Desde hace cierto tiempo han aparecido algunos voceros exponiendo ideas que reflejan un profundo desinterés por quienes padecen la pobreza, la explotación y la miseria en Venezuela. Por ejemplo, están aquellos que se pronuncian a favor de cobrar la matricula en las universidades públicas porque, a su juicio, “la universidad gratuita no existe” y, por tanto, el estudiante que hoy ya no tiene transporte ni comedor universitario también debería pagar su educación.
Ciertamente, una de las causas más palpables de la crisis económica en Venezuela fue la pertinaz obsesión del oficialismo de imponer controles primitivos a las empresas, o peor, expropiándolas hasta quebrarlas. Ahora bien, no debemos asumir que la solución a esa crisis provocada por decisiones políticas sobre cargadas de dogmas ideológicos debe ser mover el péndulo hacia el extremo de la desregularización que plantean los que aplauden las “Zonas Económicas Especiales” y la “pax bodegonica”. El libre mercado no puede ser mal interpretado como un contexto en que los trabajadores pierden todos sus derechos, el medioambiente sea depredado y el Estado abandone sus responsabilidades fiscales.
Con el cuento de ser la “generación de hierro”, cierta vocería más que pedir, exige, que los programas de alimentación en escuelas, liceos o centros de atención al adulto mayor, que ya funcionan anecdóticamente bajo la administración madurista, dejen de existir porque “mal acostumbran a la gente a comer sin trabajar”. Tal parece que no han escuchado que las Naciones Unidas y sus distintas agencias califican a Venezuela como un escenario de “Crisis Humanitaria Compleja” en la cual el hambre provoca la desestructuración social y una crisis migratoria sin precedentes. ¿Cómo puede resolverse una crisis alimentaria sin proporcionar alimentos? ¿Acaso eso es solo deber de grupos caritativos y el Estado debe permanecer como espectador solo para cumplir la fantasía del Estado mínimo?.
La respuesta a una crisis humanitaria compleja, salta a la vista, no puede ser cumplir con el decálogo del libre mercado y el Estado mínimo porque eso equivale a gritar “Sálvese quién pueda”. Tras el naufragio del militarismo, del madurismo y del dogma socialista, debemos construir una sociedad en la cual el Estado asuma su responsabilidad de financiar la educación pública en todos los niveles y para todos los ciudadanos, una sociedad que reconstruya el diálogo tripartito conforme a los criterios de la OIT para que trabajadores, empleadores y gobierno establezcan relaciones laborales decentes, el Estado debe proteger a los ciudadanos que sufren de forma diferenciada la crisis y combatir el hambre. A veces decirlo con todas sus letras parece ofensivo para quienes son incapaces de debatir, pero si, se necesita un Estado de Bienestar construido con visión socialdemócrata.
Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica