En marzo, Katelin Cruz salió de su última hospitalización psiquiátrica con una combinación conocida de sentimientos. Por un lado, se sintió aliviada al dejar la sala, donde los asistentes le quitaban los cordones de los zapatos y a veces la seguían hasta la ducha para asegurarse de que no se hiciera daño.
Por TN
Sin embargo, su vida en el exterior era tan inestable como siempre, señaló en una entrevista, con una pila de cuentas sin pagar y sin un hogar permanente. Era fácil volver a tener pensamientos suicidas. Para los pacientes frágiles, las semanas posteriores a ser dados de alta de un centro psiquiátrico son un periodo notoriamente difícil, con una tasa de suicidio alrededor de quince veces superior a la tasa nacional, según un estudio.
No obstante, esta vez, Cruz, de 29 años, salió del hospital como parte de un vasto proyecto de investigación que intenta utilizar los avances de la inteligencia artificial para hacer algo que ha eludido a los psiquiatras durante siglos: predecir quién es probable que intente suicidarse y cuándo es probable que lo haga, para luego intervenir.
En su muñeca llevaba una pulsera electrónica Fitbit, programada para registrar su sueño y su actividad física. En su celular, una aplicación recogía datos sobre su estado de ánimo, sus movimientos y sus interacciones sociales. Cada dispositivo proporcionaba un flujo continuo de información a un equipo de investigadores del piso doce del edificio William James, que alberga el departamento de Psicología de la Universidad de Harvard.
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