A pesar de la resistencia democrática, de las incesantes protestas cotidianas por las múltiples carencias y el colapso de los servicios públicos, del sistema de salud y del aparato educativo dependiente del Estado, la meta de sacudirnos de los efectos perversos de un gobierno ilegítimo se difumina y aleja. La cooptación, que es una manera particular de neutralizar a la oposición política a cambio de recompensas, como lo precisa M. Sodaro en el capítulo 5 de su libro sobre Política y ciencia política, una introducción, ha hecho sucumbir a dirigentes y a partidos de una supuesta oposición al régimen por los halagos del poder. El término suele aplicarse cuando los dirigentes ofrecen beneficios a individuos o grupos hostiles o indiferentes para suscitar su cooperación o neutralidad.
Ha sido una jugada exitosa para la camarilla militar civil que domina las instituciones venezolanas a favor de su permanencia en el poder, al que pretende aferrarse de manera vitalicia. Estamos en medio de una situación interna muy precaria para una mayoría de casi el 96% de la población, según la Encuesta ENCOVI de 2021. El contexto internacional en crisis, un nuevo gobierno en Colombia cuyos planes hacia la relación con Venezuela aún no están claros, pero vislumbramos que el nuevo presidente Petro no parece olvidar que Maduro es un tirano y que tiene bajo su férula una democracia martirizada, presos políticos y sistemáticas violaciones a los más elementales derechos humanos.
Nos hallamos ante una situación geopolítica en la que el país resulta convertido en un peón del tablero de ajedrez mundial por el control del territorio y los recursos nacionales, por ampliar su zona de influencia antiguas potencias como la Rusia de Putin o que buscan la expansión económica como Irán o China, o el doloroso dominio de Cuba en las estructuras del Estado y en la menguada economía venezolana. Todo esto se agrava con la presencia peligrosa de los grupos extranjeros irregulares armados y narcoterroristas que han tomado posesión de amplias extensiones del país y están directamente vinculados al crimen organizado transnacional.
¿Qué hacer para que no ganen ni la resignación ni la desesperanza y nos convirtamos en sobrevivientes de un persistente naufragio? ¿Cómo debe actuar la dirigencia democrática para asegurar no solo un liderazgo con la indispensable unidad de propósitos sino también su capacidad de inspirar credibilidad y confianza, así como de conseguir el respeto de aquellos a los que lideran? Esta es la tarea más urgente de quienes pretenden ser conductores de un cambio verdadero, que depongan sus intereses particulares o los de sus partidos a los intereses superiores de la gente y al bien mayor que el país significa.