El pasado domingo, fue electo G. Petro presidente en Colombia. Un resultado sin sorpresas. Ganó las elecciones en segunda vuelta, con el 50.4% de los votos, contra el 47.3% de su oponente un acaudalado empresario. El resultado no sería muy relevante en un país convulsionado por la violencia durante muchos años, y con tradiciones e instituciones democráticas bastante consolidadas, sino fuera porque Petro es un comunista, ex guerrillero del movimiento terrorista M19 que desapareció hace más de 20 años, y se transformó en otras agrupaciones políticas en el marco de la vida democrática colombiana.
Petro será el primer presidente colombiano de izquierdas, que había fracasado en sus dos postulaciones anteriores, y es un político con experiencia. El gobernó como alcalde de Bogotá y su gestión populista, con propuestas radicales, fue por lo menos controvertido. Su programa de gobierno actual, no es menos populista y ambicioso, pasa por cambiar el modelo energético mediante una “economía productiva”, sin decir cómo hacerlo; por reformar el ejército y “desmilitarizar el país”, sin aclarar como consolidar la paz con los grupos terroristas que hay en el país; por una reforma agraria para “democratizar la propiedad”, sin especificar de qué manera se puede democratizarla; ampliar los beneficios de la salud pública; incrementar los impuestos a los ricos; desprivatizar el sistema de pensiones; acabar con la corrupción, sin decir cómo lo hará; imponer la igualdad de género en la sociedad y promover el empleo público del estado para combatir el desempleo, sin saberse de dónde provendrán los fondos para eso; y lo que es más amenazante aún, reformar la constitución colombiana, posiblemente con la intención de acomodarla a sus propios intereses políticos de perpetuarse en el poder, al igual que lo han tratado de hacer en otros países, Venezuela y Bolivia por ejemplo, con éxito en el primer caso.
Petro es además partidario de la Integración de América Latina, al igual que lo fuera Chavez en su momento, aunque en su caso posiblemente será un liderazgo débil porque no cuenta con los recursos inmensos petroleros que tenía su predecesor.
Al igual que en Chile, o Perú, el éxito de Petro seguramente se debe más que por razones ideológicas probablemente se debe a descontentos y frustraciones con los regímenes de turno, manifestadas en protestas y manifestaciones públicas, o atentados contra las instituciones. Sus propuestas no sorprenden mucho, porque son las más representativas y frecuentes de la izquierda en América Latina, en los últimos años. Comenzando con Chávez en Venezuela, y seguido más recientemente por Boric en Chile, Lopez Obrador en México, en Bolivia, en Argentina, Nicaragua, etc.
Este resultado electoral representa actualmente una ola actualizada de los recurrentes giros políticos radicales, en este caso hacia las izquierdas más rancias, y que amenaza las democracias incipientes en la región; en respuesta a la inmadurez de las democracias, su poca efectividad para resolver problemas sociales endémicos y, sobre todo, por el problema de la corrupción de sus instituciones y funcionarios públicos, que en el caso de Colombia es un mal endémico grave. Según una encuesta, el 81% de los colombianos ven a la corrupción como uno de los principales problemas del país, por delante de la desigualdad (58%) y la inseguridad (57%). Solo el 5% tiene una opinión favorable de los partidos políticos del país.
Petro no será probablemente un presidente de izquierda moderado, tiene reputación de autoritarismo y nunca ha condenado, ni condenará, los regímenes de Cuba, Nicaragua o Venezuela, como si lo ha hecho por ejemplo otro presidente izquierdista, Boric de Chile. Tampoco se sabe todavía, porque no ha hecho referencia a eso en su campaña, cómo quedarán las relaciones entre Estados Unidos y Colombia, firme aliado, de colaboración y cordialidad. Lo que sí se sabe es que se abrirán nuevamente relaciones diplomáticas y comerciales con Venezuela, siendo Petro un incondicional admirador del fallecido presidente de ese país. Además, nunca se ha referido al régimen actual en ese país como autocrático, no se diga dictatorial, y se asume que esas relaciones serán de abierta solidaridad y cordialidad.
El único contrapeso que puede reducir el impacto negativo de las políticas de Petro, como casi todos los regímenes de izquierda, que se estima sobre todo en ampliar el déficit fiscal, en la reducción de inversiones y reducción del crecimiento del PIB, será el poco apoyo legislativo que tiene en el congreso, apenas un 15% de los congresistas, por un lado, y por otro la solidez y madurez de las instituciones, así como la polarización social, ya que casi el 50% de los colombianos se ha opuesto en las urnas a sus propuestas electorales.
Es difícil oponerse a las propuestas de Petro, a menos que uno quiera ser acusado de reaccionario o de incorrección política; el problema con estas promesas populistas y demagógicas, valga la redundancia, es su falta de credibilidad probada, los fracasos comprobados de propuestas similares que frecuentemente conducen a la ruina de un país y contribuyen a crear élites emergentes privilegiadas y, en consecuencia, a perpetuar la pobreza, las desigualdades sociales y la corrupción.