La tarde del viernes 9 de julio de 1982, pleno verano europeo, fue la última que pudo disfrutar Kalinka Bamberski (14). En lo que sería su día final no hizo nada fuera de lo habitual: se bañó en la pileta para combatir los 30 grados que marcaba el termómetro, discutió con su hermano Nicolás (11) porque no la dejó leer una cartita que había escrito, paseó la perra y comió en familia.
Por infobae.com
La adolescente, una bella y saludable deportista, estaba pasando sus vacaciones de verano en Lindau, Alemania, en la casa de su madre Danièle y su padrastro, el influyente cardiólogo Dieter Krombach.
La mansión de los Krombach tenía todas las comodidades y estaba enmarcada por un paisaje bucólico muy cerca de una población de ensueño.
Todo parecía ser perfecto, pero ese viernes se convertiría en la peor pesadilla.
Inyecciones de maldad
Apenas terminaron de cenar, Dieter Krombach tomó una jeringa de su maletín y, como otras veces, le ofreció a Kalinka una inyección para prolongar el bronceado. Su hijastra estuvo de acuerdo. Él aplicó en su brazo derecho el preparado con hierro y cobalto. Esto era algo que el doctor solía hacer como favor a amigos y familiares. Antes de irse a acostar le pidió a Kalinka -quien dormía en la planta baja- que a la medianoche se encargara de apagar las luces de la casona.
La familia ensamblada se fue a dormir… ¿dormir?
Transcurrida la noche sin sobresaltos aparentes, a la mañana siguiente, fue el mismo Krombach quien encontró a Kalinka inmóvil en su cama.
La joven no respiraba.
La intentó revivir administrándole varios medicamentos en sucesivas aplicaciones. No obtuvo respuesta y llamó a emergencias. Dijo que había una persona inconsciente y pasó la dirección para que enviaran una ambulancia.
Cuando las sirenas llegaron ululando Nicolás se despertó y escuchó llorar a su madre.
El dueño de casa les dijo a los paramédicos que creía que era demasiado tarde y los condujo hasta la habitación de Kalinka. La paramédica notó que el cuerpo de la adolescente ya presentaba la clásica rigidez mortal.
Danièle, la madre, sollozaba desesperada; Krombach se mostraba agitado, pero colaboraba. Observaron jeringas en el suelo y le preguntaron qué le había inyectado. El médico mencionó haberle administrado calcio para ver si reaccionaba y, luego, sugirió que la muerte podría deberse a un golpe de calor.
Esa atropellada mañana del sábado 10 de julio, Danièle no tuvo más remedio que llamar a su ex marido, el padre de Kalinka, quien vivía en Pechbusque, Francia. Estaba histérica. André Bamberski atendió el teléfono. Ella le informó, como pudo, que su hija había fallecido después de un shock producto de una insolación.
Se quedó petrificado. Su hija adorada, la bella Kalinka, la malcriada por él… No podía creer lo que le decían. Devastado, tomó el primer avión que encontró para llegar a Lindau. Católico creyente, rezó durante todo el viaje. Cuando llegó a la casa de los Krombach se encontró a su hijo menor, Nicolás. Él le contó que el día con su hermana había transcurrido con total normalidad.
Bamberski estaba desolado y desconcertado. ¿Cómo podía ser que una chica sana cayera fulminada por un poco de calor?
Autopsia a la mentira
Esa fue la primera versión oficial, no la verdad de lo ocurrido en esa casa situada en un lugar paradisíaco.
El cadáver de Kalinka fue enterrado en Francia, cerca de la casa de su padre quien hoy dice que fue ese mismo día del funeral que empezó a escuchar rumores. Estos sostenían que Kalinka podría haber muerto por la administración de alguna droga.
La fiscalía alemana abrió una investigación, interrogó al padrastro médico por teléfono, pidió una autopsia del cadáver y terminaron cerrando el caso menos de un mes después.
El resultado de la autopsia demoró varias semanas. Bamberski le pidió una copia a Danièle y la mandó a traducir al francés. Lo que leyó no conformó para nada al padre de la víctima.
En sus conclusiones los peritos sostenían que no podían determinar la causa de muerte. Entre las cosas que habían hallado mencionaron:
-Que la comida de la cena había subido del estómago de Kalinka a la tráquea y, luego, eso había pasado a los conductos pulmonares y, por eso, ella se había ahogado.
-Que tenía varias marcas de inyecciones.
-Que había una leve lastimadura en el lado derecho de la vulva.
-Que encontraron manchas de sangre fresca en sus genitales y una sustancia blancuzca en su vagina que no fue testeada.
¿Dónde estaba la causa de la insolación? Era ridículo, pensó Bamberski. Además, ¿había ocurrido alguna relación sexual antes de la muerte? La autopsia era incompleta y no lo decía.
Como nada le cerraba, presionó para que se investigara más profundamente. Hubo expertos que dijeron que esas inyecciones con hierro y cobalto podían ser peligrosas y generar efectos adversos, pero que no creían que eso pudiera ocurrir tantas horas después de haber sido aplicadas. Además, los alimentos no digeridos indicaban que su deceso había sido más bien cerca de la cena, no por la mañana. Por otro lado, las aspiraciones encontradas en los pulmones y en las vías aéreas señalaban una muerte acaecida durante un coma o una anestesia. Los especialistas no estaban para nada de acuerdo con la línea de tiempo que daba el doctor Krombach. Decían que lo más probable era que todo hubiera acontecido luego de la administración del preparado.
En algún momento de todas esas idas y venidas en el caso, Krombach también cambió sus dichos: pasó a afirmar que las inyecciones con esos preparados de hierro y cobalto eran para tratar anemias y que antes de que Kalinka se fuese a su cuarto le había suministrado una píldora para dormir.
Que el dueño de casa fuera un profesional competente y reconocido en la ciudad resultó ser la mejor pantalla. Además, los dichos del médico marearon a los detectives y la investigación quedó trunca.
Lo que Krombach no sospechó en ese momento es que el padre de la víctima jamás bajaría los brazos y que estaría dispuesto a todo para saber qué había pasado realmente aquella cálida noche de verano.
Un conocido en Marruecos
André Bamberski, padre de Kalinka, nació en Francia en 1938, en una familia que había llegado desde Polonia. Durante la Segunda Guerra Mundial los alemanes se los llevaron (él y su hermana melliza tenían solamente tres años) de vuelta a su país de origen. Tras la guerra regresó a Francia, estudió derecho y contabilidad y se graduó con excelentes notas. Como había obtenido la nacionalidad francesa tuvo que viajar a Argelia para hacer el servicio militar. Luego de tres años volvió a Francia.
En 1965, cuando Bamberski (27) vivía en Casablanca, Marruecos, África, donde manejaba una empresa con 850 empleados, conoció en una crepería a Danièle Gonnin (20). Se casaron un año después y en 1967 nació la mayor de sus hijos. La llamaron Kalinka en honor a una flor que crece en los bosques de Masuria, en Polonia. Tres años más tarde nació Nicolás.
Fue en ese país africano que conocieron al doctor Dieter Krombach quien vivía con su segunda mujer. La primera había muerto repentinamente a los 24 años. Krombach, alto, muy buenmozo y carismático, trabajaba como médico en el consulado alemán de Marruecos y vivía a tres cuadras de los Bamberski. Si bien André Bamberski recuerda haberse cruzado contadas veces con ellos, parece que Danièle lo veía con frecuencia.
Un día a comienzos de 1974 ante las preguntas de su marido, Danièle confesó que Krombach era su amante.
Ante semejante acontecimiento la familia Bamberski decidió volverse a Francia y se instaló en un coqueto barrio de Toulouse. André Bamberski creyó que podrían reflotar la relación. Un año después todo se vino abajo de manera definitiva. Danièle, quien seguía perdidamente enamorada de Krombach, le dijo que había encontrado trabajo en Niza, pero en realidad se instaló en un departamento en la misma ciudad de Toulouse con su amante. Bamberski la descubrió y le pidió el divorcio.
Danièle dejó la casa familiar y siguió al cardiólogo alemán. Entregó a su ex la custodia de sus hijos Kalinka y Nicolás.
Danièle y Dieter Krombach se casaron en 1977. El affaire había terminado en relación seria. La flamante pareja se mudó a Lindau, Alemania, donde él poseía un exitoso consultorio médico.
Poco a poco, la familia terminó por ensamblarse: Kalinka y Nicolás, empezaron a convivir cada tanto con los hijos de Krombach, Boris y Diana.
Todo marchaba, en apariencia, muy bien. Y el consultorio de Krombach estaba cada vez más repleto de pacientes.
El cardiólogo interesado en psiquiatría
¿Quién era Krombach, el padrastro médico de Kalinka? Había nacido el 5 de mayo de 1935. Su padre era abogado y su madre, Marianne Brendle, ama de casa. La economía familiar era endeble así que Krombach supo siempre que, para concretar sus enormes sueños, debería trabajar duro. Era inteligente, tenía buena estampa y sabía caer bien. Estudió medicina en la ciudad de Frankfurt y obtuvo un doctorado en psiquiatría, aunque luego se terminó dedicando a la cardiología. Dato sumamente curioso para quienes vemos la historia desde el presente.
Ya para entonces tenía un manejo de las relaciones sorprendente y con su simpatía se ganaba la confianza de cualquiera.
Cuando se cruzó a Danièle, la madre de Kalinka, e iniciaron su romance, ya venía en sus espaldas con algunas acusaciones oscuras. Pero no existía Internet y casi nadie sabía de su historial.
Lo cierto es que en los años ´70, Krombach ya había sido investigado en relación a otra muerte: la de su joven esposa de 24 años, quien también había fallecido luego de una de sus sospechosas inyecciones. En esa oportunidad nadie presentó cargos.
Acusaciones impresas
Los meses pasaban y Bamberski estaba furioso porque el médico ni siquiera había sido llamado a declarar en persona. Había respondido a las preguntas de rigor por teléfono porque estaba muy ocupado. Entre las respuestas que había dado figuraba que para reanimar a Kalinka y revertir el shock había preparado una inyección con 250 mg de Solu Decortin que le había inyectado en el otro brazo y en las piernas. También había dicho: “Intenté administrar inyecciones en el corazón”. De todos modos, las autoridades parecían haber concluido que la muerte de Kalinka había sido por causas naturales.
Un año después de la muerte de su hija, desesperado, André Bamberski decidió que se manejaría a su manera. Fue hasta Lindau cargado de panfletos escritos por él con la foto impresa de Krombach.
Entró a tiendas, boutiques, bares y restaurantes para entregarlos en mano a los que circulaban por ahí. Se celebraba el día de la cerveza y en la ciudad había no menos de 50 mil personas. Entre otras cosas, Bamberski había escrito en los papeles que distribuía: “Les informo que en Lindau vive un asesino, es el médico internista doctor Krombach, el mató a mi maravillosa hija Kalinka…”. Y sugería el abuso sexual y demandaba justicia.
No pudo terminar de repartirlos porque apareció Diana Krombach, la hija de Dieter, quien llegó con la policía e interrumpió su labor. Ella era la más férrea defensora del médico.
Bamberski fue detenido y arrojado a una celda. Krombach respondió fuerte: lo demandó por difamación y ganó la pulseada. Bamberski tendría que pagarle medio millón de marcos alemanes (unos 250.000 dólares actuales). Pero el padre de Kalinka se negó a hacerlo y decidió contratar a uno de los mejores abogados alemanes: Rolf Bossi. Quería intentar llevar a juicio a Krombach.
Exhumación y una desagradable sorpresa
La batalla era a vida o muerte. Bamberski sentía que ya no tenía nada que perder. Era una promesa que le había hecho a su hija: resolvería el caso como fuese.
Luego de mostrarle a dos expertos en medicina legal de Toulouse la autopsia de su hija, él admitió: “Empecé a sospechar que Krombach había drogado a mi hija para violarla (…) Mi vida dio entonces un vuelco”.
Al medio El País Bamberski le reveló que en esos estudios periciales “no se precisaba si Kalinka había tenido relaciones sexuales antes de morir, no se indicaba qué era la sustancia blancuzca que se encontró en su vagina, ni el origen de un pequeño desgarre en la vulva; ningún análisis toxicológico acompañaba la autopsia”.
Pero a pesar de eso, muchos seguían viendo al austero contador como un ex marido resentido que odiaba a Krombach por haberle robado a Danièle. Después de todo ella lo había dejado por alguien respetado por todos: el bien parecido y buen profesional Dieter Krombach. Para André Bamberski era una pesadilla. Y, lo cierto es que a estas alturas, él ya pensaba que su ex mujer podía ser cómplice de Krombach. O, por lo menos, estaba claro que no le interesaba preguntarse qué había pasado con Kalinka.
Bamberski presentó en Francia una denuncia penal contra Krombach y el juez ordenó la exhumación del cadáver. El cuerpo de Kalinka fue exhumado el 4 de diciembre de 1985 y extraído de su blanco ataúd. Y, ¡oh sorpresa!, encontraron que sus genitales y el recto que habían sido removidos para la primera autopsia, y que según los escritos habían sido reinsertados en el cadáver, no estaban por ningún lado. No podrían ser reexaminados. Esto era algo muy conveniente para Krombach quien ¡había estado presente en la primera autopsia! Increíble.
Krombach se defendió diciendo que no había asistido a la autopsia y que solo había ido a reconocer el cuerpo. ¿Reconocer? ¿Por qué haría falta? La manipulación parecía evidente, pero sin genitales Krombach no podía ser acusado de violación.
Los expertos franceses determinaron, además, que los exámenes toxicológicos originales eran de pésima calidad.
“Kalinka había sido cortada en pedazos, como un cerdo en el matadero -dijo su padre desolado a Netflix- pero nadie quería saber cómo ni por qué había muerto”.
Un juicio sin resultados
La justicia francesa, ya que la víctima era de esa nacionalidad, y la alemana, dónde había ocurrido el hecho, discutían sin tregua dónde deberían resolverse las cosas. En 1986, Bamberski contrató a un prestigioso abogado francés, Francois Gibault. Pero, obviamente, Krombach se negaba a ir a Francia para declarar.
Los años siguieron transcurriendo y la obsesión de Bamberski por la verdad crecía como una peligrosa bomba de neutrones.
Finalmente, consiguió que el sospechoso fuera llevado a juicio en Múnich, Alemania, en 1987. Pero la corte regional determinó que las pruebas eran insuficientes para determinar que Krombach había sido negligente y había provocado la muerte de Kalinka. Aunque los forenses alemanes sí señalaron que las inyecciones con las que Krombach había intentado reanimar a Kalinka ya fallecida eran “grotescas” y que esos intentos de resucitación efectuados por él no tenían sentido alguno ya que él mismo había dicho que había hallado a la adolescente en su cama con rigidez cadavérica. Pero ese disparate no constituía prueba suficiente para asegurar que había sido un homicidio intencional.
La madre de Kalinka, Danièle, no acompañaba las acusaciones de su ex marido. Le parecían una locura, ella confiaba plenamente en Krombach. De hecho, se mantuvo a su lado hasta 1990, cuando el médico dejó embarazada a su joven secretaria. La infidelidad era tan obvia que ya no pudo seguir con la farsa.
En 1995, luego de intensas presiones Bamberski logró que Krombach fuera acusado por homicidio y juzgado en Francia, en ausencia. Fue condenado a 15 años de prisión por haber “infligido daño intencional que provocara una muerte no intencional”.
Los dos países, Alemania y Francia, parecieron jugarle en contra a Bamberski: el primero se negó a extraditar al condenado aduciendo que ya había sido juzgado en Múnich y, el segundo, a través del Ministerio de Justicia francés solicitó que no se hiciera efectiva la condena de Krombach. Bamberski se desmoronó una vez más. Nadie estaba de su lado, ni siquiera en su propio país. ¿Qué era lo que pasaba? ¿Por qué nadie veía lo evidente?
En 2001, la Corte Europea de Derechos Humanos anuló el veredicto del ‘95. ¿El motivo? Krombach, el ausente, no había podido defenderse. Y decidieron compensarlo con 15.000 dólares por las molestias causadas.
Una víctima valiente
Bamberski no era un loco sin razón que quería encontrar a cualquier culpable para mitigar su pena. Era un padre decidido a batallar por justicia sin reparar en las herramientas. La realidad del pasado de Krombach emergía a cada paso y le daría, con el tiempo, la razón.
Si bien hubo jóvenes que intimidadas por el prestigio que el profesional tenía en Lindau no lo denunciaron por haberlas drogado y abusado, hubo alguien que sí lo hizo. En 1997 apareció una mujer que aseguró que el doctor Krombach la había violado en su consultorio cuando tenía 16 años. Al enterarse de esto Bamberski saltó de emoción. Él estaba convencido de que era eso lo que le había pasado a Kalinka: Krombach había bajado al cuarto donde dormía su hija y la había drogado para poder abusar de ella.
En el estrado el acusado admitió haber drogado a su paciente y haberla violado. Aunque podrían haberle puesto diez años de cárcel, le dieron dos años en suspenso. Eso sí: le quitaron su licencia médica.
Cuando el caso trascendió aparecieron más víctimas, pero la ausencia de evidencia física hizo que nuevamente la investigación quedara estancada.
Krombach dio en esa época un llamativo reportaje televisivo al programa alemán Frontal. Allí se mostró alegre y seductor y dijo que la joven de origen ruso, de alguna manera, había consentido las relaciones sexuales. Krombach se burló de la víctima anestesiada diciéndole a la conductora: “el que calla otorga”. La periodista estaba anonadada por la desfachatez del perverso violador y asesino que alardeaba de sus logros en cámara. De Kalinka, en cambio, Krombach solo dijo que había sido un accidente.
Paciente en alerta
Inhabilitado, pero carente de escrúpulos, Krombach siguió ejerciendo la medicina y encontrando indolentes que lo cobijaron. En un momento sustituyó al médico titular de un consultorio de Coburgo. Pero, esta vez, alguien lo iba a atrapar.
Ocurrió a principios de 2006. Petra Stephan era una curiosa bibliotecaria que tenía pedido un turno con un médico en un sanatorio. De la clínica la llamaron para decirle que la vería un doctor nuevo. Ella aceptó, pero pidió el nombre. Cuando cortó decidió ver quién era y googleó su apellido: Krombach. Lo que le devolvió Internet la dejó alelada. Entró, entonces, al sitio web de André Bamberski donde el padre luchaba para conseguir justicia para su hija.
Petra no podía creer todo lo que leía, pero quería cerciorarse de que no se equivocaba. Acudió a su turno. Nerviosa, el trato que le dispensó y sus comentarios desubicados la terminaron por convencer de que estaba frente a un culpable.
Llamó a las autoridades y al colegio de médicos, le escribió al alcalde, a un diario y al mismo Bamberski para revelarles lo del médico impostor.
Gracias a Petra, lo tenían. La policía actuó rápido y lo detuvo justo antes de que él se marchara del país con un maletín repleto de dinero, donde también llevaba una bomba de vacío peneana, una especie de aparato para lograr que el pene mantenga grande y erecto. Otro dato curioso de este personaje siniestro.
El juicio se llevó a cabo en julio de 2007 en Coburgo. André Bamberski asistió. Krombach fue condenado a 28 meses de cárcel por “estafa y ejercicio ilegal de la medicina”.
Después de 11 meses, en junio de 2008, fue liberado por buena conducta. Krombach siempre caía parado.
Pero el padre de su víctima mortal lo acechaba. En un reportaje Bamberski confesó que “tres o cuatro veces al año viajaba a Alemania para buscarlo, sacarle fotos y encararlo”. Krombach intentaba evitarlo y para ello se mudó siete veces desde 1997. Elegía casas sin ventanas a la calle, pero André Bamberski siempre lo encontró: “Llamaba a su puerta, le pedía que se entregara a la justicia francesa y él me decía que yo estaba loco, que actuaba así por venganza, porque me había robado a mi mujer”.
Un secuestro real
Bamberski estaba harto. Se le iba la vida y Krombach seguía sin tener su merecido por lo que le había hecho a Kalinka. El homicidio de su hija prescribiría en 2015. “Las vías legales se habían agotado. A los casi 72 años no me quedaba más remedio que suplir las carencias judiciales”, explicó en un reportaje tiempo después. No quería que ninguno de los dos muriera antes de que se hiciera justicia. Si bien muchos le habían ofrecido matar a Krombach, él como católico practicante repetía que buscaba justicia, no quería venganza. Además, si Krombach era asesinado nunca se sabría la verdad.
Decidió jugársela y pergeñó un plan: llevarlo a Francia para que fuera juzgado. Pero para eso debía secuestrar a Krombach, ya que no iría nunca por su propia voluntad.
Las primeras veces que lo intentó, fracasó. Los tipos a los que contrató resultaron estafadores que se fugaron con su dinero. Una vez les había dado 7600 euros; otra, 10.700. Finalmente, el 9 de octubre de 2009, en un hotel de Múnich, se reunió con un hombre que se ofreció a ayudarlo para trasladar a Krombach a Francia. Hablaba inglés con acento alemán, tenía unos 35 años, le aseguró que había seguido el caso por Internet y le dijo que quería colaborar para acabar con la impunidad de ese peligroso sujeto. Le aclaró que no buscaba dinero. Él lo raptaría y lo depositaría en Francia. Bamberski accedió, pero le aclaró que quería asumir los gastos de la operación que serían muchos.
Ese hombre se llamaba Anton Krasniqi, era kosovar, había crecido en Austria y estaba conmovido por la historia de Bamberski y su batalla como padre.
Ocho días después, el 17 de octubre de 2009, a las nueve de la noche Anton le tocó el timbre a Krombach. El médico de 74 años abrió la puerta de su casa en la ciudad de Sheidegg, en Bavaria, Alemania, y los tres hombres (dos eran rusos que habían sido contratados por Anton) lo redujeron. Krombach gritó, ellos lo golpearon, lo ataron y lo subieron al auto de vidrios polarizados que pertenecía a la hermana de Anton.
Arrancaron camino a Francia. En el viaje Krombach lo intentó todo y hasta prometió a sus captores que les daría medio millón de euros si lo dejaban volver a su casa. Anton furioso le respondió que no quería su dinero.
En otro momento, uno de los rusos que viajaba en el asiento trasero junto a Krombach, sacó un cuchillo y dijo que quería cortarle los genitales al médico abusador. Anton preocupado de que el plan se fuera al diablo, paró el auto y le exigió al ruso que se bajara. Le pagó y le dijo que se fuera, que no quería problemas en su misión. Continuaron hasta llegar a Mulhouse, Francia, donde abandonaron a Krombach atado a una reja en un callejón, en las inmediaciones de una estación de policía. Acto seguido Anton se comunicó con Bamberski para decirle dónde lo habían dejado. Fue Bamberski quien llamó a la policía.
A las 3.50 de la madrugada del 18 de octubre, una patrulla recogió al médico tirado en la vereda. Estaba amordazado, atado de pies y manos y tenía una herida en la cabeza. Fue enviado al hospital y, luego de las curaciones pertinentes, un juez ordenó su ingreso a prisión.
Bamberski viajó a Mulhouse y, al llegar al hotel, fue detenido. Llevaba encima un sobre con 19.000 euros. Supusieron que era para pagarle a los delincuentes. Cuando lo llevaron a declarar sucedió algo que sorprendió gratamente a Bamberski y fue su consuelo: en el pasillo de la comisaría todos se pararon para aplaudirlo y rendirle honores. Le dijeron que admiraban su valor.
Terminó siendo liberado a las once de la noche después de pagar una fianza de 20.000 euros. Fue acusado de instigación al secuestro y asociación ilícita.
A Barbenski nada le importaba más que cumplir la promesa hecha a su hija: “Le prometí a Kalinka, ante su tumba, que llegaría hasta el final para averiguar la verdad y que se hiciera justicia (…) Entonces, alcanzaré la paz y la serenidad”, comentó. Además, reflexionó: “He arruinado mi carrera profesional, he gastado enormes cantidades de dinero en esta tarea a la que estoy dedicado en cuerpo y alma desde hace 27 años, pero ahora, más que nunca, creo que ha merecido la pena aunque yo vaya a ser juzgado por secuestro y acabe detrás de los barrotes”.
Las diferencias entre Francia y Alemania en cuanto al tratamiento del caso eran notorias y se convirtieron en parte de esta trama de película. Alemania pedía que Krombach fuera devuelto a su país y que Bamberski y los secuestradores fueran extraditados; Francia se negó porque sostenía que Bamberski sería juzgado en Francia y dejó encarcelado a Krombach.
Se estableció una nueva fecha para el juicio al médico alemán. Este comenzó, pero en el sexto día fue interrumpido. El acusado aseguró padecer un gravísimo problema cardíaco por el que no podría comparecer.
André Bamberski y sus abogados, frustrados ante la maniobra, debieron esperar un poco más. Cuando se reiniciaron las audiencias, una mujer testimonió que en 1993 había conocido a Krombach. Ella tenía 29 años y él casi 60. Declaró que el médico le había recetado inyecciones de hierro y que, cuando se enteró de sus problemas económicos, le ofreció trabajo. Ella comenzó a hacer la limpieza de los consultorios y un día estando solos él, en vez de inyectarle hierro, la anestesió. Ella inmediatamente se sintió paralizada y él procedió a violarla muy tranquilo.
El pedófilo, violador serial y asesino terminó siendo condenado el 22 de octubre de 2011. Lo sentenciaron a 15 años de cárcel por haber causado la muerte de Kalinka. Los fiscales concluyeron que él había drogado a la joven con el fin de abusar de ella. Su hija, Diane Krombach, seguía protestando y diciendo que su padre era inocente.
En 2012 se confirmó el veredicto. Sus apelaciones no tuvieron éxito. El doctor de las dos caras siguió preso.
Por otro lado, el juicio a André Bamberski por secuestro se llevó a cabo en mayo de 2014. Confesó lo que había urdido en su desesperación y le dieron un año de cárcel en suspenso. Anton, el hombre que realizó el secuestro, tuvo que pasar un año preso, pero no se arrepintió de lo que había hecho. Dijo que su familia estaba orgullosa de él por haber ayudado a detener a un pedófilo.
En 2016 Krombach intentó ser liberado por razones de salud. Su petición no prosperó. En 2018 fue más lejos: apeló a la Corte Europea de Derechos Humanos diciendo que había sido juzgado dos veces por el mismo crimen. Rechazaron su pedido.
Fue liberado el 22 de febrero de 2020. Por poco tiempo, porque la muerte lo alcanzó el 12 de septiembre del mismo año en un asilo de ancianos alemán.
No se reveló la causa exacta de su muerte.
Tenía 85 años. Si bien las denuncias contra él son 16, las víctimas podrían ser muchas más.
De espías, películas y finales no felices
La televisión alemana realizó en el año 2006 un documental titulado El viaje final de Kalinka. En él, dos hermanas de apellido Mauer, contaron, que el doctor las había anestesiado y violado.
En 2022, le llegó el turno al documental de Netflix que ya se sitúa entre las películas más vistas: El asesino de mi hija.
¿Qué fue de Danièle, la madre que creía fervientemente en la inocencia de su entonces marido Dieter Krombach? Poco se sabe. Vivió en España, se separó años después pero no luchó por esclarecer el crimen de su propia hija. Eso sí: en su momento Danièle se ocupó de contratar a un abogado para defenderse de los dichos de André Bamberski que podían sugerir que había sido cómplice de Krombach.
Durante el juicio, Danièle se enteró que él la había drogado con frecuencia -poniendo gotas de un hipnótico en su bebida- para mantener relaciones sexuales en el sillón del living con su vecina de 16 años. También declaró recordar que aquella mañana del 10 de julio se había despertado mucho más tarde de lo habitual. Todavía se pregunta si es posible que, aquella noche en la que Kalinka fue asesinada, su marido la hubiera sedado también a ella. Pero sus dudas no alcanzan para despejar culpas. Después de la condena de Krombach, Danièle Gonnin le dijo asqueada a su abogado: “Entonces estuve casada con un perverso y no me di cuenta (…) Tendré que vivir con eso”.
Había tenido los ojos demasiado cerrados.
Para el abogado de Bamberski, Krombach “obtuvo apoyos extraordinarios tanto en Alemania como en Francia”. Bamberski se pregunta asombrado si el médico no sería un espía: “¿Qué hacía un médico trabajando en el consulado en Marruecos? ¿No sería un agente secreto?”.
Kalinka “era el centro de mi vida”. Eso dijo siempre y no fueron palabras vanas.
Un exitoso doctor sonriente, con su bata impoluta, no parecía enmascarar a un violador perverso y asesino que sometía a sus víctimas con la ayuda de potentes anestésicos. Los seres humanos seguimos confiando demasiado en las apariencias. Bamberski tuvo que renunciar a su vida para romper esa imagen y desenmascarar al monstruo.