Cualquier visita a la región sur del hemisferio occidental sirve para constatar que América Latina ha ingresado en una fase de autodestrucción similar a la que generó olas de la hiperinflación que acabaron con sus clases medias. La imagen es igual tratase de Buenos Aires, Lima, Caracas, Bogotá, Santiago o Ciudad de México. Mendigos en las calles, limpia parabrisas en las paradas de los automóviles, sin techo durmiendo en plazas y la mirada triste que denota graves preocupaciones financieras en todas las caras. Lejos están los días de los paseos en familia por los centros comerciales y la realización de ferias comunales en los parques públicos. En síntesis, la región entera ya ingreso en el peor de los mundos; inflación con recesión económica.
Y aun cuando muchas han sido las recesiones que han ocurrido desde comienzos del siglo XIX cuando se inició la separación de España esta tiene particularidades que la hacen aterradora. Se trata de una recesión provocada por una ruptura evidente de las cadenas de suministro y por la transformación profunda que se ha operado en el mercado laboral. Reponer los eslabones rotos de la cadena de suministro puede tomar varios años. Y mientras ello ocurra la recesión y la inflación caminaran juntas. Otro factor de enorme peso y consecuencias para el futuro ha sido el impacto del COVID 19 sobre los mercados laborales del mundo. En Europa, Japón y Estados Unidos el miedo al contagio y el aumento súbito de liquidez experimentado como consecuencia de los planes de estimulo provocaron lo que en Estados Unidos se ha dado en llamar: “la gran renuncia” Porque el 45% de los empleados del sector servicio no se reintegro a sus labores habituales luego que paso pandemia. La mayoría d estas personas invirtió los estímulos en crear negocios propios. En consecuencia, el sector servicios tendrá que subir los sueldos para poder atraer personal y esto alimentará la inflación. Y la inflación en los países productores de manufacturas se traduce en alto costo de la vida para los piases de América Latina. En síntesis, estamos frente a un panorama poco auspicioso en el terreno económico que pareciera que se va a prolongar.
Esto presenta varios dilemas para Estados Unidos y para las fuerzas democráticas latinoamericanas. Para Estados Unidos el 45% de sus exportaciones de manufacturas van a América Latina. Si esta proporción cayera, la recuperación económica de Estados Unidos tomará más tiempo y será mas difícil. Para América Latina sus debiluchas democracias posiblemente sucumban ante una crisis económica que no parecería poderse evitar.
La retroalimentación de los efectos de la ruptura de la cadena de suministro y el rechazo al trabajo en el sector servicios podría crear una suerte de tormenta perfecta que pareciera envolverá a las Americas en olas de inestabilidad política y debilitamiento económico. Esto quizás se parecerá a los años post independencia cuando la depresión económica y la violencia engendraron gobiernos autoritarios en toda la región latinoamericana mientras Estados Unidos caía presa de la deuda externa y de la recesión.
*Internacionalista; Maestría en desarrollo económico, integrante del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos