Platón es clásico, un obelisco del pensamiento, del análisis, de la filosofía griega de antes de Cristo, ese talento en comunidad y en ejercicio permanente que hizo de los griegos parte esencial de la historia humana desde mucho antes que Rómulo y Remo dejaran de lado a la loba para fundar Roma, y que el Padre Eterno decidiera enviarnos a su Hijo para brindarnos la salida del perdón y la misericordia. Cuando Roma y mucho después el cristianismo comenzaran sus excursiones, ya Grecia era historia y referencia.
Pero eso lo saben, con más o menos detalles, hombres con cultura y estudios como Gustavo Petro, y no venezolanos de cuarteles y bajezas como los líderes de este país desconcertado que se dejó seducir por un oficial de medio pelo que tuvo y cultivó la facilidad de palabra, lo cual no garantiza que lo que hable sea inteligente, y se dejó traspasar a un chofer de autobús formado en la pelea política barriobajera, y se deje mandar por militares que están dispuestos a rendir honores a un subalterno que además los manejó a su antojo y los premió por olvidar sus propios juramentos.
Todo ello, claro, en medio de una nación donde los ignorantes son mayoría y más dispuestos a escuchar y seguir los palabreríos banales de dirigentes que se batieron siempre en el mundo inconsistente de la oratoria, A Betancourt las masas lo siguieron -aparte del trabajo organizador del partido- porque usaba palabras castellanas que la inmensa mayoría desconocía, a Leoni porque Betancourt lo señaló y no por el profundo laboralista que fue, a Caldera porque ofreció unas casas imposibles y porque Gonzalo Barrios tuvo la sorprendente rigidez de respetar 30.000 miserables votos, a Pérez porque era reilón y saltaba charcos.
Y años después a Chávez porque la dirigencia democrática estaba en las manos más ignorantes y decadentes, y porque era simpaticón, de apariencia física mestiza y porque la dirigencia del país –que se olvida porque ahora se han dejado convertir en mártires porque Fidel Castro les sacó de las manos al ignorante que ellos aspiraban a manejar- creyó poder itilizar a su antojo.
Los colombianos, tanto integrantes de las masas populares como especialmente los dirigentes, han sido siempre mucho más cultos y preparados que los venezolanos, tanto hombres de izquierda moderada como Gaviria, Sámper y Santos, como los conservadores de derecha como Pastrana y Uribe, para sólo mencionar unos pocos, y la izquierda bochinchera y sumisa que ahora nos gobierna creyó que Gustavo Petro era un guerrillero socialista y promadurista que llegaría a poner en Colombia las cosas como en esta Venezuela que perdieron adecos, copeyanos, medios de comunicación y empresas y se metieron en los bolsillos militares y civiles que en los mejores casos llegaron al bachillerato con calificaciones de compromiso y a algunos títulos universitarios, los menos, casi por casualidad.
Para descalificar a quien soñó un liderazgo opositor que dejó escapar entre las manos y los abandonos de los mismos que lo montaron en el techo de una camioneta, Gustavo Petro utiliza un ejemplo usado ya por Platón hace miles de años, y si usó la metáfora de la caverna de Platón es porque lo leyó o, como mínimo, conoce su pensamiento.
Que no es lo que las dirigencias del oficialismo y de la oposición venezolanas, mutuamente cultoras de la codicia y los espacios fáciles en los medios de comunicación, conocen. Y si usted, lector, desconoce pero quiere saber qué es eso de la caverna de Platón que usó Petro como ejemplo, búsquelo en Wikipedia, ahí sale, haga aunque sea ese pequeño ejercicio intelectual.