El venezolano, que hizo el Camino de Santiago, es un ejemplo de superación desde aquel día en el que con 21 años, dice, «me cortaron un ala». Sabe mejor que nadie lo que es tocar fondo, vivir en la calle y renacer
En la vida de Paúl Montiel, nacido en Maracaibo, Venezuela, en 1971, caben varias . La suya se cortó por primera vez a los 21 años, cuando una llanta le segó la pierna derecha y le dejó con 82 clavos en la izquierda. Él, que no viajaba en ninguno de los dos vehículos que colisionaron en ese accidente, sufrió sin duda el daño más importante. “Estaba comiendo en la calle una arepa, cuando chocaron dos coches. A uno se le salió la goma con la llanta, y como la vi volando hacia la mesa en la que estábamos, aparté a mi amigo. Cuando yo intenté salir corriendo tuve la mala suerte de que mi pierna derecha cayó dentro de una alcantarilla que estaba sin tapa, y me la cortó el hierro. La izquierda me quedó colgando”, relata sin inmutarse.
Hoy es un ejemplo de superación. Pero entonces, Paúl teenía 21 años y no imaginaba lo profundo del viaje que acababa de iniciar. «Yo en ese momento tenía toda la vida por delante y un ego equivocado, y me cortaron un ala», relata antes de volver a aquel día: “Me voy en una ambulancia aérea a los Estados Unidos, porque en Venezuela hay muy buenos médicos, pero no había equipos para tratar de salvar la otra pierna, que había cogido una infección por la suciedad de la calle”. Allí pasó un año a tratamiento en una cámara hiperbárica mientras esperaba a que cicatrizara la amputada para poder empezar con las prótesis.
Caída a los infiernos
Paúl dispuso de todos sus ahorros para hacer frente a las terapias. Por aquel entonces, estaba casado con una mujer que es hija de emigrante gallego con ella tuvo a su primera hija en Ourense, donde viven los abuelos paternos, por lo que tiene un gran vínculo con Galicia. “Yo entonces pierdo la pierna, pierdo el dinero que tenía ahorrado y me divorcio de mi primera mujer, que fue incondicional conmigo. Pero yo tenía un ego que me quería quedar solo, no quería que estuviera conmigo por lástima… Y en ese proceso, ya venía bebiendo mucho alcohol. Empiezo a tocar fondo. No quería vivir, y empiezo también a consumir drogas”.
Esta sería su primera caída a los infiernos. “Recuerdo que me quedé solo en Miami, en el apartamento que tenía mi familia. El dinero que mandaban para las terapias y el que tenía yo, que creo que en total pudo ser una cantidad de medio millón de dólares, me lo gasté en alcohol. Los fines de semana me emborrachaba, me lo gastaba comprando compañías e intentando no pensar. Así pasó un año, y a los ocho meses di una conferencia sobre cómo subir escaleras con los miembros amputados en la Universidad de Miami muy borracho”.
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