Se especula que Gustavo Petro será una reedición del modelo Chávez. Al respecto, es oportuno referir que quienes en Latinoamérica se declararon seguidores del llamado socialismo del SXXI, fueron todos gobernantes populistas, autoritarios y acusados de corrupción. Sin embargo, sus administraciones marcaron profunda distancia con las ejecutorias anti mercado, anti inversión privada y de espaldas a la gran masa trabajadora que caracterizan el castrochavismo. Veamos algunos indicadores.
En los diez años de gobierno de Rafael Correa, la tasa de pobreza disminuyó 38% y la pobreza extrema 47%. Crecieron notablemente las oportunidades de empleo. El gasto en educación superior alcanzó 2,1% del PIB, el nivel más alto en América Latina.
Con Evo Morales, Bolivia registró entre 2006-2009, crecimiento de 5.25% anual del PIB. De 2006 a 2017 redujo la pobreza extrema de 38 a 17% y durante todo su mandato la cifra de desempleo bajó de 8,1 a 4,2%.
Con Lula Da Silva, 2003-2011, cerca de 20 millones de brasileños salieron de la pobreza extrema, el programa Hambre Cero garantizó el acceso de las familias indigentes a los alimentos básicos. La malnutrición infantil retrocedió 46%. En 2010, el Programa Alimentario Mundial (PAM) de la ONU distinguió a Lula como “campeón mundial de la lucha contra el hambre”.
Dilma Rousseff, 2011-2016: con su plan Brasil sin miseria continuó rescatando población de la pobreza extrema, la inflación no superó 4.5%, atrajo inversión extranjera de $60 millardos anuales y fue férrea defensora de los empresarios brasileños.
Compárese estos datos con el desastre de Venezuela 1999-2022: la economía diezmada y reducida al hueso de su tamaño original, hoy 94% de pobres, destrucción de todas las empresas básicas, años de hiperinflación, degradación del empleo, salud pública desamparada, alarmante malnutrición infantil, servicios públicos en ruinas, etc. Al margen del estilo de política que asuma, dudamos que esta catástrofe socioeconómica sea modelo para Petro, tampoco para gobernante alguno. No subsistiría.