Casa Blanca, 2 de mayo de 2011. Eran las 22.30 cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, comenzó su discurso: «Buenas noches. Esta noche puedo anunciar al pueblo estadounidense y al mundo que Estados Unidos ha dirigido una operación [en la localidad paquistaní de Abbottabad] que ha causado la muerte de Osama bin Laden, el líder de Al Qaida, el terrorista responsable del asesinato de miles de hombres inocentes, mujeres y niños. Hace casi 10 años que un luminoso día de septiembre se vio ensombrecido por el peor atentado contra el pueblo estadounidense de nuestra Historia. Las imágenes del 11-S son parte de nuestra memoria nacional: aviones secuestrados cortando un cielo sin nubes de septiembre, las Torres Gemelas desplomándose, humo negro en el Pentágono, los restos del vuelo 93 en Shanksville, Pensilvania, donde la actuación de heroicos ciudadanos evitó más dolor y destrucción.
Por ABC
Y, sin embargo, sabemos que las peores imágenes son aquéllas que el mundo no vio».
Cinco días después, Obama insistió: «Hemos cortado la cabeza a Al Qaida y acabaremos venciéndola». En ese momento, el presidente de Estados Unidos sabía perfectamente quién sería la persona que recogería el testigo: Al Zawahiri. Un líder menos carismático, pero con galones dentro de la organización terrorista debido a su papel de fundador e ideólogo. Sin embargo, el sucesor de Bin Laden ha conseguido vivir una década en la clandestinidad, oculto en algún lugar de las montañas entre Afganistán y Pakistán, hasta que este domingo el misil un dron acabó también con su vida en una lujosa villa en el centro de Kabul.
El líder de Al Qaida tenía 71 años y vivía allí junto a su familia como huésped de la red Haqqani, la facción talibán encargada de la seguridad en Kabul y también la que fuera responsable de los atentados más sangrientos durante los 20 años de presencia militar estadounidense. Se le considera uno de los ideólogos de los atentados del 11-S en 2001 y son muchos los artículos estos días que se están intentado definir cuál fue su rol. Se dice que fue él quien convenció a Bin Laden de la necesidad de atacar «al enemigo lejano», en referencia a Estados Unidos, en lugar de a los Gobiernos regionales, para restaurar la pureza del Islam.
El ‘cerebro’ del otro 11-S
De lo que no se habló en 2001 –con las imágenes de las torres gemelas desplomándose sobre Nueva York todavía demasiado recientes– y de lo que tampoco se está hablando estos días es del plan inicial que se barajó: secuestrar diez aviones, y no cuatro como en el 11-S, de los cuales nueve se estrellarían contra objetivos en ambas costas de Estados Unidos, incluido, por supuesto, el World Trade Center. Un ataque que, sin duda, provocaría muchos más daños de los provocados: 2.996 muertos, la desaparición de veinticuatro víctimas y más de seis mil heridos.
A día de hoy sigue siendo el peor atentado que ha sufrido Estados Unidos en su territorio, pero pudo haber sido mucho peor si el plan inicial de Jalid Sheij Mohamed, otro de los ‘cerebros’ del 11-S, todavía detenido en Guantánamo y a la espera de que finalice el juicio en el que podría ser condenado a muerte, se hubiera llevado a cabo. Este fue, incluso, bautizado como ‘Operación Aviones’ y estuvo varios años sobre la mesa de Bin Laden.
La familia de Mohamed era originaria de la región pakistaní de Baluchistán, pero él se crió en Kuwait y, al terminar la educación secundaria, se trasladó a Carolina del Norte para obtener un título de Ingeniería Mecánica en 1986. Al año siguiente viajó a Peshawar con sus hermanos para unirse a los muyahidines que luchaban contra los rusos en Afganistán. Sin embargo, el informe de la Comisión del 11-S señaló que, «según su propio relato, su animadversión hacia Estados Unidos no procedía de sus experiencias allí como estudiante, sino de su violento desacuerdo con la política exterior estadounidense que favorecía a Israel».
En 2009, ‘The Washington Post’ informó por su parte, citando fuentes de inteligencia, que fue al contrario: «La experiencia limitada y negativa de Mohamed en los Estados Unidos, que incluyó una breve estadía en la cárcel debido a facturas impagadas, seguramente lo impulsó en su camino para convertirse en terrorista» Y que dicho contacto, «aunque mínimo, confirmó su opinión de que se trataba de un país corrupto y racista».
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