De fácil esfumación, se dice de una alharaca digital del oficialismo con motivo del nuevo aniversario de uno de los alzamientos más temerarios en la historia continental, suficientemente explicativo de un período de generalizada y desbocada violencia que se estrelló contra un espeso muro de contención: la sólida alianza democrática en defensa de las libertades, frente al intervencionismo tozudo y estrepitoso de Fidel Castro. La sublevación de la infantería naval rubricó la eficaz infiltración a la que le daba continuidad el Partido Comunista, sellando la otra alianza, la cívico-militar, que de haber logrado inmediatamente la victoria hubiese tenido un futuro incierto, porque La Habana contaba con otra nómina para el ejercicio del poder; no pasaba precisamente por la sede de Cantaclaro y mucho menos por la de los díscolos urredistas de entonces, cuyo meridiano no era el de Greenwich.
Alrededor de 400 muertos y 700 heridos fue el saldo de tamaño evento, aunque rápidamente la maquinaria propagandística de la subversión en curso convirtió en un atroz y desalmado victimario a Rómulo Betancourt, eludiendo toda las responsabilidades del caso. No es difícil imaginar la respuesta que hubiera dado Chávez Frías y el mismo Maduro Moros ante las insurrecciones de grandes magnitudes como las que realmente afrontó el guatireño para darle continuación a una experiencia inédita en nuestro país, pues, al menor gesto de protesta, la orden del supremo y, faltando poco, eterno, los títulos oficiales, fue la de echar gas del bueno y, todo un detalle, sigue vigente la resolución nr. 008610 de 2015 del ministerio de la Defensa, autorizando la intervención con armas de fuego de toda manifestación pública.
Un historiador que creó escuela en nuestro país, Domingo Irwin, hizo importantes consideraciones en torno a la acción militar y política de Puerto Cabello, sobre la conducción tan confusa de las operaciones por los cuadros militares y partidistas intervinientes de “condición civil mas no civilista” que llevó después a crear las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), o las – por entonces – limitaciones profesionales de la oficialidad subalterna, entre otros aspectos, para concluir: “El porteñazo poco tuvo que ver en la evolución histórico – política venezolana. El tradicional personalismo venezolano sí: la muy fuerte condición corporativa militar, sí; la ambición de poder de los tradicionales perdedores del juego político venezolano de la segunda mitad del siglo XX, sí”. Empero, al alegar la sola naturaleza pretoriana de la entidad, como el golpismo, discrepamos al restarle responsabilidad a la estrategia cubana de una “acción criolla, vernácula y sangrientamente muy venezolana”, preparada por largos meses (*).
Héctor Rondón Lovera fue el afortunado fotógrafo que alcanzó el Premio Pulitzer del año siguiente, al arriesgarse en La Alcantarilla para captar al capellán Luis María Padilla auxiliando al cabo Andrés Quero, en medio del tiroteo de liberación de 80 guerrilleros, comprobando el impacto que provocaron las noticias porteñas. Al iniciarse la era de las bonanzas petroleras, la de una alteración de valores que a la postre nos trajo a esta otra orilla de la historia, Román Chalbaud – paradójicamente, beneficiario de la ayuda del Estado – rodó un éxito cinematográfico como “La quema de Judas” que recupera la versión tan victimizada de una izquierda que pareció tomarse en serio el debate relacionado con sus derrotas, algo que no fue así como lo demostró al finalizar la centuria.
Por muy nostálgicos de las viejas luchas que se digan, aunque obviamente no las protagonizaron, los eventos de un inicial, extraordinario y asombroso empuje que inauguraron aquélla década, no encuentra cupo en el imaginario social de los más fieles seguidores del madurato, como ciertamente ocurre con los actos de un cuatro de febrero ampliados para toda celebración propagandística de esta centuria.
(*) Domingo Irwin (2014) “El porteñazo. ¿Una divisoria de aguas para Venezuela durante la Guerra Fría?”, en: Alejandro Cardozo Uzcátegui (director) “Venezuela y la guerra fría”, Editorial Nuevos Aires, Caracas, 2014: 116, 123.