Providencialmente, desde hace muchos años contamos con el aporte del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), y de sus expertos, quienes han logrado caracterizar objetiva, responsable y rigurosamente, la situación que aqueja al país. La delincuencia ha adquirido un desarrollo tal que la entendemos personalmente, por una parte, como expresión de la guerra no convencional que nos azota cada vez más visiblemente; y, por otra, que concursa, influye y determina, mas no se confunde, con el poder político.
Presumimos que no es necesario probar los servicios aportados por las bandas hamponiles al ejercer el control social de las comunidades que las domilician, a cambio de impunidad. U, otro ejemplo, propiciar un clima de terror en los espacios públicos ante la demasiado aparente incapacidad de los funcionarios policiales para reducirlos. Empero, consideramos importante cuestionar una falacia que parte de premisa cierta de la existencia de sendas mafias, arribando a la falsa conclusión de que no son portadoras de un adicional relacionamiento político.
Puede aseverarse que, distintas y especializadas ambas actividades, la del ejercicio del delito común y la del poder político, contando con tan específicas exigencias de propósitos y tareas, de tiempo y técnicas, que una completa fusión significaría, además, la etapa final del Estado depredador en el que han convenido. Mientras haya Estado, algo de interés común, habrá depredación y sólo el agotamiento de los recursos y ventajas, los confundiría para ensayar fórmulas superiores de carácter transnacional en los más variados rubros de la criminalidad, fueren o no sofisticados.
La jefatura de una mafia determinada puede estar encarnada en las más importantes figuras del Estado, pero éstas necesariamente deben delegar funciones y representaciones. Una creciente complejidad de las actividades y organizaciones delincuenciales fuerzan a una división del trabajo, buscando una mayor eficacia.
La existencia, continuidad y estabilidad de las mafias, significa no sólo la penetración de las instituciones y demás instancias del Estado, sino la conformación de un sistema político que las comprende. Vale decir, con insumos y productos que cumplen un ciclo que considera y evalúa, tratando de controlar o manipular, la formulación, filtración, competición y reducción de las demandas ciudadanas; la concreción de los problemas más críticos y riesgosos, sugiriendo alternativas; la existencia, movilización y administración de los recursos disponibles; y la adopción, ejecución y evaluación de las decisiones, en el marco de un predominio propagandístico y publicitario esmerado.
Luego, luce aventurado afirmar que un régimen de tales características, sólo, única y exclusivamente merece una perspectiva, consideración y tratamiento criminológico y criminalístico. Tamaña convicción constituye la mejor garantía de su supervivencia que es, ante todo, política.
Obviamente, el problema reporta una novedad que requiere de imaginación y coraje para una respuesta adecuada y certera. Este es el punto esencial en torno a la calidad y confiabilidad del liderazgo que, al defender la libertad y la democracia, inevitablemente ha de combatir a las mafias que las cercenan por una fundamentalísima razón existencial.