Esa mañana lo primero que hizo Elisa (36) fue tirar un chorrito de un poderoso sedante en el café negro de su marido Larry McNabney (52, abogado exitoso y amante de las competencias ecuestres). Ella y su amiga/empleada Sarah Dutra (21) lo tenían todo pensado de antemano.
Por infobae.com
Larry desayunó muy campante con acepromacina. Luego salió con su mujer y con su asistente en el estudio jurídico hacia el show de Caballos Cuarto de Milla que tendría lugar en City of Industry, cerca de la ciudad de Los Ángeles, California, Estados Unidos.
Al trío se lo vio feliz, charlando, riendo y tomando unos tragos. En un momento, Larry llegó a decirle a unos conocidos que se sentía confundido y mareado.
De pronto, en medio del evento, colapsó. No era demasiado raro, todos sabían que Larry solía beber en exceso. Se acercaron para ayudar, pero Elisa y Sarah no lo permitieron. Actuaron con rapidez y entre las dos lo llevaron hasta la camioneta y regresaron al hotel.
Una vez en la habitación, le inyectaron más dosis de xilacina, una droga que actúa como depresor del sistema nervioso central y provoca somnolencia, amnesia, reduce los ritmos cardíacos y respiratorios.
Si dormía y relajaba a los caballos, pensaban ellas, tendría que funcionar para liquidar a Larry.
Al día siguiente, creyendo que él ya estaba muerto, lo subieron al asiento trasero del vehículo. Elisa manejó hasta el parque nacional Yosemite.
Tenían la intención de enterrarlo en algún punto remoto. Pero el plan no resultó. El terreno era durísimo de cavar, pura roca. No consiguieron abrir las entrañas de la tierra para que esta se tragara a Larry. Además, mientras Sarah golpeaba el suelo inútilmente con la pala, Elisa espantada notó que Larry seguía respirando. ¡No estaba muerto todavía!
Decidieron volver a Sacramento, a la casa donde vivía la pareja, para poder terminar con lo que se habían propuesto.
Al día siguiente, 12 de septiembre de 2001, lograron su cometido. A Larry, por fin, se le detuvo el corazón. Optaron por introducirlo en una bolsa que sellaron con cinta adhesiva. Luego, lo bajaron desde el segundo piso de la casa hasta el garaje y lo metieron con gran esfuerzo dentro un freezer que había comprado Larry tiempo atrás. Requirieron mucha más cinta para poder cerrar el refrigerador sobrecargado.
Con el cuerpo embalado se sintieron mejor. Aliviadas.
Las dos jóvenes, bellas e inteligentes mujeres, de melenas doradas y ojos azules, enfundadas en ropa de marca de primer nivel, habían concretado su malvado plan. Ahora tenían mucho dinero y eso les iba a garantizar pasarla bien.
El ataque terrorista a las Torres Gemelas ocupaba en ese momento la mente del planeta. Nada les vino mejor. Con el mundo petrificado con las noticias de los aviones estrellados, ellas tenían poco que temer…
Por lo menos en el corto plazo.
Con el coeficiente intelectual de un genio
Elisa, en realidad su nombre era Laren Renee Sims, nació en pleno invierno en 1966, en Attleboro, Massachusetts. Sus padres Jesse y Jackie Sims, un tiempo después, se mudaron con sus dos hijas al estado de Florida en busca de un clima más benigno. Elisa, así la llamaremos de ahora en más para no confundirnos con sus decenas de alias, fue una excelente alumna durante todo el secundario. Poseía un coeficiente intelectual anormalmente alto: 140. Literalmente contaba con la capacidad de un genio. Pese a eso, o quizá precisamente debido a eso, se aburrió del colegio y, para preocupación de sus padres, dejó de estudiar y comenzó a transitar el sendero del desastre.
A los 18 se casó con un joven de apellido Jordan, con quien tuvo a su hija Haylei, el 29 enero de 1985. Se separó y al tiempo, con otra relación, tuvo a su segundo hijo, Cole. Deambuló sin trabajo fijo y empezó a invertir su tiempo en idear maneras para ganar dinero fácil, sin esfuerzo. Robos en locales, estafas con tarjetas de créditos ajenas, cheques robados… Una de las primeras veces que la agarraron fue por un hurto tonto: una tintura para pelo de L’Oreal en una tienda Woolworth, en Tampa, Florida.
No fue presa por el pequeño robo, pero como era desafiante, mientras estaba bajo fianza violó otra vez la ley. Usó una tarjeta de crédito ajena. Sus andanzas siguieron y la policía creyó que lograrían terminar con sus desatinos colocándole una pulsera electrónica en un tobillo para tenerla monitoreada.
Pero Elisa era incontenible. No dudó en cortarla y dejarla tirada para fugarse con su hija Haylei a la ciudad de Las Vegas.
Su madre diría, tiempo después, al St. Petersburg Times: “Laren (se refería a Elisa) pareció cambiar y ella comenzó a hacer elecciones equivocadas”.
Elisa podía hacer cualquier cosa con tal de obtener dinero. Hasta casarse, algo que hizo tres veces en su vida. Llegó a tener 38 alias con el correr de los años. Era Melissa Godwin o Tammy Keelin o Elizabeth Barasch o Elisa Redelsperger… entre tantos otros pseudónimos. Este último nombre fue el que estaba utilizando cuando se interpuso en el camino del exitoso abogado Larry McNabney.
Cuando Elisa conoció a Larry
Larry McNabney era un profesional muy reconocido en la ciudad de Las Vegas. Llevaba varios casos de alto perfil mediático, ganaba juicios de montos importantes y aparecía en comerciales televisivos. Andaba a caballo y le gustaba usar sombreros tipo cowboy, por eso muchos lo llamaban “The Marlboro Man” (El hombre Marlboro). Larry había estado casado cuatro veces, tenía dos hijos y una debilidad peligrosa por el alcohol. Ese era su peor demonio. De hecho, fue el motivo por el que dos de sus ex mujeres habían conseguido restricciones perimetrales en su contra.
Fue en el año 1995 cuando Elisa Redelsperger (29) conoció a Larry McNabney (46) en el estudio que él comandaba en la ciudad de Las Vegas. Ella se presentó para solicitarle trabajo. Bellísima y dueña de una inteligencia incontrastable, logró encandilarlo en la primera reunión. Fue contratada. Esa semana, a su hija Tavia, Larry le dijo: “Estarías muy impresionada con la joven que acabo de contratar. Es brillante. ¡No sabés cómo maneja las cosas y el peso que me quita de la espalda!”.
Al abogado exitoso le falló el olfato.
No pasó demasiado tiempo hasta que Larry la invitó a salir. Ella, 17 años menor, era un shock de vitalidad y energía, pura juventud y desenfado. Larry comenzó a cultivarla a su manera: la llevó a los espectáculos de Caballos Cuarto de Milla, visitaron exclusivos viñedos donde la hizo degustar exquisitos vinos y la dejó comprar lo que le dio la gana. La pareja se consolidó. Ella lo convenció para que adquiriera un establo para sus caballos y así fue que el abogado empezó también a competir. Elisa avanzó y comenzó a interferir en las relaciones familiares de Larry. Lo alejó de sus hijos y de sus amigos.
Un plan se empezaba a ejecutar en su cabeza y Elisa no quería testigos inconvenientes.
Tavia se quejó con amargura: “Mi relación con mi padre cambió muchísimo. Ella puso un cerco alrededor nuestro. No me dejaba llamarlo, ni verlo”.
Comienza el desfalco
Hacia fines de ese mismo año los libros contables del estudio jurídico revelaron que miles de dólares se habían esfumado. Eran unos 140 mil dólares de los clientes más importantes. Justo, qué casualidad, eran las cuentas que manejaba Elisa.
Hubo una auditoría legal que terminó muy mal: revocaron la licencia de Larry para ejercer como abogado en el estado de Nevada.
La gravedad del caso era innegable. Y, si bien parecía claro que la culpable de todo era la nueva empleada y novia del jefe del team… Larry no hizo nada. Estaba cegado. Siguió adelante.
Se mudaron a Sacramento, en California, donde abrió otro despacho legal y, en 1996, se casaron.
Larry había firmado su sentencia de muerte.
Siguieron con su afición a los caballos, tomando vinos caros, viajando y haciendo excursiones a shoppings.
Larry empezó a tener tanto trabajo que con Elisa decidieron tomar una secretaria. La elegida fue una estudiante de artes de la Universidad de California, de 21 años, llamada Sarah Dutra.
Sarah tenía excelente presencia y, además, era muy despierta. Enseguida, con Elisa se hicieron íntimas amigas. Tenían demasiado en común: belleza, audacia, codicia y falta de escrúpulos.
Sarah iba con ellos a todos lados. A los shows de caballos y de compras con su amiga/jefa.
Todo lo pagaba el dinero de Larry.
Versiones disparatadas, un Rolex y prendas Gucci
El 10 de septiembre de 2001 los tres estaban en un hotel de Los Ángeles para asistir a una exhibición de Caballos de Cuarto de Milla. En el show fue donde Larry cayó redondo.
El 11 de septiembre fue la última vez que el abogado fue visto con vida: iba como dopado sentado en una silla de ruedas que empujaban, alternativamente, su mujer y Sarah.
El 12, como ya sabemos, Larry fue colocado en la enorme heladera del garaje de la pareja.
Ellas siguieron trabajando como si nada hubiese ocurrido. Elisa, descarada, comenzó a usar el llamativo Rolex de su marido. Un detalle que a muchos se les pasó por alto.
A todos los que llamaban preguntando por Larry, su mujer les decía cosas diferentes. A los hijos, que él estaba muy enfermo y que se sentía muy mal para atender el teléfono. A los amigos y conocidos les dio distintas versiones: que estaban tramitando el divorcio y él se había mudado; que estaba de vacaciones en Puerto Rico; que había ingresado a una clínica de rehabilitación por abuso de sustancias en Florida…
Al entrenador de los caballos de Larry, Casey Devitt, le regaló su ropa deportiva y le aseguró que él se había involucrado con una secta religiosa en el estado de Washington. El hombre no creyó esa historia, pero tampoco se interesó demasiado.
Elisa se las ingenió para mantener la oficina abierta y a los clientes contentos. Negociaba los pagos e incluso tomó a dos nuevas empleadas: a Ginger Miller y a su propia hija, Haylei Jordan, de 17 años. Ningún amigo de la pareja había oído hablar, hasta ese momento, de esta hija. La situación era sumamente singular.
Ginger Miller confesaría que había sido testigo de como Elisa y Sarah gastaban cantidades exorbitantes de dinero. Salían de shopping y adquirían ropa en marcas muy caras como Gucci. Eran capaces de comprarse zapatos de hasta 500 dólares el par: “Se vestían parecido, casi iguales, así que todo lo que compraban era por partida doble”, declaró.
Lujosos autos rojos
Elisa ejecutó el saqueo del estudio a la perfección. También vendió el tráiler de caballos y una camioneta en 110 mil dólares.
Los dos hijos de Larry sospechaban que algo andaba muy mal: “Era extraño para nosotros porque había pasado mucho tiempo. También era raro los sitios a los que ella decía que él se había ido”, recuerdan. Tan estrafalario resultaba la situación que contrataron a un investigador privado para seguir los pasos de su padre. No consiguieron demasiado. Y, para cuando la policía se interesó y empezó a preguntar sobre el paradero de Larry, Elisa ya se había adueñado de todas sus posesiones y se había marchado.
La última vez que alguien la había visto había sido el 11 de enero de 2002 y ella iba manejando un flamante Jaguar de color rojo. Unos días antes le había regalado a su amiga Sarah Dutra un BMW cero kilómetro del mismo color. Curioso color el elegido para una fuga manchada con sangre.
Una tumba en un viñedo
Pero Elisa, antes de irse de Sacramento, había llevado a cabo otra misión con la ayuda de Sarah.
Entre finales de diciembre y principios de enero movieron el cadáver de Larry. Sacaron al marido frizado y lo condujeron hasta un viñedo cercano a Linden, en el condado de San Joaquín. Era un sitio que Larry adoraba. Alguna vez lo habían disfrutado juntos con Elisa. Allí las jóvenes cavaron una tumba poco profunda y lo dejaron descongelándose.
Fueron unos trabajadores del lugar quienes descubrieron el cuerpo de Larry el 5 de febrero de 2002.
Estaban en medio de su jornada laboral cuando observaron emerger de un surco algo que parecía una pierna. El hedor no les dejó espacio a dudas.
Llamaron a la policía. Resultó ser el cuerpo descompuesto de Larry McNabney.
La autopsia reveló que llevaba muerto meses y que la causa del fallecimiento había sido “sobredosis de tranquilizantes para caballos”.
Los detectives comenzaron a entrevistar a sus conocidos. Una mujer llamada Evan Rees recordó haber tenido una extraña charla con la mujer de la víctima, Elisa. Relató que ella le había preguntado si los tranquilizantes de caballos podrían matar a una persona.
La policía buscó a Elisa, pero era un fantasma. No había licencia de conducir a su nombre, tampoco un número de seguro social o rastro alguno que seguir.
En las oficinas de McNabney no hallaron datos que los ayudaran. Elisa había sido muy prolija borrando sus huellas.
Tenían que encontrar a una mujer que no existía en los papeles.
Después de mucho investigar, en un tráiler de caballos, descubrieron unos objetos pertenecientes a esta mujer que se hacía llamar Elisa. Entre ellos dieron con un antiguo papel que contenía un nombre que no habían visto hasta el momento: Laren Renee Sims. Lo cargaron en la computadora del FBI y la ficha que les devolvió la pantalla tenía 113 páginas. Ahí estaba todo su pasado. La persona real detrás del falso perfil.
La policía emitió una orden de arresto contra ella con una recompensa de 10 mil dólares para quien ayudara a su captura. El cadáver recuperado les quemaba, pero Elisa les llevaba mucha ventaja. Ya se había adueñado de todas las posesiones de Larry, unos 500 mil dólares, y había desaparecido del radar de los investigadores usando otro nombre. Se movía con rapidez.
Confesar lo peor
Cuando el cuerpo de Larry apareció, Elisa y su hija mayor, Haylei Jordan, ya estaban en Arizona. Al poco tiempo, volvieron a trasladarse. Haylei dijo que ella no cuestionaba lo que su madre decidía, simplemente la seguía. Tampoco sabía qué había hecho exactamente. Cruzaron en auto los estados de Colorado, Louisiana y Alabama. Elisa escogía lugares turísticos donde fuera fácil pagar en cash y pasar desapercibidas.
Cuando llegaron al estado de Florida, Elisa ya se llamaba Shane Ivaroni y a Haylei la había bautizado como Penélope. Se instalaron en la ciudad de Destin mientras el país entero la buscaba. Cuando sintió que la policía le pisaba los talones, obligó a su hija a hacer las valijas para partir hacia Charleston, Carolina del Sur. Haylei estaba cansada de huir y enfrentó a su madre para decirle que ya no quería seguir con esa vida. Fue entonces que Elisa eligió contarle la verdad de lo que había ocurrido con Larry. O, al menos, parte de la verdad. Haylei lo relató así en una entrevista exclusiva con el programa 20/20: “Ella me dijo: ‘Necesito decirte esto, pero no tenés que entrar en pánico… Nosotras lo matamos”, refiriéndose a Sarah Dutra.
Haylei quedó horrorizada. Elisa la condujo de regreso a Destin a la casa de unos amigos y ella continuó con su fuga en el auto. Haylei entró en pánico, su madre estaba muy nerviosa y podía intentar suicidarse. Decidió llamar a la policía. Les dijo que estaba muy preocupada por su madre y que ella pudiese hacerse daño, pero en esa llamada se cuidó de no mencionar el crimen de Larry McNabney.
El 20 de marzo de 2002, finalmente, Elisa se entregó a la policía. No le dieron la posibilidad de una fianza y quedó presa.
Después de estar dos semanas en custodia y con la extradición a California decretada, pidió una lapicera y escribió su confesión. Fueron tres páginas completas donde describió cómo había asesinado a Larry McNabney con la ayuda de Sarah Dutra. Luego, redactó una segunda carta para su hija: en ella se justificó por haber matado a Larry. Aseveró no haber encontrado otra salida debido a “las drogas, el alcohol, las prostitutas, las cuentas, cosas que ya te conté… él no podía salir por sí mismo de la oscuridad”.
En fin, la culpa del crimen la tenía la víctima.
Sin embargo, Ginger Miller en su testimonio sostuvo que a ella le había dicho otra cosa: “que estaba cansada de estar casada con un hombre viejo y que cuando hacían el amor le daba erizo y se le ponía la piel de gallina”.
Según el medio St. Petersburg Times, luego de su confesión Elisa (ya Laren Renee Sims para los oficiales de homicidios) logró ver a su hijo Cole, de 16 años. No lo había visitado por nueve años.
El domingo 31 de marzo de 2002, en su celda solitaria, Elisa se dedicó a cortar en tiras la funda de su almohada. Las anudó hasta hacer una cuerda resistente. La ató al conducto de aire acondicionado que había en el techo y a las 11.27 se colgó. No sin antes dejar una nota de suicidio instruyendo a su abogado para demandar al condado de Hernando por no haber prevenido este desenlace fatal. Dejó dicho que deseaba que ese dinero fuera para sus hijos: “Mis acciones les permitirán ahora moverse hacia el futuro sin esta pesada carga (…) Ellos no tendrán que ver mi juicio por televisión”.
La cómplice marcha presa
Sarah Dutra fue a juicio en el año 2003 por el papel que desempeñó en el crimen de Larry. Sostuvo que Elisa McNabney la había manipulado para cometerlo. Muchos sostienen que las mujeres también fueron amantes.
Durante el juicio quedó establecido que Larry McNabney murió por las dosis letales del tranquilizante animal que ellas le dieron e inyectaron.
Fue sentenciada a 11 años y 8 meses de prisión.
Haylei Jordan, hija de Elisa, testificó en su contra y dijo que “Sarah nunca actuó como si le tuviera miedo a mi madre. Nunca”.
El 26 de agosto de 2011, Sarah salió en libertad con 31 años. Solo trascendió que fue a vivir con sus padres.
Los hijos de Larry dijeron que, por su propia salud, estaban trabajando para poder perdonarla.
El caso de la dupla asesina llegó a una película de televisión en el año 2005 que se llamó Las mentiras que me dijo mi madre. También a dos libros: Marcado para morir, de Brian Karem y Sangre Fría, una historia de amor, mentiras, codicia y muerte, de Carlton Smith.
Haylei Jordan, en el programa 20/20 de ABC, contó: “Pasé una gran parte de mi vida siendo conocida como la hija de Elisa McNabney. No quería hablar porque no quería saber más de todo esto. De todo lo que atravesé”, expresó. Luego del suicidio volvió a vivir con los padres de Elisa en Brooksville, Florida, de quienes habían estado distanciadas. Haylei eligió creerle a su madre: “Ella quiso dejarlo, pero él nos seguía y decía que, si no volvía a casa, nos mataría a ambas y se suicidaría”.
La hija de un matrimonio anterior de Larry, Cristin Olson, sostiene que eso no es verdad, que su padre nunca había tenido conductas violentas.
Cada quien juega el partido que puede o que quiere
En realidad, Larry jamás conoció a Elisa. Murió sin saber el nombre real de la mujer con quien estuvo casado durante seis años. Fue asesinado con frialdad por esa perfecta desconocida que decía amarlo, dormía acurrucada con él y usufructuaba de su billetera.