Fue el último acto de un mundo que iba a terminar para siempre. Y mal. Pero todo estuvo rodeado de tanto glamour, de tanto erotismo, de tanto secreto revelado y de tanta inocencia perdida, que pasó a la historia como algo candoroso, ingenuo, casi infantil en manos y labios de adultos.
Por infobae.com
Hace sesenta años, en el Madison Square Garden de New York, la estrella sexy del momento, Marilyn Monroe, le cantó el “Feliz Cumpleaños” al entonces presidente de Estados Unidos, John Kennedy, que se acercaba a los cuarenta y cinco años: los cumpliría diez días después de la fiesta en el Madison.
Había algo más, con Marilyn siempre había algo más. Cuando apareció en escena, lucía un tapado de piel, blanco. Cuando se quitó el tapado, lo que tenía puesto dejaba nada librado a la imaginación: era un vestido de gasa de seda color beige, color piel humana, que llevaba cosidos a mano dos mil quinientos cristales diminutos, estaba tan ceñido a su cuerpo que tuvo que ser cosido a mano minutos antes de su aparición y una vez que Marilyn se hubiese encasquetado en aquella creación del diseñador francés Jean Louis Berthault, conocido como Jean Louis, y por el que la actriz pagó doce mil dólares. Quince mil personas ahogaron un grito de admiración. Se suponía que aquello era un acto político de campaña a favor de Kennedy. Y lo era. Marilyn lo cambió todo. Y estaba tan feliz, que ni siquiera pudo imaginar que esa noche iba a ser la de la última aparición pública de su vida.
Ese “todo” había empezado el 11 de abril de 1962 con una carta de Kenneth “Kenny” O’Donnell, asistente especial y mano derecha de Kennedy, encubridor de las aventuras sexuales del presidente y cofre de secretos de la Casa Blanca. La carta destinada a Marilyn decía: “Querida señorita Monroe. Muchas gracias por su aceptación de la invitación para presentarse en la fiesta de cumpleaños del presidente en el Madison Square Garden el 19 de mayo. Su aparición garantizará un tremendo éxito a la reunión y será un tributo al presidente Kennedy. Con los mejores deseos, Kenneth O’Donnell.”
Así fue como la entonces estrella de cine más famosa y sexy de todos los tiempos se unió al homenaje al entonces presidente de Estados Unidos más joven de todos los tiempos: una riña entre carismáticos. Quien había acercado a Marilyn y a Kennedy había sido Peter Lawford, un actor no muy bueno que había nacido en Londres y había hecho carrera en Estados Unidos. Estaba casado con Patricia Kennedy y era cuñado del presidente y de sus hermanos Robert y Edward. Integraba, además, el legendario “Rat Pack” (Pandilla de Ratas) que capitaneaba Frank Sinatra y que reunía en la banda a Sammy Davis Jr, Dean Martin y Joey Bishop, gente afinada si las hubo, y a quienes después se unieron de modo ocasional, Shirley McLaine, Lauren Bacall, Angie Dickinson, Don Rickles, Judy Garland y la propia Marilyn Monroe.
Tampoco es que Lawford se esforzó demasiado: Kennedy estaba fascinado por Monroe y ella por él y por el mundo que rodeaba a la Casa Blanca. Cuánto duró la relación entre ambos es materia de atractivas teorías conspirativas, que no ofrecen demasiadas pruebas firmes de esa relación. Susan Strassberg, amiga personal de Marilyn y la esposa de Lee Strassberg, fundador del Actor’s Studio por donde había pasado Marilyn, dijo alguna vez: “Marilyn no hubiese deseado una relación continuada con Kennedy, ni en su peor pesadilla. Le había parecido bien pasar una noche con un presidente carismático y le atraían el secreto y la excitación, pero no era en absoluto el hombre para ella y a todos nos lo dejó muy claro”.
Seymour Hersh, autor de “The Dark Side of Camelot – El lado oscuro de Camelot, como se conoció al gobierno de Kennedy) desmiente a Strassberg y afirma en cambio que Marilyn estaba enamorada de Kennedy. Se basa también en las cintas hasta hace un tiempo inéditas de la actriz, grabadas por su psicoanalista, Ralph Greenson, que fueron la base de un reciente documental de Netflix: “El misterio de Marilyn Monroe – Las cintas inéditas”. Los críticos de Hersh, que los tiene, afirman que no se ajustó demasiado a la verdad en su libro. Hersh es un prestigioso periodista de investigación, autor de una gran crónica sobre la masacre de civiles vietnamitas a manos de soldados americanos en la aldea de My Lai en 1968, y es ganador de un premio Pulitzer.
Es indiscutible que, por alguna razón, la actriz llamó varias veces al presidente a la Casa Blanca. Kennedy, que llegó a temer el carácter volátil de Marilyn, no la atendió; sí lo hizo la eterna y fiel secretaria del presidente, Evelyn Lincoln: una tumba que jamás reveló un solo dato, aun cuando el FBI de Edgard J. Hoover guardaba registro de esas llamadas.
El amor entre Kennedy Monroe, el supuesto enlace con Robert Kennedy y la eventual relación sexual del hermano del presidente con la actriz, después o durante el romance con el presidente, la muerte de Monroe y la presencia de “Bobby” Kennedy en Los Ángeles aquella noche, alimentan un caudal informativo siempre rico e imposible de confirmar. Es lo bueno de las teorías conspirativas: todas nacen después de los hechos y son incomprobables.
En beneficio de esa conspiración, circula una foto de Marilyn junto a los hermanos Kennedy que está encuadrada de manera tal que sugiere una estrecha intimidad entre los tres. La verdadera foto desmiente el encuadre. Fue tomada la noche del Madison, la del “Happy Birthday, Mr. President”, en la celebración privada que siguió al acto público. Y en la foto aparecen, al fondo, Harry Belafonte, una de las figuras que actuó aquella noche y, frente a los hermanos Kennedy y a Monroe, copa en mano, con anteojos y una sonrisa, se ve al historiador Arthur Schlesinger, consejero de Kennedy.
Marilyn llegó al Madison aquella noche casi en caída libre. Venía de tres matrimonios frustrados, el primero, en su temprana juventud, el segundo con el beisbolista Joe Di Maggio y el tercero con el dramaturgo Arthur Miller. Ya era adicta a las drogas, en especial al somnífero Nembutal, y su estrella en Hollywood se apagaba no demasiado rápido pero sí de modo inexorable. Viajar a New York para cantarle a Kennedy el “Feliz Cumpleaños” le valió el reto de la Twenty Century Fox, en momentos en que Monroe trataba de encarrilar y relanzar su carrera. La Fox la había contratado para filmar “Something’s got to give”, dirigida por George Cukor y junto a Dean Martin y Cyd Charise. La Fox demandó a Monroe e intentó reemplazarla por Lee Remick. Pero Dean Martin se negó a seguir si no regresaba Marilyn al reparto. La Fox demandó también a Martin, pero el 1 de agosto dieron marcha atrás y contrataron a los dos otra vez, para no perder la película que ya se había ido de presupuesto. Pero cuatro días después, Marilyn apareció muerta en su casa.
La fiesta de cumpleaños de Kennedy en el Madison de New York y diez días antes del que iba a celebrar en la Casa Blanca junto a su mujer y a sus hijos, (Jacqueline no fue al Madison porque supo que iba a actuar la Monroe), fue una excusa, también, para recaudar fondos para la campaña electoral que buscaba la reelección del presidente en 1964. Más de quince mil personas pagaron entre cien y mil dólares para ver una gala en la que iban a actuar parte de las principales figuras del mundo: María Callas, Ella Fitzgerald, Judy Garland, Henry Fonda, Harry Belafonte, Yves Montand (que había sido amante de Marilyn), Jimmie Durante, Peggy Lee y Jack Benny entre otros. Todos actuaron, por cierto. Y todos pasaron al olvido, eclipsados por la breve aparición de Marilyn.
Hace unos años, París rindió homenaje a Yves Montand, que había grabado un exitoso disco “Montand canta a París”. En el Hotel de Ville, la alcaidía de la capital francesa, se montó una exposición que dio vuelta el título del viejo LP del actor y cantante, que había muerto en 1991: se llamó“París canta a Montand”. Uno de los recuerdos en exhibición, era la carta de Kennedy a Montand y a su mujer, Simone Signoret, por haber participado de aquella gala en el Madison de la que sólo quedó el recuerdo de Marilyn.
Fue la última en salir a escena. Por cierto, presentada por el celestino de Peter Lawford, que montó un numerito de estudiantina vocacional. Se dirigió a Kennedy para presentarle a “una mujer conocida por su puntualidad”, y anunció: “Mister President, ¡Marilyn Monroe!” Hubo un redoble de tambores, se encendió un seguidor, pero ella no salió al escenario. Lawford ensayó una disculpa tan falsa cono era esa pantomima de teatro amateur. Dijo que ella no necesitaba presentación, imitó a Kennedy y citó uno de sus giros retóricos preferidos, “Let me just say – Sólo déjenme decirles…” y volvió a presentarla. Otro redoble de tambores, luz de seguidor, pero ella no salió a escena. Con una nueva “disculpa” de Lawford que hablaba de la historia del espectáculo, ella apareció en la oscuridad y a destiempo; el seguidor se encendió y los tambores sonaron tarde, toda una ensayada torpeza; Marilyn corrió dando pasos cortos y pequeños saltos, como se lo exigían sus tacones y el estrecho vestido, envuelta en su tapado de piel corto y blanco. Llegó al atril, Lawford dijo: “Mister President, the late Marilyn Monroe – La demorada Marilyn Monroe” y le quitó el tapado de los hombros.
Ella quedó entonces “desnuda”, enfundada en ese traje que la habían cosido sobre el cuerpo, en el que relucían los pequeños cristales, “piel y lentejuelas”, lo había definido Marilyn; hizo visera sobre los ojos con las dos manos, como intentando hallar a Kennedy en su palco, y luego cantó el “Happy Birthday” más sensual que se haya cantado nunca, la voz en un ronco susurro, la respiración audible, a capela y a quién le importa. Erotismo puro, y algo más también. Después cantó una estrofa de “Thanks for the Memory”, adaptada para señalar los logros de Kennedy, e invitó a todos a cantar a coro el “Happy Birthday”. Todo el mundo le hizo caso, mientras entraba una torta gigantesca en manos de cuatro portadores.
Kennedy saltó a escena en cuanto le colocaron el atril con el sello presidencial. Se ocupó, en medio de su discurso, de agradecer a todas las figuras que habían tomado parte de la gala “y a la señorita Monroe, que dejó una película para venir al Este. Yo ya puedo retirarme de la política después de haber tenido un ‘Happy Birthday’ cantado de manera tan dulce y sana”.
Eso fue todo. En los siguientes pocos meses, el mundo dio una vuelta carnero. Marilyn Monroe apareció muerta en su casa de Los Ángeles el 5 de agosto. Robert Kennedy que estaba en la ciudad y quién sabe si no pasó por la casa de la actriz, partió de urgencia en la madrugada, ayudado por Peter Lawford. La autopsia, cuestionada con el tiempo, aseguró que la causa de la muerte había sido una ingestión excesiva de pastillas de Nembutal. Firmó el documento el forense Thomas Noguchi quien, seis años después, haría la autopsia de Bobby Kennedy, asesinado en el Hotel Ambassador de esa ciudad en junio de 1968.
Cinco meses después del “Happy Birthday Mr. President”, la URSS instaló en Cuba misiles nucleares que apuntaban a Estados Unidos. El mundo vivió durante trece días al borde de una guerra nuclear que no estalló por milagro y por la templanza de Kennedy y del premier soviético, Nikita Khruschev. Y un año y medio después del Madison, el 22 de noviembre de 1963, Kennedy fue asesinado en Dallas.
El telón se había cerrado para siempre sobre el reino de Camelot.