El objetivo de todo venezolano decente es deshacerse de una vez por todas de una estructura política y jerarcas, los cuales han traspasado cualquier precepto jurídico, constitucional y moral, para obtener beneficios para su grupo ideológico y para sí mismos.
La meta para los ciudadanos venezolanos, es romper las cadenas que han mantenido a la república, desde mucho tiempo atrás y ahora con más fuerza, como un país pobre, dependiente, con una empresa muy poco productiva y nada competitiva, menos aún con un nivel de industrialización deseable. Como si fuera poco, los dos pilares fundamentales para el desarrollo individual y humano: la educación y la salud, convertidas en instituciones persistentemente desprovistas y sufridas.
Las alternativas se presentan de acuerdo a todas aquellas configuraciones, entorno a la meta principalmente, que supone un hecho puntual, que es salir de los figurones y la esencia que les ha permitido llegar ahí y mantenerse.
Es por estas razones, que si bien la democracia es el mecanismo para la interfase entre la sociedad y los cambios dentro del Estado y las políticas públicas; puede decirse que a través de mecanismos electorales, esta no garantiza que la meta pueda ser lograda incluso cumpliendo de hecho el objetivo.
Más de una vez en el plano electoral, se ha planteado lo que se llama “unidad” y aunque es mejor en términos teóricos los conceptos de uniformidad de criterios, unanimidad o consenso, en la práctica se transforma en la ley del más fuerte; en nuestra realidad, el más “vivo”, mejor financiado o mejor avalado por la estructura imperante.
Esto deja entonces pocas alternativas no para lograr el objetivo, sino la meta. Debe ser una alternativa que no se pierda en necedades o fábulas de que todos pensamos y actuamos igual, ¡No!; la alternativa se centra en presentar un plan operativo y un plan de acción, bastante cercano a las capacidades y recursos, una especie de tope o estrategia del 70%.
La razón de estos números no nos hace débiles, sino claros en que todo no lo podemos hacer y que requerimos en ese mediano plazo, amparados en las libertades plenas y con un Estado y sociedad que concreten el concepto de seguridad de la nación, para que el país pueda entonces dirigirse a estadios de bienestar.
Tomando en cuenta el abanico de posibilidades, me atrevería a hacer una recomendación a la persona que puede llevar parte de esta responsabilidad sobre sus hombros, y es que cuando alguno le pregunte (incisivo o artero) si quiere ser presidente, le responda claramente y rotundamente que sí, y es para concretar la alternativa y llevar adelante lo que ninguno se ha atrevido y jamás se atreverán, por cómodos, lisonjeros, incapaces y cómplices.