Carlos Alberto Montaner: El dilema de Petro

Carlos Alberto Montaner: El dilema de Petro

Carlos Alberto Montaner

Todo fue muy civilizado. Muy colombiano. Muy educado. El presidente Iván Duque, a quien la historia lo absolverá porque no se ha echado un peso al bolsillo, lo llamó, lo felicitó y le ofreció reunirse con él. Álvaro Uribe dijo algo que lo honra. Fue su primera reacción ante el triunfo de Petro el domingo 19 de junio: “Para defender la democracia es menester acatarla. Gustavo Petro es el presidente”.

Gustavo Petro, en cambio, les dio las gracias a los “jóvenes” y a “las minorías oprimidas”. Con los primeros tiene razón. Su triunfo no se explica sin la juventud que le dio su primer voto a los 18 años, a los 19, 20 o 21, ayudado por la falta de memoria histórica, dado que la Toma del Palacio de Justicia ocurrió en los tiempos remotos, casi bíblicos, de 1985. En cuanto a las “minorías oprimidas”, no se sabe exactamente a quiénes se refiere. Tiene que explicarse.

Como tiene que explicar el galimatías que ha armado al decir que va a inventar “el capitalismo y la democracia”. Con todas las deficiencias qué existen en el engranaje económico de Colombia, sí hay empresas privadas y éstas están regidas por el mercado, como es notorio que acontece en la nación: ahí hay capitalismo. Al mismo tiempo, ¿cómo llegó él al poder si no existiera el modelo democrático universalmente respetado?





Daniel Raisbek es un pensador liberal de El Cato Institute. Y dijo que Petro forma parte del “establecimiento” político habitual, aunque con las incorporaciones de “académicos de izquierda, periodistas o influenciadores progresistas, carcamales del sector público y políticos de carrera, según la ideología que, gelatinosamente, une a estos subgrupos, la muy intervenida economía nacional, la cual ocupa el puesto 92 en el Índice de libertad económica del Instituto Frazier”.

Se sabe que los primeros 30 puestos son los sospechosos habituales de siempre. Los países mejor organizados, los más prósperos, los que siempre tienen un aluvión de inmigrantes llamando a sus puertas: los escandinavos (Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Islandia), Inglaterra, Suiza, Luxemburgo, Estados Unidos, Canadá, Francia y Alemania, Holanda, Bélgica, Italia, España, Irlanda, Austria, Portugal y, últimamente, para demostrar que el agua siempre coge su nivel, la República Checa o Chequia.

Los 30 siguientes, los que quedan de la Unión Europea, más los árabes ricos -Qatar, Los Emiratos, Arabia Saudita- y algunas islas del Caribe, como Bahamas, Barbados, República Dominicana. O como Martinica, Puerto Rico y Curazao, que son libres, pero no soberanos. A los que se agregan algunos rincones asiáticos (Singapur, Taiwán, Corea del Sur). Hay un vínculo clarísimo entre la libertad y la prosperidad. Eso está perfectamente transparente en el “Índice Frazier” o el de la “Heritage”. Vale la pena examinarlos a ambos.

En general, esos índices tienen en cuenta varias categorías: The Rule of Law (La existencia de Derechos de Propiedad, la respetabilidad de los tribunales, y la decencia y honradez de los gobiernos). El tamaño del gobierno (Medido por el porcentaje de los impuestos, la Intensidad del gasto público, y los hábitos fiscales). La eficacia reguladora (La libertad para hacer negocios, la libertad para trabajar y la libertad cambiaria o para hacer con los beneficios lo que les plazca a los dueños). La verdadera apertura de los mercados (El comercio realmente libre, libertad para invertir y libertad financiera).

El problema que se le planteará a Petro, y a cualquiera que gobierne, es que si elige el mercado, el capitalismo y la democracia (como él se ha comprometido), no hay duda de que ha seleccionado la mejor opción de acuerdo a la naturaleza humana, pero eso tiene un costo en diferencia de ingresos, en desajustes sociales y en distinto modo de entender la vida.

Por la otra punta del fenómeno, si elige controlar la naturaleza de los seres humanos, estará sustituyendo la democracia por la autocracia y dará lugar a un mundo más chato y gris. (Créame, señor Petro: yo vengo de una sociedad en la que sacrificaron la libertad para lograr la igualdad). Al final sólo lograron el cinismo y la miseria más abyecta.