La revolución castro madurista ha destruido la educación, como destruyó las instituciones, la economía, la infraestructura y la convivencia civilizada. Su afán hegemónico y totalitario los llevó a concebir la educación, como el instrumento de dominación de la voluntad de las personas. Además del control total de los principales medios de comunicación social, a los fines de dominar la mente y la voluntad de los ciudadanos mediante la manipulación de la información, la censura y la propaganda, se plantearon un proceso de ideologización de los estudiantes mediante un cambio en los programas educativos desde la educación básica hasta la universitaria.
Para lograr ese objetivo, eliminaron la carera docente, despidieron y hostigaron a miles de maestros por resistirse al empeño de ofrecer una educación alienada, por la atrasada cosmovisión marxista del hombre y la sociedad. Especial mención debemos hacer de la manipulación de la historia, la reformulación de los programas de ciencias sociales, así como el empeño en deificar a personajes, como Hugo Chávez, Ezequiel Zamora, Fidel Castro y el Che Guevara.
Toda esa política se buscó extender hasta las educación superior. La resistencia en las universidades autónomas y experimentales a ese proceso de ideologización llevó a la cúpula roja a desarrollar un cerco institucional, político y económico a todas nuestras casas de estudios superiores. Se procedió a crear universidades paralelas para oponerlas a las tradicionales, a la par que se acrecentaba el cerco con el cual se obligó a miles de docentes, investigadores, técnicos y personal administrativo a abandonar sus puestos de trabajo para ir a otros países o a otros trabajos, a buscar la forma de resolver la precariedad a la que el socialismo del siglo XXI les sometió. Lo cierto es que estos 23 años de revolución han representado el más dramático salto al vacío de nuestro sistema educativo.
A la errada política educativa se suma la tragedia de la nación. El fenómeno de la diáspora, en combinación con la deliberada decisión de cerco a las universidades, y de instrumentalización del resto del sistema educativo, ha producido una reducción del más del 50% de la matrícula escolar en todos los sectores.
Al destruir la carrera docente se terminó el mejoramiento profesional, lo cual ha redundado en una brutal caída de la calidad educativa en todas las disciplinas. A la brutal reducción de la matrícula, de la plantilla profesional y de la calidad educativa se suma el absoluto abandono de toda la infraestructura educativa. Maduro ha profundizado esa destrucción. Su administración, además, liquidó el transporte escolar, los comedores universitarios y estudiantiles y los programas de becas. La historia registrará esta etapa histórica como la época negra de la educación y la cultura.
En un siglo, estos años del régimen comunista, representan la etapa histórica en la que menos escuelas, liceos e instalaciones para la educación superior se han construido en nuestro país. Paradójicamente esa destrucción de la infraestructura educativa y la paralización de nuevas edificaciones, se dio en el momento (2003-2012) en el que nuestro país recibió la más cuantiosa suma de recursos financieros de toda su historia económica. La cúpula roja no pensó en la educación para invertir. Solo les preocupó la compra de armas de guerra y chatarra militar, así como proyectos populistas con los cuales justificar el más brutal saqueo de la historia moderna.
El gran cambio que nosotros debemos lograr es el de nuestro sistema educativo. Para que el cambio político por el que estamos luchando pueda lograrse de forma estable, y sea auténticamente una transformación de largo alcance, tenemos que colocar a la educación como una prioridad fundamental en la nueva etapa que debemos alcanzar.
El cambio en la educación supone entonces, primero, un cambio político. Mientras Maduro y su camarilla esté en el poder no será posible lograr una educación plural, democrática y de calidad, promotora de una gran cambio en nuestra sociedad. Quienes deseamos ese cambio educativo debemos internalizar la urgencia de ese cambio político.
Instaurada la democracia, debemos convertir a la educación en una prioridad del nuevo estado democrático, y por ende de toda la sociedad. Debemos pasar del estado docente a la sociedad educadora. El estado tendrá una responsabilidad significativa en la conducción, promoción y ejecución de la función docente. Pero debemos dejar atrás la concepción de un estado hegemónico y monopolizador del proceso educativo. Los diversos sectores de nuestra sociedad tienen una responsabilidad en ese proceso. De entrada será menester, revisar a fondo, todo lo relativo a los programas de estudio. Necesitamos una educación para la libertad, la democracia, la responsabilidad, productividad, modernidad y la solidaridad.
Especial atención debemos ofrecer a los docentes, a quienes debemos garantizar estabilidad laboral, reconocimiento social, dignificación de su función mediante un progresivo proceso de recuperación de su bienestar socio económico. Solo así se le podrá exigir compromiso y dedicación exclusiva a la función docente.
El estado democrático tendrá la inmensa tarea de recuperar la infraestructura educativa hoy arruinada. Los estudiantes deben ser igualmente objeto de atención y estímulo para que internalicen la importancia de la educación. En estos tiempos, miles y miles de jóvenes no se sienten atraídos por la educación. Prefieren dedicar su vida a otras actividades y/u oficios, antes qué pensar en acudir a la escuela.
Una educación de calidad, ajustada a las necesidades del país, con profesores y alumnos debidamente considerados, en instalaciones decentes y funcionales, deberá ser una tarea fundamental para lograr la reconstrucción de Venezuela.
Caracas, 13 de Junio de 2022