Los medios de comunicación y nuestra persistente crisis política popularizaron a los “ni -ni”, interpretándose como un segmento del electorado que no votaba por ninguno de los bloques en conflicto. Pero hay otros “ni -ni” que me parecen más reales, aquel creciente número de jóvenes que ni estudia, ni trabaja. Los datos dados a conocer por la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida y por PROVEA en los últimos años sugieren una impresionante deserción escolar en todos los niveles y una escandalosa manifestación de la precariedad laboral, el sub empleo y el desempleo entre los jóvenes con edad para trabajar.
Más allá de los datos, la cotidianidad golpea sin piedad. El sueño de la igualdad hacia abajo se cumplió, en las universidades no hay bibliotecas, ni comedores, ni transporte. En ellas pueden estudiar los pocos que pueden soportar esas y otras carencias como la falta de baños o seguridad en los campus. Solo para luego egresar con un título bajo el brazo y dos opciones: emigrar o soportar salarios hambreadores. Vemos jóvenes ingenieros como taxistas, abogados ofreciendo servicios delivery y docentes vendiendo productos de belleza o haciendo uñas. Un espectáculo que los más jóvenes pueden ver como la única realidad, a la que además se le vende con romanticismo diciéndole “reinventarse” y “emprender”.
Entre morir de hambre y sobrevivir haciendo algo lejos, muy lejos, de la vocación y estudios realizados no suele ser una decisión sencilla pero la “necesidad tiene cara de perro”. Conozco jóvenes que con todo su pesar, siendo enfermeros o contadores públicos, están asumiendo trabajar en una tienda o ser caleteros porque “en la casa tengo a mi familia esperando” y preferible ahorcar la toga y el birrete que no tener que dar de comer a los hijos. Pero ¿A dónde nos conduce ese mundo gris de sueños rotos y sobrevivientes de la revolución?
Nos conduce a los “ni – ni”. Los aún más jóvenes, aquellos que han pasado entre primer y quinto año de bachillerato viendo a sus padres y profesores adelgazar, morir de mengua o emigrar. Muchos de ellos viviendo con sus abuelos por tener padres en la diáspora enviándoles remesas para que, en el mejor de los casos, tengan el privilegio de comer y sea ese un sustituto de la cercanía en el hogar. A esos jóvenes se les hace muy complicado encontrar, además del dinero, la motivación para estudiar y prepararse. Bien sea a nivel técnico o profesional. El conocimiento en si mismo se hace intrascendente y hasta enemistado con la absoluta prioridad de encontrar el próximo bocado diario.
Pero tampoco se trabaja. Los muchachos van a buscar empleo y les dicen, lógicamente por carecer de experiencia y formación, que las ocupaciones disponibles pagan a lo sumo 30$ a la semana. La mayoría ni siquiera tiene esa suerte. Un joven me dice “matarse por 4$ diarios es alegrarse por ser esclavo” y me cuesta encontrar los argumentos para convencerlo de lo contrario porque 4$ es el precio de un almuerzo ejecutivo o lo mismo que casi gasta una persona que va y viene entre Tocuyito y Naguanagua en un solo día pagando su pasaje en el transporte público.
Quedarse en casa, sin hacer nada, esperando la Caja CLAP, si acaso llega, es lo que forzosamente están haciendo muchos jóvenes. Pasa también otro fenómeno, algunos buscan enfusivamente ser policías, esto debe ser aún más estudiado estadísticamente pero lo más probable es que el estímulo sea menor por los salarios devengados por los efectivos policiales que por la expectativa de ser, finalmente, el matraqueador y no un eterno matraqueado, es esta una división social bastante representativa del momento.
En todo caso, si los jóvenes no encuentran ni motivaciones para el estudio, ni para el trabajo, rápidamente el ocio sí les dirá qué hacer y no nos gustará. Como ya dijimos, la “necesidad tiene cara de perro” pero quienes tuvimos alguna oportunidad precedente de formación, aunque sea, aprendimos a ser taxistas, repartidores delivery, hacedores de uñas, vigilantes o bodegueros aún teniendo título universitario. Quienes no tienen ni siquiera eso, aquella “cara de perro” los puede enviar a derroteros muy distintos. Hoy los niños que deberían estar en cuarto grado no pueden ni leer ni hacer operaciones matemáticas básicas, si el analfabetismo persiste es muy probable que no puedan cumplir los deberes y derechos que tienen como ciudadanos porque hasta eso se aprende.
Julio Castellanos / [email protected] / @rockypolitica