“Despacito, se robó la serie”, dijo de ella hace unas semanas el New York Times. A Rhea Seehorn el papel de su vida le llegó cuando ya había pasado los 40 años. Era 2014 cuando la suerte quiso que audicionara para una serie dramática después de veinte años de actuar en sitcoms que pasaron sin demasiada pena ni demasiada gloria.
Por infobae.com
La directora de casting de Sneaky Pete (Amazon Prime), Sharon Bialy, la descartó enseguida para esa serie. Pero quedó impresionada con ella: tenía el tono y el carácter perfectos para interpretar a uno de los personajes del spin-off de Breaking Bad. Entonces hizo algo que no había hecho nunca antes. La llamó por teléfono y le dijo: “No quedaste, pero tené paciencia. Aguantá un poco más. Hay un proyecto en desarrollo que sé que va a ser el trabajo ideal para vos”. Bialy ya había visto el piloto de Better Call Saul y su instinto no le dejaba dudas: acababa de encontrar a Kim Wexler.
Nadie imaginaba, sin embargo, que el arco de la novia de Jimmy McGill (Bob Odenkirk) iba a crecer con el correr de los episodios hasta convertirse en una de las claves de la trama de la producción de Netflix que ahora está a punto de llegar a su fin, tras seis exitosas temporadas.
“Cuando empezamos no teníamos idea de lo importante que iba a ser su rol. En el piloto, Kim tenía apenas tres líneas de diálogo”, dijo al New York Times el showrunner y cocreador de Better Call Saul junto a Vince Gilligan, Peter Gould.
De voz de la conciencia a la mujer que se enamora del abogado criminal aunque decente que será Saul Goodman no a pesar de su costado turbio, sino también por eso; a esta altura de la serie está claro que el personaje de Odenkirk nunca estuvo solo en su camino al mal: Kim también vive su propio “breaking bad”. Con peores chances, claro. Los fans saben que, a diferencia de Jimmy, Kim no aparece nunca en la historia de Walter White.
Como la propia Seehorn dijo en la nota del Times: “El problema de Kim es que sus ideales son moralmente éticos, pero la forma en la que los persigue, no”. Odenkirk, que ya se sentía su amigo cuando el infarto por el que casi pierde la vida en pleno rodaje los unió definitivamente, dice que, al igual que su Kim, Rhea “esquivó los golpes toda su vida, pero eso no la hizo acobardarse ni ser una persona delicada; al revés, es dura y sabe rebotar y caer parada, y divertirse en el camino”. Dicen que la química entre ellos fue inmediata, tal como se traduce en la pantalla.
Su pareja de la ficción tiene razón. Hay mucho de la verdadera Seehorn en Kim Wexler. Y es en parte lo que limitó por tantos años el despegue de su carrera. Había llegado a Los Angeles en 2003, y en seguida fue encasillada como comediante. Poco femenina y muy inteligente y ruidosa para los roles de rubia ingenua que prefería Hollywood entonces. Los productores solían pedirle que fuera más suave y más simpática, menos sarcástica y menos profunda, pero Rhea siempre había admirado a Gena Rowlands y a Madeline Kahn. No tenía intenciones de cambiar.
“En esa época tenía 25 y era rubia, así que me mandaban a castings para hacer de novia naif –le dijo en 2020 a la Rolling Stone–. Pero yo iba como una actriz de carácter. Si lo más importante sobre mí era mi novio, no podía actuar mi parte, y al final nunca me elegían, porque siempre agregaba todo el subtexto, tipo ‘No, tiene que haber algo mal con ella, ¿habrá sido abusada? ¿por qué se pone en esa posición?’ Creo que me perdí muchos papeles por eso”.
Nacida en Norfolk, Virginia, el 12 de mayo de 1972 como Deborah Rhea –se pronuncia “Ray”, aunque ella jamás corrige a sus fans cuando le dicen “Ría”, porque está muy agradecida con que la reconozcan– Seehorn, empezó a usar sólo su segundo nombre cuando tenía doce años. “Las Deborahs y Debbies que conocía o que veía en la televisión eran porristas muy atractivas y yo no tenía nada que ver con esa imagen. Me acuerdo de sentir una disociación muy grande en el colegio”.
Ray era también el nombre del amigo que presentó a sus padres y del que se separó justo en esos años. Los dos trabajaban para la Marina, aunque ambos tenían inclinaciones artísticas. La madre, Marlene, había hecho comedia musical en la secundaria; el padre, Fred Seehorn, veterano de la Guerra de Vietnam, amaba pintar y dibujar.
Cuando Rhea era chica, Fred era agente de inteligencia naval, por lo que se mudaban con frecuencia de ciudad y de país. Tenía dos años cuando se instalaron en Japón, pero en cuanto comenzó a acostumbrarse, regresaron a Arizona. Siempre era tan difícil irse como excitante llegar al nuevo destino. Ese desarraigo que marcó su infancia también tiene algo en común con el de la solitaria Kim, que crece sin un hogar definido.
Fue por su padre que decidió estudiar Arte en la Universidad de George Mason, en Fairfax. Ya en la facultad descubrió la actuación en una materia optativa. No cambió de carrera, pero se puso a estudiar a fondo. Estaba por recibirse, en 1994, cuando Fred murió por complicaciones derivadas del alcoholismo. Como ella misma contó en una columna del Wall Street Journal, había visto a su madre reinventarse después del divorcio, pero también cómo su padre había soñado siempre con comprarse un barquito y tener un negocio de artículos de pesca. No quería morir como su padre, sin cumplir el sueño de su vida. Y Rhea soñaba secretamente con ser actriz.
Su maestro de teatro en la Universidad se conmovió con su talento y se transformó en su mentor. Por entonces, Seehorn pesaba veinte kilos más que ahora y no se veía como las típicas actrices de televisión y cine. Se resignó a trabajar en teatro en Washington. Aquello fue crucial en su formación.
Más tarde se mudaría a Nueva York, donde sumó trabajos en el off que a veces pagaban las cuentas, pero también todo tipo de ocupaciones extrañas, como actuar en videos institucionales de compañías –haciendo de empleada prolija, como Kim en el estudio de abogados–, limpiando baños de oficinas, y hasta solucionando problemas domésticos gracias a los manuales de “Hágalo usted mismo” que leía en Home Depot. “Aprendí a arreglar las filtraciones de una bañera después de decirle al cliente que sabía hacerlo”, se rió en la nota con la Rolling en la que reconoció que no lo hizo muy bien.
En 1997 debutó en televisión en un episodio de la serie Homicidio: una vida en la calle, que se grababa en Baltimore. Al año siguiente, consiguió su primer papel en el cine en A case against Karen. Seis años después y con una década de carrera en producciones teatrales en la Costa Este de los Estados Unidos, aceptó una propuesta de su agente para ir a probarse para una serie que se filmaba en Los Angeles. Era primavera y pese a que Seehorn ya se había acostumbrado a multiplicar tareas y oficios para mantenerse, llegaba con dificultad a fin de mes. Era el momento del boom de Los Sopranos, y todos sus amigos hablaban de la serie, pero a ella no le alcanzaba para pagar el cable.
Cuando su agente le dijo que tenía que viajar, sólo quiso saber si le iban a pagar el pasaje y el hotel. Se alegró de que ahí, finalmente, iba a poder ver algún capítulo de la historia de la familia de mafiosos que sería uno de los antecedentes más firmes de la que dos décadas más tarde la convirtió en estrella.
La audición era para I’m with her, una serie sobre la relación entre Brooke Shields y su marido, el guionista y productor Chris Henchy. Rhea fue elegida para hacer de hermana y se instaló en Hollywood. Pero la serie, como muchas en las que participaría en los años siguientes –Head cases, Whitney– fue cancelada al poco tiempo de su estreno.
Nunca perdió el Norte, pese a eso. “Me ofrecí como voluntaria en equipos de producción, hacía lo que fuera que me sirviera de puente entre mi formación más académica y la profesional. Básicamente trataba de estar alrededor de esa gente para que supieran que estaba disponible y dispuesta a entregar mi tiempo. Entonces, cuando llegaba a los castings, ya no estaba golpeando la puerta de alguien que nunca me había visto. ¡Me habían visto detrás de escena hasta cocinando horrible para todo el set!”, le dijo a Rolling Stone.
La oportunidad con la que había soñado siempre le llegó en forma inesperada, pero Seehorn hizo todo para aprovecharla. Gilligan le dijo al New York Times que el arco dramático de su Kim se enriqueció de una forma parecida al de Jesse Pinkman, a quien pensaba matar en la primera temporada de Breaking Bad. “Gracias a Dios tuvimos la misma suerte con Rhea que con Aaron Paul. Pero esto es diferente, porque Jesse y Walt no eran realmente pares en su dinámica de relación. En cambio, Jimmy y Kim son iguales, y la mayor parte del tiempo Kim es como el ángel de Jimmy. Una versión mejorada de él”, dijo el genio creativo detrás de la serie que hoy es considerada por buena parte de la crítica y el público como la mejor de todos los tiempos.
En la vida real, Rhea también supo aprovechar la casualidad. A su marido, el productor y agente de real estate Graham J. Larson, lo conoció en una cita a ciegas, café de por medio, un año antes de audicionar para el papel de Kim Wexler. Él tiene dos hijos de su matrimonio anterior y ella los considera propios. En su casa tiene un estudio en que se encierra para memorizar sus líneas. Dice que las escribe a mano una y otra vez en sus cuadernos.
Seehorn asegura que esta última temporada como Kim fue tal vez la más desafiante de su carrera. Además de descubrir la trama de maquinaciones maquiavélicas que siempre había escondido su personaje, le permitió dirigir por primera vez para televisión. El episodio 4 de la sexta y última temporada de la serie, Hit and run, deja claro que si Saul siempre ostentó quién era, Kim era mucho más fuerte y más dura que él. “Better call Kim”, se lee en el meme que los fans no dejan de compartir por estos días, mientras temen por el destino final del “ángel de Jimmy”. Ella no quiere adelantar nada, pero asegura que, el último día de filmación, al dejar el set, entendió que iba a seguir pensando en ese desenlace “por un muy muy largo tiempo”.
A los 50 y con dos nominaciones a los Emmy como Mejor Actriz de Reparto, la suya es una de esas revelaciones cantadas: se preparó toda su vida para este papel. Los años de pensar en subtextos inútiles para rubias ingenuas habían servido, finalmente, para algo.