El huracán Ian se demoró unas 24 horas en cubrir los 450 kilómetros que separan Cayo Hueso, donde tocó tierra el miércoles a eso de las tres la tarde, y Saint Augustine, la última localidad de Florida sobre la que descargó su furia. “Esa condenada tormenta se tomó su tiempo”, dijo este lunes Martha, enfermera de profesión, ante la casa en la que pasó tres días con el agua a la altura de las pantorrillas y sin poder salir en Daytona Beach, ciudad de vacaciones una hora al sur de Saint Augustine. El miércoles el viento arrancó de cuajo el enorme roble del jardín. El viernes llegó por fin el Ejército. Y el sábado lo pasó de un refugio a otro, en busca de ayuda.
Por El País
Daytona Beach está en el extremo nordeste de Florida, y fue la anteúltima parada del destructivo viaje de Ian, un viaje que en coche se hace en unas cinco horas. El temible huracán llegó al final de su trayecto con los humos bajados, convertido en tormenta tropical, pero con un último cartucho por gastar: el mismo fenómeno, atribuible al cambio climático, que hizo que se envalentonara con una fuerza sin precedentes antes de llegar a Estados Unidos debido al calor de las aguas del Golfo de México, provocó que se rearmara una vez arribó en el Atlántico para embestir a las Carolinas con categoría, de nuevo, de huracán. En Carolina del Norte, se cobró cuatro víctimas.
Además de dejar incomunicado el barrio de Martha, Ian, que ha causado, según cálculos del lunes por la noche, al menos 100 muertos en Florida, se llevó por delante en sus últimos coletazos en la península el robusto muro de un hotel de la playa de Daytona, donde estos días los curiosos se acercaban para rendirse a la evidencia de la fuerza del ciclón. En Saint Augustine, el viento empujó el mar adentro, hasta inundar gran parte de su zona histórica. Y por una vez, el adjetivo no es un modo de disimular la juventud de Estados Unidos: esta pintoresca localidad atrae a los turistas como el asentamiento más antiguo del país, fundado por los españoles en 1565. Sylvia, cubana de Matanzas que trabaja en una garita que ofrece excursiones a los visitantes frente al castillo de San Marcos, mostraba este lunes la marca que dejó el agua al paso de Ian, a unos 80 centímetros de altura.
El agua, más que el viento, se ha convertido en la calma tras la tormenta en el mayor problema para Florida. Lo es en Kissimmee, en la zona central del Estado, donde el lago se ha llevado por delante el negocio de travesías en aerolanchas de Jay y Chris, y lo es en Saint Cloud, donde unas 150 familias fueron desalojadas el domingo a causa de las inundaciones en una urbanización de las afueras, cuando ya creían que lo peor había pasado. Michael O’Connor, desde luego, no contaba con dormir la noche del lunes con sus “cinco hijos en un Airbnb”, pero no le quedó más remedio.
La explicación a los problemas de O’Connor tiene nombre: inundación compuesta. Es lo que sucede cuando los desbordamientos provocados por la marejada ciclónica del huracán impiden que los ríos vayan a dar al mar porque están al máximo de su capacidad debido a las fuertes lluvias, más fuertes de lo que cabía esperar, a causa, de nuevo, del cambio climático, según un estudio publicado este año.
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