José Burga Palacios, de 73 años, arrima con fuerza una cerca que está a medio andar, mientras aleja a una decena de perros alborotados que lo reciben en una improvisada vivienda de techo de lona y ladrillo expuesto, en la que vive en extrema pobreza en Caracas.
Es un migrante peruano que se embarcó a Venezuela tres décadas atrás, en busca de mejoras económicas.
“Yo me vine y me gustó Venezuela, la economía”, cuenta a la Voz de América este hombre natural de Nueva Arica, que llegó a Venezuela a través de San Cristóbal, se asentó en La Guaira, y ahora pasa los días en la capital.
Venezuela históricamente fue receptor de migrantes, latinoamericanos y europeos, pero en los últimos años ha visto partir a millones de personas que huyen de la crisis.
Datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática de Perú muestran que el 14,7% de los peruanos que retornaron a su país entre los años 2000-2017 lo han hecho precisamente desde Venezuela.
Venezuela alberga hoy día el 2,5% del total de peruanos residentes en el extranjero, por debajo de Estados Unidos, Argentina, España, Chile e Italia, que concentran el 81,0 %.
Pero Burga, si pudiera, no volvería al Perú. “¿Para qué?”, pregunta este hombre de larga barba blanca. Desde hace años perdió comunicación con su familia. “Yo me muero en mi Venezuela”, asegura tajante.
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Aunque en Venezuela tampoco tiene familia, aclara sin ahondar mucho en el tema.
“Yo estoy buscando ahorita la nacionalidad”, dice mientras muestra unos papeles que protege como tesoro, necesarios para asumir la ciudadanía venezolana.
En la entrada del terreno están dos carros destartalados de donde bajan y suben una veintena de perros que rescató de la calle. “Son mi única familia”, indica mientras uno le lame la cara.
Burga se ayuda económicamente reparando partes de vehículos viejos o electrodomésticos. “Yo soy técnico mecánico. Toda mi vida he trabajado con la mecánica automotriz, toda mi vida”.
Y esporádicamente recibe donaciones de algunos transeúntes que se detienen por los ladridos de los perros.
Burgo lo perdió todo en el deslave del costero estado Vargas, una de las peores tragedias en la historia de Venezuela, que ocurrió en 1999. “Todo se derrumbó… yo perdí todo… mis herramientas… el taller que tenía… todo… me quedé en blanco”, asegura.
Y no se recuperó.
Ahora pasa sus días en Caracas, en compañía de su gran familia canina, vive con poco, pero asegura ser feliz. Su única preocupación es quién se encargará de sus animales cuando muera.