Desde afuera a muchos les resulta cada vez más difícil seguirle el paso a lo que sucede en Venezuela. El país pareciera perderse en medio de diferentes realidades, para algunos muy alentadoras, para otros no tanto. En medio de todo este panorama, hay quienes pudiesen verse tentados a afirmar que es precisamente la realidad de los bodegones de lujo, de los restaurantes repletos y de los fines de semana de conciertos en la terraza del CCCT la que vive la mayoría de los venezolanos. Nada más lejos de la verdad, lamentablemente son millones quienes siguen padeciendo la destrucción que ha significado más de dos décadas de hegemonía chavista en Miraflores.
De acuerdo con cifras de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Venezuela se ubicará en 2022 entre los países de mayor crecimiento en la región, por encima de Chile, Colombia y Perú, paradójicamente los países que reúnen el mayor número de migrantes venezolanos en Latinoamérica. Entonces ¿significa el pronóstico de 5% de crecimiento para 2022 pone a Venezuela en mejor situación que Chile, Colombia y Perú? La respuesta, aunque puede resultar obvia, no lo es. Estar mejor cuando se sale de la hecatombe puede ser muy relativo, sobre todo cuando dicha “mejoría” la disfrutan solo unos pocos y al resto le toca conformarse con el alivio que significa encontrar de todo en los supermercados, pero sin tener capacidad de compra.
Los salarios, incluso los dolarizados, se transforman en polvo cósmico frente a las crecientes necesidades de una familia promedio en Venezuela. Ni hablar de la tragedia que significa enfermarse en un país con un sistema público de salud desmantelado. Los jubilados y pensionados no viven, sobreviven con 130 bolívares al mes y aunque algunos cuentan la ayuda que significa las remesas, el presupuesto familiar se sigue quedando corto. Los economistas llaman a este fenómeno “crecimiento desigual”, lo cierto es que no hace falta haberse graduado de economista para percibir que el surgimiento de una elite económica bajo la sombra de los privilegios del poder no detiene el empobrecimiento de las grandes mayorías resultado de la destrucción del aparato productivo y del empleo formal.
Nuestro país ahora es de unos pocos. Sigue siendo invivible para gran parte de los venezolanos y lo seguirá siendo mientras el poder siga en manos de quienes hoy lo secuestran. Lamento disentir con quienes sostienen que la salida a la crisis que nos aqueja desde hace años no depende de un cambio de régimen, sino de un cambio de ánimo y en la manera de ver la vida. Se puede ser el más optimista y emprendedor del mundo, pero si vive en un país donde el Estado no cree en la iniciativa individual, desprecia el valor del trabajo, desecha el mérito y se aprovecha del esfuerzo ajeno, se está arando en el mar. Pensar así significaría también ir más allá de la resignación y creer que es posible vivir bien cuando se vive sin democracia y libertad.
@BrianFincheltub