Fijarse sólo en la clasificación de una tormenta puede ser engañoso, dicen los expertos. A medida que en 2018 el huracán Florence se acercaba a la costa de Carolina del Norte, su gravedad se degradó repetidamente: de categoría 4 a categoría 1. Sus vientos disminuyeron, pero la tormenta aumentó de tamaño, se desaceleró y desató lluvias torrenciales que provocaron grandes inundaciones.
Cuatro años después, en septiembre de 2022 estamos asistiendo a otro ejemplo del fenómeno: a pesar de que el ciclón Ian alcanzó la categoría 1 de huracán el pasado jueves (la menos intensa, siendo la categoría 5 la peor), el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, aseguró el viernes que Ian “podría ser uno de los huracanes más destructivos de la historia de los EE.UU.” Sólo en Florida han fallecido ya 60 personas, y se han evacuado 2,5 millones de habitantes. En Cuba, el huracán produjo un apagón total que ya dura tres días. Y, sin embargo, la categoría oficial del huracán es la más laxa. Pero, ¿es así de verdad como funciona el sistema de clasificación de huracanes?
La conocida clasificación de huracanes, la escala de vientos Saffir-Simpson, se basa únicamente en las velocidades máximas de los vientos medidas en un momento determinado.
“Eso sólo capta una dimensión de cómo puede impactar un huracán”, dice Allison Wing, científica atmosférica de la Universidad Estatal de Florida.
Cuando la tormenta tropical Allison tocó tierra en Texas en 2001, provocó inundaciones extremas y mató a 23 personas. La tormenta tropical Claudette, que azotó la costa del Golfo el pasado mes de junio, provocó inundaciones repentinas y mató a 14 personas.
En España, en septiembre de 2022 las Islas Canarias se vieron afectadas por la tormenta tropical Hermine que dejó una gran cantidad de daños materiales y un fallecido y sus efectos se notaron hasta en la Península.
“Creo que uno de los mayores retos de comunicación para todos nosotros es la lluvia de los huracanes”, dice James Done, científico atmosférico de la Universidad de Colorado, en Boulder (Estados Unidos). “La mayoría de las víctimas mortales se producen por el agua, tanto por las inundaciones como por las mareas de tempestad”.
Por eso, él y otros han ideado formas alternativas de clasificar el riesgo de una tormenta, argumentando que transmitir el peligro al público de forma más completa podría ayudar a salvar vidas.
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