“…una conducta que entra en contradicción con la norma, una contradicción que nace necesariamente en la cabeza de su autor, tomando a esto como dato central, la contradicción va a nacer en la cabeza del autor, pero ineludiblemente debe ser objetivizada en el mundo real…” Adrián Maximiliano Gaitán
Más allá de show que se presume haría el gobierno en el caso de Carlos Lanz, un camarada insigne, como pocos, según Diosdado, asistimos a un espectáculo que, como decía Tivisay Lucena, es de tendencia irreversible en revolución. Me explico, si le dieramos el beneficio de la duda, mejor aún, un voto de confianza al Ministerio Público, en la persona de su máxima autoridad, en relación a las incidencias públicas, notorias y comunicacionales sobrevenidas en el caso referenciado, hemos de admitir la degradación del ejercicio de la acción penal, en consecuencia, la erosión del sistema de administración de justicia, proceso Silente que nos viene agoviando a muchos en Venezuela, refrendado sin más a la vista de toda la sociedad venezolana con esta puesta en escena de resultas investigativas fuera de contexto normativo.
El riesgo en torno al hecho en cuestión, es quedarse en el mencionado show, con disquisiciones intrascendentes que lejos de tocar el fondo del asunto contribuyen a qué pase inadvertido el innoble accionar fiscal, parodia del ejercicio de la acción penal devenido en contraste de opiniones y criterios jurídicos coincidentes no sólo en el hecho del disparate convertido en hecho noticioso, sino también en un aspecto de mayor gravedad, que la institución fiscal habría incurrido en delito, por lo demás, flagrante.
Resulta capcioso que casos de desapariciones, como el de Carlos Lanz y Hugo Marino, se resuelvan con la clara intención de acallar un clamor de justicia elevado a instancias internacionales. Las intepestivas resultas en ambos casos, también en el de un funcionario de inteligencia cuyos familiares sostienes que fue incriminado con el montaje de una escena del crimen, reflejan un patrón o dinámica exculpatoria de instituciones públicas que, por acción u omisión, no han sabido, por no decir que no han querido, dar respuesta convincente, ajustada a derecho y a la realidad, por ejemplo, a la mamá de Hugo Marino, tampoco la tuvieron para la viuda del camarada ahora enzalzado, que a fin de cuentas terminó en el satírico rol de victimaria, alabando una eficiencia fiscal que más que satisfacer, asusta, vista la distorsión normativa sobre la cual afloró.
Se dice que no hay cuerpo del delito, en efecto, es así; que se manipuló la fase de investigación, lo cual sería cierto; que en un estudio de televisión no se rinde declaración y es cierto; que la reserva de las actas se fue al car… también es verdad; que se ofende o irrespeta tanto a la víctima como a los victimarios, sería así; que se envenenó el proceso penal, que se ejecutó delito en la investigación de otro delito… ¿Qué no se dice?
Hablando de resultas. Resulta obvio que la delación como quehacer probatorio (tema tratado magistralmente por el profesor Ángel Zerpa) fue tergiversada, lo mismo parece haber ocurrido con la confesión. Respecto a la confesión de la supuesta aurora intelectual, cuya disposición a echar el cuento, contento y júbilo se lo atribuyen a su condición de destacada funcionaria pública, no luce veraz, en otras palabras, carece de veracidad. En ese sentido, entre más pruebas muestran, más dudas aparecen, algo lógico en un contexto investigativo cuyo sustento fáctico sería la ocultación de una verdad hecha escurridiza, tan escurridiza cómo en el caso de la muerte de Danilo Anderson, referente este último que arroja luces sobre otro patrón, no sólo de la distorsión del ejercicio de la acción penal sino también de la administración de justicia en general.
Los upatenses, como Carlos Lanz, son gente de buena imaginación, no cuenteros, cuenteros parecen ser quienes están detrás de las resultas del proceso investigativo de su desaparición y muerte. Allá, en Upata, el pueblo natal del difunto Carlos, en la Piedra de Santamaría, acompañado de Ludmila y Cristóbal, me echaron un cuento de un monstruo que aterrorizaba a pobladores del llamado Valle del Yocoima, no a todos, sólo a los mentirosos, en razón del término de la distancia, quizá en sueños se le aparecerá a quienes según la percepción generalizada en la opinión pública mienten en este sonado caso de un alto funcionario gubernamental, para más señas, militante del PSUV, según Diosdado, de los buenos, imagínense, que quedará para los malos.
Montaje, tergiversación, distorsión, mentiras, falsedad, son algunos de los términos perceptibles en las opiniones vertidas por estos días en relación al caso incomento, que endosados al sistema de administración de justicia representan alertas respecto a su incorrecto funcionamiento y que hoy por hoy constituye lo que llaman muchos: la normalización del mismo, con razón el eximio procesalista penal Leonardo Perreira Meléndez no se cansa de indicar que el sistema adversarial penal murió y nadie le prendió una vela, para significar el daño que se le estaría haciendo a uno de los pilares de la democracia: la justicia.
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