La vida sin olfato es mucho más difícil de lo que parece, pues la anosmia, un síntoma que hasta hace dos años era desconocido por muchos, ha ganado popularidad en el contexto de esta pandemia (aún en curso), y se convirtió en una de las manifestaciones más claras del COVID-19.
Por infobae.com
Antes de la pandemia, este sentido químico era relegado y marginado, incluso por los profesionales de la salud, a diferencia de la vista y la audición (sentidos físicos). El sentido del olfato llegó a recibir el nombre de “sentido mudo”, a pesar de que es sabido que está presente desde que hay vida en la Tierra, hace unos cuatro mil millones de años.
Según datos proporcionados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta el año 2019, el 5% de la población mundial sufría de anosmia (falta total del olfato). Tras la pandemia por coronavirus, actualmente su incidencia se ha multiplicado.
En la actualidad es difícil saber exactamente cuántas personas sufren de anosmia a causa del coronavirus. Lo que sí se sabe con certeza es que hay pacientes con cuadro post COVID que concurren a la consulta esperando con ansias el regreso del olfato y el sabor, con momentos angustiantes y de aislamiento o depresivos en forma alternada.
Estas personas, en primer lugar, buscan información en internet, escuchan a amigos y conocidos con experiencias similares y realizan múltiples consultas médicas con diferentes especialistas. Esto se debe a que el tratamiento de las alteraciones del olfato tiene un enfoque multidisciplinario, la persona afectada tiene la necesidad de ser contenida y encontrar una respuesta, una solución o quizá encontrar a alguien que entienda lo que le está sucediendo.
Esto es más grave aun cuando, al cabo de unos meses de haber transitado por la enfermedad, ocurre la reconexión o llegada de los olores al rinencéfalo, que es la zona del sistema nervioso central donde se huele.
Esta reconexión aparece como una disosmia, que es la alteración de la calidad de los olores. Se manifiesta con una percepción distorsionada de los olores, las personas refieren oler feo, que ciertas comidas o bebidas saben a podrido; el testimonio más común es que el café sabe espantoso. Lo mismo sucede con las carnes, los huevos y la cebolla. Esto tiene una enorme repercusión negativa en la calidad de vida.
Las personas que dan positivo por coronavirus y solo tienen anosmia, sin otros síntomas asociados, suelen padecer una forma leve de la enfermedad. La pérdida del olfato está presente en alrededor del 60-70% de los pacientes con COVID-19 y si bien la gran mayoría lo recuperan, alrededor de una cuarta parte continúa con problemas.
Por otro lado, la anosmia fue disminuyendo con la aparición de nuevas variantes. En términos de alteraciones del olfato, la variante más agresiva fue la Delta.
Hoy en día estamos atravesando la cuarta ola de contagios. La evidencia local muestra nuevamente la aparición de anosmia como síntoma cardinal, aunque con una diferencia muy importante: la recuperación del olfato pareciera ser más rápida.
El olfato en nuestra vida
El sentido del olfato nos facilita una vida más segura y más fácil; cualquier trastorno asociado con él puede causar problemas graves en nuestra vida cotidiana. Este maravilloso sentido es mágico poderoso, complejo y misterioso, y cuando se pierde, la persona literalmente se “desconecta” del mundo.
El olfato constituye un instrumento sutil que nos permite relacionarnos: nosotros olemos y nos huelen, saboreamos comidas y bebidas. Este sentido es protagonista de nuestra vida social, actúa como un sistema de alarma ante distintas situaciones y permite advertir el peligro como, por ejemplo, la presencia de humo o gas. Los olores están siempre presentes, sean agradables o desagradables, y se almacenan en la memoria, por lo que al oler evocamos recuerdos, de diferentes situaciones, sitios, lugares y personas.
La afectación del olfato produce trastornos alimenticios y psicológicos, disminuye las oportunidades laborales, influye en el comportamiento sexual, tiene incidencia en el aseo personal y en la higiene de la casa. Por todo esto, afecta gravemente la calidad de vida.
En general, nunca hablábamos del olfato antes de la pandemia, pues no recibimos educación acerca de este sentido, y hablar de olores, aromas, fragancias, sabores y gustos daba lugar a confusión. Esto no ocurría en las personas que necesitan de su olfato para trabajar, como los enólogos, los cocineros, los bomberos y los perfumistas, quienes tienen, gracias a la ejercitación continua, un registro muy marcado de los olores.
Pero en la actualidad, las personas que tuvieron COVID-19 y aún tienen alteraciones olfatorias han adquirido conocimiento y enriquecieron su vocabulario para describir los olores que sienten.
Como decimos siempre, lo importante es consultar al especialista, quien sabrá determinar cuál es el mejor tratamiento para cada persona.