplemente un atraco y no tengo la culpa de que hubiera pasado todo eso –se lee en el registro de un interrogatorio de Jaime Serrano que publicó EL TIEMPO–. Inclusive, no había sentido tanta rabia como cuando nos íbamos a ir y pensé que ellas me iban a denunciar porque me conocían. Es que a veces uno lleva por dentro una rabia que está ahí y uno no sabe que la tiene”.

En la conversación con las autoridades que reconstruyó EL TIEMPO, Serrano Santibáñez asegura que nunca fue su intención que las cosas salieran así. No obstante, acusaba a alias Frank de ser quien apuñaló a más mujeres.

Durante varios pasajes de la conversación, Jaime se lamenta por la muerte de Rosina, pues asegura que la quería mucho porque era la única de las empleadas del edificio que lo saludaba al llegar.

“Me dolió mucho la muerte de Rosina –declara Jaime durante la conversación–. Ella compartía el almuerzo conmigo cuando yo trabajaba ahí en la oficina, yo la llamaba a la casa a veces. Ella era muy buena conmigo, muy bonita”.

Poco se habló de una supuesta venganza contra el gerente por aquel letrero pintado en la pared del lugar, pero finalmente fue una investigación que se descartó, pues el mismo Jaime señaló que fue utilizado como distracción, “una idea de ‘Frank’”.

Durante mucho tiempo circuló la versión de que había sido algo planeado desde afuera, pero fue una declaración que nunca se indagó a fondo.

Luis James y Jaime Serrano fueron condenados a 30 años de cárcel por los delitos de homicidio agravado, tentativa de homicidio, porte ilegal de armas y uso de prendas privativas.

Cada vez que el juez leía la condena, la gente al interior del Palacio Nacional, en Cali, y sus alrededores vitoreaba la decisión.

Según el registro periodístico de EL TIEMPO, las personas a las afueras del Palacio Nacional tenían que ser contenidas por las autoridades, pues casi toda la ciudad estuvo atenta al ‘Juicio del Siglo’.

En la nota de prensa se lee que sacar a los dos condenados del Palacio hacia la cárcel fue casi misión imposible, pues los caleños y las caleñas a las afueras del centro de la ciudad querían tomar justicia por mano propia.

“Con todos los beneficios que hay, yo creo que esos muchachos más de 20 años no pagaron –explica el abogado Morera–. Hubo algunos interrogantes por la sevicia, la crueldad, pero el tema quedó ahí”. 

Una herida sin cerrar

El 2 de diciembre del 2018, cuando se conmemoraron 35 años de aquella trágica noche, Telepacífico lanzó la miniserie basada en el libro de Óscar y James.

Según James, al tratar de contactar a varios de los sobrevivientes de este hecho, muchos manifestaron estar cansados del tema.

“Nunca terminaron de hacer el duelo aun cuando los responsables ya habían cumplido con su condena –dice James–. Hay mucho dolor aún en las familias de las víctimas y en los sobrevivientes. Es un dolor que no sanará”.

Por su parte, Óscar asegura que tras las entrevistas con los sobrevivientes pudieron descubrir historias de dolor que no se superan, como el caso de Iván Rojas, a quien lo llaman ‘Lola Puñales’ por las 18 cicatrices que le dejaron en su cuerpo.

“O está también el caso de Gloria Fernanda Rivera –recuerda Osorio–. Cuando fuimos a la casa de su padre, ahí en la sala seguían las cenizas de ella. Era un hombre que se veía muy golpeado, pues su otro hijo murió a la misma edad de Gloria (19), es un dolor del que no se recupera uno tan fácil”.

Óscar Osorio, quien en la actualidad es profesor en la Universidad del Valle, explica que durante sus entrevistas para la elaboración del libro conocieron varias versiones sobre el paradero de alias Frank.

Hay una versión que dice que Francisco Gómez se metió a la guerrilla del Eln y que al descubrir que había hecho parte de esta masacre fue ajusticiado en Puerto Irínida, en Guainía.

Una familiar de ‘Frank’ también dijo que había sido visto como jefe de seguridad de un narcotraficante en Guacarí, norte del Valle.

Sin embargo, solo son versiones sin confirmar del paradero de este hombre por el que se llegaron a ofrecer a mediados de los 80’s hasta 500.000 pesos como recompensa por su ubicación.

En la actualidad, James Valderrama trabaja en un guion para llevar esta historia al cine.