El ser humano tiene una fuerte necesidad de creer, inclusive muchos que se declaran ateos, terminan por recurrir a ritos, ceremonias y creencias diversas.
Mientras nuestro destino humano sea la finitud de nuestra existencia, y la razón científica no agote todas las interrogantes que se nos plantea, seguiremos buscando respuestas en el mundo metafísico de las religiones y creencias más diversas.
Estos territorios espirituales, como espacios sagrados, trascienden lo esotérico y adquieren un alto sentido y valor poético.
La poesía de lo espiritual y religioso se convierte en necesidad psicológica de trascendencia frente a las miserias, dolores y limitaciones de la vida y su tedio corrosivo de implacable ordinariez, precariedad e incertidumbres.
Los astros y la visión del cosmos, con sus aterradores misterios cíclicos y atemporalidad de presencia permanente y aparentemente inmutable, llevó a la humanidad a buscar respuestas en el Cosmos y la Naturaleza.
Así nacen la filosofía, la poesía, las religiones y la ciencia. Sin ritos, liturgias ni mitologías la vida se empobrece. El “homo-faber” y el “homo-sacer” van de la mano y ni siquiera la cultura del espectáculo y el consumismo han podido anular.
El profetizado fin de las religiones no se ha cumplido y hoy, en el siglo 21, más que nunca los seres humanos sienten la necesidad de “creer” hasta el exceso de una vida llena de supersticiones.
Stonehenge, de una u otra manera, se ha convertido en un símbolo de nuestros orígenes más lejanos.
Territorio espiritual ancestral de una humanidad de seis millones de años de evolución y que se va humanizando en la medida que desarrolla capacidades y competencias de sobrevivencia, adaptación y evolución, que implica, entre otras cosas, el desarrollo de una consciencia que nos va distanciando de nuestra “animalidad” inicial.
Lo “religioso”, en su sentido más amplio, cumple un importante y fundamental papel en el intento de darle un sentido ético y estético a nuestras vidas.