El señor Ronald DeFeo había juntado pesito sobre pesito que ganaba en su trabajo como vendedor en una concesionaria de automóviles Buick en el barrio de Brooklyn, Nueva York. Fue un vendedor dedicado y laborioso y su suegro, dueño de la concesionaria, se lo supo reconocer, es decir su sueldo siempre fue en ascenso. Para inicios de los años setenta la familia DeFeo no tenía preocupaciones económicas.
Por TN
Ronald, entonces, tomó la decisión de dejar la ciudad y mudarse a Long Island. Eligió una casa colonial de dos plantas más un altillo y muchas habitaciones ubicada en la localidad de Amityville, en la calle Ocean Boulevard 112. Tenía, además, un cobertizo para botes en el río Amityville. La casa era enorme y había mucho espacio para él, su esposa Luise, y sus cuatro hijos, Ronald Jr, Dawn; Allison; Mark; y John. El jefe de la familia hizo colocar en el patio delantero un letrero: “Grandes esperanzas”. DeFeo estaba en su plenitud. Allí pensaba recibir a sus amigos y conocidos. También en ese lugar recibió el espanto y la muerte.
Hacia fuera, Ronald DeFeo era un hombre simple, simpático y exitoso. Hacia adentro, tenía un carácter del demonio, arranques de furia y violencia, que no ahorraba despiadadas peleas con su esposa. Los hijos también sufrían el riguroso carácter de su padre. La casa se llenó de gritos, ruidos de objetos que se lanzaban contra la pared, y otros rastros de los arrebatos feroces de Ronald. Quién más sufría los arranques de su padre era su hijo mayor, Ronald Jr. o “Butch”, como le decían en la familia. Ya de chico sufrió de bullying en la escuela por su sobrepeso y su padre lo humillaba porque no se defendía a los golpes de los “matones del colegio”. Al mismo tiempo lo castigaba por hablar por lo bajo y más aún cuando lo desobedecía por cualquier cosa.
Una noche, el matrimonio estaba discutiendo en la sala principal de la planta baja cuando Ronald Jr. agarró una escopeta calibre .12 de su habitación del primer piso, cargó un cartucho en la recámara, bajó corriendo y se enfrentó a sus padres. No dudó. Apuntó el cañón del arma a la cara de su padre y gritó: “Dejá a esa mujer en paz. ¡Te voy a matar, gordo de mierda! Eso es todo.” Ronald Jr. apretó el gatillo, pero el arma extrañamente no se disparó. El padre quedó helado y observó con sombrío asombro cómo su propio hijo bajaba el arma y simplemente salía de la habitación con indiferencia.
El 14 de noviembre de 1974 a la noche, toda la familia DeFeo dormía, menos Ronald Jr. Estaba en silencio en su habitación. Era el único que tenía un cuarto para él solo. ¿Por qué? Porque era muy violento. El muchacho eligió un rifle Marlin Firearms calibre .35 (el diámetro de la bala es de 9.1 mm). Primero fue a la habitación de sus padres. Silenciosamente empujó la puerta y vio que dormían. Se llevó el rifle al hombro y apretó el gatillo. El primer disparo desgarró la espalda de su padre, le atravesó el riñón y salió por el pecho. Ronald Jr. disparó otra vez y el proyectil perforó la base de la columna vertebral de Ronald padre, y se alojó en su cuello. Para entonces, Louise DeFeo se había despertado sólo para ver la muerte de cerca. Su hijo apuntó el arma y le pegó dos tiros en el cuerpo. Las balas destrozaron su pecho y colapsaron su pulmón derecho. La sangre cubría los cuerpos.
Había un rotundo silencio en la casa no obstante del chasquido de cada disparo del rifle. Ronald Jr. se dirigió a la habitación de sus hermanos más pequeños, John, de 9 años, y Mark, de 11. Se paró entre las dos camas. Les disparó un tiro a cada uno mientras dormía. Mark quedó inmóvil. John se movió apenas el balazo le dio en la espalda. Los otros dos miembros de la familia que seguían vivos no habían escuchado nada. Ronald Jr. fue hacia el cuarto de sus hermanas Dawn, de 18 años, y Allison, de 13. Allison se despertó justo en el momento en que Ronald Jr. le bajaba el caño del rifle en su cara y apretaba el gatilllo. Giró hacia donde estaba Dawn y su disparo le voló el lado izquierdo de la cara. Había tardado quince minutos en asesinar a los seis miembros de su familia.
Eran las tres de la mañana. Se escuchaba el ladrido del perro “Shaggy” atado al lado del cobertizo para botes. Ronald Jr. respiró hondo. Debía lavarse e inventar una coartada. Se duchó y se afeitó la barba; se vistió con jeans y botas. Recogió su ropa ensangrentada y el rifle, colocó todo en una funda de almohada y fue hacia su automóvil. Antes del amanecer estaba conduciendo hacia los suburbios de Brooklyn. Tiró la funda en un desagüe pluvial. Volvió a Long Island y se presentó a trabajar en la concesionaria. Eran las seis.
Algo debe estar pasando ahí”
Durante esa mañana llamó a su casa varias veces. Su padre no aparecía y él se mostraba aburrido porque nadie le daba nada para hacer. Llamó a su novia Sherry Klein, que tenía 19 años, y le dijo que saldría de su trabajo temprano y que la pasaría a buscar. Salió de la concesionaria hacia el mediodía. Se cruzó con su amigo Bobby Kelske con el que habló un rato. Llegó a la casa de Sherry a la una y media. Como un comentario sin importancia, le mencionó a la chica que había llamado a su casa y que nadie había respondido. La llevó de compras y después se fueron a la casa de Bobby Kelske. Volvió a hablar de las veces que llamó a su casa sin obtener respuesta. Dijo: “Algo debe estar pasando ahí”.
Sospechas, detención y mentiras descaradas
A las dos y media de la mañana del 15 de noviembre, el policía John Shirvell volvió a revisar la habitación de Roland Jr. Encontró un par de cajas de cartón rectangulares con la etiqueta: rifles Marlin, calibre .22 y otra calibre .35. Shirvell no sabía que un Marlin calibre .35 había sido el arma usada en los crímenes hasta que se lo dijeron en la jefatura de Policía cuando llegó con las cajas. Su idea de lo que había ocurrido cambió por completo y comenzó a repasar las declaraciones de Ronald Jr.
DeFeo comenzó a mentir descaradamente e insistió que Falini lo había despertado esa noche para matar a su familia y que estaba acompañado por otro hombre a quien no pudo describir. En medio de su interrogatorio, Ronald Jr. afirmó que había levantado un cartucho y que lo descartó. Rafferty le preguntó: “¿Por qué recogiste el cartucho si no tuviste nada que ver? ¿No sabías que era tu arma la que se usó?”. Dunn lo arrinconó: “¿Si había dos tipos más en la casa y te obligaron a acompañarlos a las habitaciones, seguro un tiro te habrán ordenado disparar?”. Ronald Jr. no respondió enseguida.
“Escuché voces que me ordenaban matar”
– Dame un rato-. le pidió el sospechoso.
– No pasó como lo contaste ¿no?-, lo apuró Rafferty.
– Falini y ese otro tipo nunca estuvieron en tu casa ¿no?-, agregó Dunn
– No-, respondió Ronald Jr. Se tomó unos segundos y continuó: -Todo empezó tan rápido. Una vez que comencé, simplemente no pude parar. Fue tan rápido.
El juicio contra Ronald DeFeo Jr. comenzó casi un año después, el 14 de octubre de 1975. La preocupación del fiscal Gerard Sullivan era evitar que la defensa convenciera al jurado que el acusado estaba loco al momento de los asesinatos. “Escuché voces que me ordenaban matar”, les había dicho el acusado a los forenses, palabras que dieron pie luego a films de terror. Sobre esta cuestión giraría la defensa del abogado William Weber.
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