Con la frase “yo soy yo y mis circunstancias”, el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) sintetizó la creencia de que los seres humanos no pueden ser aislados de sus circunstancias. Para Ortega y Gasset individuos y sociedades no están desconectados de su pasado; para conocer una sociedad debemos conocer su historia.
Sin embargo, a menudo hacemos referencia a algo que llamamos naturaleza humana. Actualmente, cientistas sociales como el economista Thomas Sowell y el psicólogo Steven Pinker evocan a Ortega y Gasset argumentando que en nosotros hay más que simplemente lo biológico. Nuestras acciones no son resultado de una inmutable naturaleza humana, sino de la interacción de nuestra naturaleza con conductas culturalmente generadas que están sujetas al cambio.
“Una cultura no es un patrón simbólico preservada como una mariposa en ámbar. Su lugar no es el museo sino las actividades prácticas de la vida diaria, donde evoluciona bajo la influencia de objetivos competitivos y otras culturas rivales”. (Thomas Sowell).
En otras palabras, somos biológicamente iguales pero tenemos una naturaleza maleable. Somos un drama viviente que sobrevive venciendo dificultades a lo largo del camino. Cultura es el agregado de métodos que reunimos para que nos ayuden a vivir nuestras vidas. Este concepto ayuda a explicar por qué difieren las culturas, y por qué algunas son mejores que otras logrando resultados. Steven Pinker pregunta:
“¿Qué permitió a pequeños grupos de españoles cruzar el Atlántico y derrotar los grandes imperios de incas y aztecas, y no fue al revés? ¿Por qué las tribus africanas no colonizaron Europa y fue al revés?
La respuesta estándar es que los colonizadores tenían mejores tecnologías y organizaciones sociales. Pero tal respuesta esquiva la pregunta fundamental de qué causó esa mayor sofisticación de los conquistadores. Una mejor respuesta sería que la cultura se desarrolla como herramienta para vivir nuestras circunstancias.
Presento esta introducción superficial al debate científico sobre naturaleza humana versus cultura para enmarcar la discusión de la multicultural sociedad del Sur de Florida, y más ampliamente de Estados Unidos. En algunos aspectos la migración cubana a Estados Unidos durante los últimos sesenta años ofrece un buen microcosmos para estudiar la tesis sobre cómo nuestra cultura viva está vinculada a nuestras experiencias de vida.
Desde la revolución cubana en 1959 más de 1’500,000 personas (aproximadamente el 20% de la población) abandonaron Cuba en varias oleadas y modalidades como el éxodo Pedro Pan y los Vuelos de la Libertad en los 1960s; la salida masiva por Mariel en 1980; o la crisis de los balseros en 1994. Esa inmigración continúa hasta la actualidad y, desde una perspectiva de ciencias sociales, se aproxima a la difícil condición ceteris paribus, de mantener las demás condiciones constantes con excepción de la variable estudiada. La constante es que todos esos migrantes comparten una “cultura cubana” y la variable es que han vivido en diferentes entornos socioculturales.
En el contexto que estoy explorando, si existiera algo como una “cultura cubana” habría solo pequeñas diferencias culturales observables entre, digamos, exiliados de los 1960s y recientemente llegados. Pero, a menudo se escuchan evaluaciones melancólicas de generaciones anteriores de exiliados afirmando que “no son como nosotros” cuando se refieren a los llegados últimamente.
Una queja es que, esos que dejan la Isla actualmente, actúan más como migrantes económicos que como exiliados políticos. Pero esa es una dudosa distinción tratándose de personas escapando de un estado totalitario que ejerce control tanto sobre aspectos políticos como económicos. Para su honor, los exiliados históricos han abrazado siempre a los nuevos que llegan, aunque a veces con algunas reservas.
Lo que observamos es que la naturaleza humana responde a condiciones culturales y, con el tiempo, los que llegan posteriormente resultan indistinguibles de sus predecesores. En 1980 en el Sur de Florida quienes llegaban en el éxodo del Mariel eran considerados como “diferentes a nosotros” por algunos que llegaron antes. Actualmente, tal diferenciación cultural no se hace.
Cientistas sociales argumentan que “los destinos de las sociedades humanas no vienen ni del azar ni de la raza”. O, como dijo Ortega y Gasset: “El hombre no tiene naturaleza; lo que tiene es historia”.
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