Primero fue contra los educadores: profesores, maestros, trabajadores y obreros fuimos, según el régimen, los productores de la devaluación del bolívar, los causantes de esa devaluación. Ahora, ya pasada la euforia del señalamiento contra la educación y su poca pegada mediática, la han emprendido, nuevamente, porque no resulta original solo por estos días, contra los “usureros” comerciantes. Como si ellos con su trabajo, ahogados de dificultades, fueran los verdaderos causantes de la desgracia económica del país.
Se ha desatado un ataque despiadado, con insultos incluidos, que remarca la intención de desaparecer a los tradicionales ejes del comercio en Venezuela. Para sustituirlos por nuevos. Por los suyos. Mucho peores, desde luego. Nadie tiene ni sostiene un negocio para perder, perdiendo. La idea es que un comercio permanezca, ganando. ¿O no? Usted tendrá sus bienes y servicios a la disposición y el negocio seguirá allí abierto, en una relación ganar-ganar, de comprador y vendedor. Pero como todo despotismo, la obligación del movimiento del mercado viene impuesta. Como si dijeran: ” El dólar se mantiene a este precio porque así lo quiere el dueño del gran negocio-país”. Así ocurre. El Banco Central indica una cifra contenida y es la que se impone para la compra-venta, aún a sabiendas de que la volatilidad del mercado hace o hará fluctuar la moneda, generalmente incrementando su valor. Nadie espera para diciembre un dólar por debajo de los ocho bolívares. ¿Nadie quiere o puede protegerse ante ello? ¿Deben los comerciantes finalmente perder? No lo harán. Ofertarán de otro modo. ¿Es la primera vez que ocurre este desmadre? No.
Los comerciantes son cercados permanentemente por la ojeriza del régimen. Les suben los impuestos de manera inclemente, los obligan a pagar y pagar. Agua, electricidad, aunque no las haya o no las haya con alguna permanencia; el aseo cada vez más costoso, cada vez más ineficiente, las patentes y otros artilugios para pegarlos contra la pared y extorsionarlos directa o indirectamente, como si estuvieran poseídos por la culpa de su sola existencia. Los adversan con vendedores ambulantes de la misma mercancía en la puerta, libres de actuar para quebrarlos, es la verdad.
La amenaza y el cumplimiento de la misma están allí: cierre del negocio. Cierre que tiene una doble manera de proyectarse discursivamente: para todo aquel que ose vender por encima del valor “impuesto” a la moneda y para toda la ciudadanía, en el sentido de que aquí existe un control, una orden que se cumple, desde el poder despótico, por más absurda y atropellada que sea. La dominación. La postración del otro, dominado. El valor de la moneda no lo determina un comerciante, los comerciantes. El valor del intercambio lo establece la confianza, la producción, la calidad, el trabajo, la oferta real que puede tener una nación con sus productos, sus bienes, sus servicios, la credibilidad, la seguridad de la permanencia en el tiempo del respeto a la propiedad privada, por ejemplo, que asegura inversiones confiables a largo plazo. Y también, del respeto al comercio. A la voluntad de comprar y vender según la calidad del producto y su justo valor, porque nadie es tan estúpido para adquirir un bien o un servicio sobrevalorado, guiado por la desmesura. Esto se resume en la libertad individual y del mercado.
En cuestión de pocos días apreciaremos el ajuste comercial sin pérdidas. El interés por la dominación del mercado se habrá desvanecido. El dólar seguirá buscando su valor más justo en medio de esta debacle y quedará la marca del interés por la doblegación. Quedará el aspaviento de quienes intentaron humillar de nuevo, de cualquier modo a los ciudadanos. Hacerlos prosternarse hasta con el engaño. El señalamiento ridículo de que son los profesores con sus justas exigencias laborales los causantes de la debacle económica del país, o las sanciones, no ha podido perdurar. Esas sanciones provocadas desde el poder con su política internacional de pérdidas ocasionadas por su ligazón ideológica que nos ha llevado a acercarnos de tanteos de glúteos con terroristas, con fundamentalistas, con asesinos y narcotraficantes, al margen de los países más ordenados, más productivos, más seguros para mercadear en el orden internacional.
La búsqueda de chivos expiatorios podrá servir momentáneamente para esquivar más señalamientos acerca del manejo del poder y de la economía por parte del régimen del terror. Pero se cae por su propio peso moral, ético, económico, político. Solo la galería cree y sostiene, cada vez menos, por cierto, el discurso oficial. Cada vez se hace más conciente de la engañifa que se quiere propiciar como venta de bondades: “Venezuela se arregló”. A sabiendas de que el portazo llega pronto: la inmensa crisis laboral provocada para hacer que los trabajadores paguemos los errores de quienes manejan el poder, la devaluación de la moneda, la entrega del país a manos extranjeras para que se enriquezcan a costillas de nuestras bondades brindadas generosamente por la tierra y el subsuelo, de trabajadores esclavizados. Cada vez más roto el discurso económico insostenible. La verdad es la ruina causada por el despotismo. La ruina se manifiesta de mejor modo en ser la nación del mundo con mayor cantidad de emigrantes, de huidos, de refugiados. ¿Como se esconde la ruina provocada?