De Maracay a Cereté, de Cereté a Barranquilla y de Barranquilla a Maracay. Luis Malpica regresó a Venezuela en 2021 desde Colombia, adónde emigró buscando un “crecimiento” y unas “oportunidades” que no consiguió.
Por Nicole Kolster | Voz de América
Y eso que, mal que bien, podía pagar las cuentas, pero la pandemia terminó de hundir la situación. Pese a todo, no se ve en Venezuela mucho tiempo más.
“Esto es un toque y despegue” para volver a irse, dice Malpica, de 36 años, a la Voz de América, desde su casa, en Maracay, convertida ahora en una “cocina oculta”, donde ahora prepara hamburguesas para vender por encargo.
“En cuánto tiempo, no lo sabemos (…) Quisiéramos irnos a otro país pero no del continente”, aclara.
Malpica salió de Venezuela a finales de 2018 por la frontera terrestre, cuando aún había escasez de alimentos y productos básicos, engrosando el éxodo de los más de 6 millones de venezolanos que contabiliza hoy ACNUR.
“Si conseguías pan era un milagro”, dice en referencia a los años 2015-2018. Sin embargo, reconoce, llegar a Colombia fue un “choque”.
“Llegar a un país con condición normal es un golpe, un shock “, recuerda. “Ir a una panadería a las 9 de la noche y comprar un litro de leche, pan, jamón y queso (…) A uno aquí en Venezuela se le había olvidado prácticamente cómo era eso”.
De Cereté a Barranquilla… y la pandemia
En las calles de Cereté, un municipio agropecuario del norte de Colombia, Malpica trabajó montado en bicicleta, vendiendo perros calientes. Pero “no fue fácil, los primeros meses fueron bastante deprimentes, podía llegar llorando porque no vendía. Había días que no quería ni salir”.
Y decidió, a comienzos de 2020, mudarse a Barranquilla, a unos 350 kilómetros, para probar suerte. “Nos agarró la pandemia (…) todos desconocidos, y ya no podíamos salir a vender a la calle ni nada”, rememora.
También trabajó en una licorería, en un spa…
Entre el temor de que le pudiera pasar algo a un familiar -por el virus- y estar lejos, y “el desánimo de ver que trabajas y trabajas y sigues estancado y pagando deudas acumuladas por la pandemia”, decidió regresar a Venezuela.
“Un país para sobrevivir”
Aunque fue un “alivio” regresar, Malpica deja muy claro que Venezuela es “un país para sobrevivir”.
En enero, Venezuela salió de la hiperinflación en la que se encontraba desde 2017, que destruyó los ahorros de los ciudadanos. Pero el porcentaje de la población que tiene capacidad de compra es mínimo.
El 94,5 % de los venezolanos vive por debajo del umbral de pobreza, si esta es medida por los ingresos, según la ‘Encuesta de Condiciones de Vida’ elaborada por la Universidad Católica Andrés Bello, en septiembre.
“El Venezuela se arregló no existe, es un mito obviamente”, asegura Malpica.
A su llegada comenzó a enfrentar nuevamente las fallas de los servicios de agua, gas, electricidad, comunicaciones y transporte, que había dejado en el pasado, y que persisten sobre todo en la provincia.
“Por ejemplo, ahorita aquí estuvimos sin agua dos semanas, tuvimos que pagar un camión cisterna con agua para llenar el tanque. Anoche fue que vino a caer un poco de agua, después de dos semanas”, lamenta.
De enero a mayo se registraron al menos 659 manifestaciones por fallas en el suministro de agua potable, gas doméstico, electricidad, recogida de desechos, telefonía móvil e internet, según datos del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social.
“Cuando eso pasa en un país normal, que se daña algo del servicio público, uno pone un reclamo y a los dos días ya están solucionando”, sostiene Malpica. “Yo me muevo mucho en transporte, y aquí no consigues transporte público después de las seis de la tarde”.
Además, destaca el alto costo de la vida, así como la imposibilidad de obtener créditos o financiamientos.
“La Venezuela en la que uno creció ya no está”, sentencia.