Por estos días, ese luchador por la liberación de Venezuela que es Luis Almagro, Secretario General de la Organización de Estados Americanos, sorprendió a los venezolanos, a todos, y a buena parte de Hispanoamérica con su artículo acerca de la cohabitación como salida a la profunda crisis política venezolana.
Sugirió el líder uruguayo y continental que una cohabitación con contrapesos sería lo ideal: “Compartir es contrapesar”. La aceptación y el reconocimiento de los otros en la compartición del poder, especialmente del ejecutivo, pero también de los demás poderes del Estado. Entiende que el manejo del Estado por parte de Nicolás Maduro y sus adláteres no puede continuar de manera omnímoda porque se “… continúa por el sendero de destrucción, de falta de garantías, De falta de opciones de vida para la gente. Todavía contamos con presos políticos, torturados, ejecuciones extrajudiciales, actividades criminales, como narcotráfico, minería ilegal, contrabando, corrupción”. Esto último lo comparto plenamente, porque no hay manera de taparlo por parte de esos manipuladores del poder, además no sé esmeran en su ocultación.
Si bien, ante su salida del poder en Colombia, el presidente Iván Duque, manifestaba que no se sentía frustrado por la imposibilidad del cambio de régimen en Venezuela y que seguiría luchando por ello desde donde se encontrara, la percepción de las palabras de Almagro denotan justo lo contrario, una inmensa frustración, una inmensa impotencia. Todos sabemos de su sostenido ataque diplomático, político, por todas las vías al régimen del terror de Venezuela. Sin embargo, ve que se acerca el fin de su segundo período como Secretario General de la OEA sin percibir ningún avance en la generación de un cambio político en nuestro país. Así que no comparto la posición, que abona a la antipolítica, de Humberto Calderón Berti, al decir de estas palabras de Almagro que significan una desilusión ante la ineptitud de la oposición. Esa en la que él se encuentra, por cierto. Considero que la posición de Almagro se sitúa más bien en el dolor, la frustración, la impotencia suya al respecto del grave problema político venezolano.
Esto justo antes de un posible nuevo diálogo en México. Al que ya el uruguayo vislumbra como frustrante, como prevé las posibles elecciones presidenciales manipuladas por el régimen. O sea, se pasea por la prolongación indefinida de la angustia política venezolana. Aunque la salida que propone esté muy distante aún de la realidad; de hecho menciona que no ve a nadie preparado para ello en nuestro país, para la cohabitación, en el fondo Almagro debe saber que el poder despótico ejercido por Maduro y sus secuaces no tiene planteado el compartimiento del poder sino avanzar en el despotismo, avanzar en el totalitarismo. Para ello no tiene hasta ahora cortapisas. La presión internacional ha sido tibia e impotente también, eso incluye la OEA, la ONU, la Unión Europea y todos los países cercanos en sus intereses a Venezuela, como EEUU o Canadá. Incluso a pesar de las frías sanciones reducidas por coyunturales intereses petrolíferos. No ha habido una presión que signifique un cambio para bien en la conducta de quienes tienen secuestrado el país. Esto es, por demás, evidente. Las palabras de Almagro, más allá de que vengan acompañadas de su intervención diplomática en ese sentido, son tan huecas como puede resultar un nuevo diálogo en México.
El problema consiste en que los secuestradores del poder en Venezuela no perciben ningún riesgo, porque ni siquiera se toman definitivamente en serio la amenaza que pudieran significar la Corte Penal Internacional. Son malandros armados por la vía libre, no pensadores políticos ni diplomáticos, ni conceptualizadores sesudos del porvenir venezolano. Menos aún hombres de Estado. Cambiar esa situación requerirá de un esfuerzo mayor de los venezolanos dentro y de quienes nos respaldan desde afuera. La cohabitación, mi muy respetado señor Almagro, por más que algunos la vean como un planteamiento positivo, está negada de plano en la situación política venezolana actual.