Tristeza, desolación, maquinarias paradas, una que otra mata amarillenta, tratando de sobrevivir entre cientos de hectáreas chamuscadas de las que fueron las grandes plantaciones de naranjas, eso es lo que predomina en la zona campesina de Nirgua, en el estado Yaracuy.
Por Corresponsalía
Y es que, el estado que en algún momento llegó a producir más de la mitad de las naranjas que se consumían en el país, fue devastado por el inclemente dragón amarillo y por la desidia gubernamental del chavismo.
Del paisaje que podía divisarse desde la carretera Panamericana, conformado por miles de árboles de naranjos alineados casi perfectamente, digno de una postal, ahora en estas tierras yaracuyanas solo queda la sombra de lo que fue un pasado fructífero y próspero.
La llegada de la muerte regresiva
El dragón amarillo o del Huanglongbing (HLB) es una enfermedad que atacó ferozmente las plantaciones de cítricos de Venezuela y varias partes del mundo.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), la enfermedad se registró por primera vez al sur de China, en 1919. Es conocida como Greening en Suráfrica, Dieback (muerte regresiva) en India o Chlorosis en Java. En Venezuela, la Federación Nacional de Fruticultores (Fenerafrut) tiene reportes de la enfermedad desde 2006.
Los árboles infectados se van poniendo amarillos, producen frutos deficientes en talla, el peso, dulzor y jugo y finalmente mueren.
“Desde la tristeza, en la década de los 80, no habíamos visto una enfermedad tan devastadora”, recuerda Florencio Hernández, campesino del municipio Nirgua, quien se ha dedicado por casi medio siglo a las labores del campo.
Recordó que la plaga de la tristeza mató 95 % de las plantaciones del país, y “unas 40 hectáreas entre Carabobo y Yaracuy”, dijo.
La depresión del campo
Arturo Piña tiene 81 años de edad, nació en el campo, por décadas ha sido su fuente de trabajo, el sustento de su familia y además generaba empleos directos e indirectos. Fue uno de los más grandes productores de cítrico en la zona.
Hoy solo quedan los recuerdos, de 100 hectáreas que en algún tiempo fueron imponentes naranjales, actualmente quedan decenas de matas abatidas por el dragón, en una zona conocida como Buenos Aires, un lugar montañoso, a unos 45 minutos de la entrada principal de Nirgua.
Piña amablemente recibió al equipo de La Patilla para hacer un recorrido por esta zona, en donde por décadas se sembraron naranjas. La carretera luce completamente abandonada, es casi impenetrable, lo único que ha hecho el gobierno por estos lados es una pequeña batea de cemento, y un intento de puente sobre una quebrada que solo llegó a su cuarta parte de su construcción, de resto por ahí los rojos ni se asoman, aseguran los lugareños.
De lado y lado se observan naranjales secos, cubiertos por la tiña, unos pocos dejan ver aún sus frutos, evidentemente enfermos, pequeños, de un aspecto y color no habitual. “Esos están enfermos”, aseguró Piña a simple vista, con la sabiduría que le dan los años dedicados a la agricultura.
En algunos lotes de sus tierras se observan solo unos troncos y a sus lados crecen plantas de plátano, maíz y ají dulce. “Por allá tengo pensado hacer unos potreros, algo tenemos que hacer para vivir, para que no nos consuma la tristeza, tenemos compañeros que han entrado en depresión”, relata resignado a que los cítricos, por lo menos en lo que le resta de vida, no los volverá a ver crecer en sus predios.
Yaracuy llegó a producir 60 % de la naranja que se consumía en el país
Rafael Cabrera, presidente de la Asociación de Fruticultores de Yaracuy, en el 2020 anunció que de las 35 mil hectáreas sembradas de cítricos en todo el territorio nacional, no quedaba más de un 5% de plantación. Se calcula que Yaracuy llegó a producir poco más de la mitad de los cítricos del país.
Los citricultores Florencio y Eutimio Hernández, estiman que en Yaracuy se han perdido casi todas las plantaciones, pero dice que el Estado no ofrece cifras oficiales, “no hay estadísticas en muchos años”, subrayó. Pero de lo que sí hay certeza es que este estado llegó a producir el 60 % de la naranja que se consumía en Venezuela y actualmente se ha perdido más del 95% “por no decir que se perdió todo”.
Yaracuy, según cuentan estos campesinos, tenía tres fuertes en el campo agrícola: cuatro centrales azucareros, la ganadería y la citricultura. “Pese a ser tan pequeño, tenía una producción de tercero a cuarto a nivel nacional, la ganadería la mató la importación, los centrales azucareros ya sabemos qué pasó y bueno llegó el dragón. La agricultura pasó a no ser agricultura”, expresó Florencio.
“Nos cayeron dos plagas”
Estos hermanos, ambos octogenarios, que han dedicado la mitad de sus vidas al campo, señalan que quizás si el Estado hubiese divulgado a tiempo el problema que les veía con el HLB se hubiesen preparado para hacerle frente a la enfermedad como hicieron otros países como Brasil.
Rememoran que durante la plaga de la tristeza existían instituciones especializadas en tema agrícola tanto públicas como privadas, que detectaron a tiempo la plaga y crearon patrones resistentes, que sobrevivieron a la enfermedad y muchos de ellos persistieron hasta la llegada de HLB, “el dragón no tiene nombre”, lamenta Florencio.
Dicen que para el 2012 en Yaracuy los citricultores empezaron a sospechar que había algunas plantaciones con síntoma, pero los organismos del Estado se limitaban a decir que quizá era el abono u otra cosa, pero no daban un diagnóstico preciso, no fue sino hasta 2017 y 2018 cuando la presencia del fatal virus era indudable.
“El gobierno había eliminado prácticamente todos los centros de investigación, empezaron a faltar insumos, los técnicos se fueron del país, se eliminaron las líneas de crédito, el campo empezó a decaer”, explicó Florencio Hernández.
Comentó que cuando lo descubrieron, hubo silencio por parte de las autoridades gubernamentales por mucho tiempo y cuando lo dijeron ya era tarde.
“Ya no había nada que hacer, es como el cáncer en el humano, dependiendo de dónde ataca, cuando se descubre que lo tienes, la mayoría de las veces es tarde, y en este caso fue así. Además que no había insumos, y no los hay todavía, no hay personal técnico calificado, tampoco hay patrones que se pueden decir que son resistentes a esta enfermedad. Nos cayeron dos plagas juntas”, reflexionó.
Un futuro incierto
Para estos agricultores el futuro de los cítricos en el país es incierto, ya que aseguran que el Estado no ha hecho lo suficiente para levantar la producción.
Primero necesitan que vuelvan a activarse los centros de investigación, recuperar la mano de obra calificada, que los especialistas visiten los campos y lo más importante que vuelvan a ser beneficiados con financiamiento porque los citricultores perdieron todo.
Por ahora en Venezuela no hay un plan efectivo para controlar esta plaga, han sido los mismos productores quienes se han enfocado en buscarle una solución y una alternativa para seguir viviendo o sobreviviendo del campo.
“Se deben necesitar 20 años para volverse a levantar los cítricos, ya nosotros no volveremos a ver esto, serán las nuevas generaciones”, comentan finalmente resignados a que el verdor de sus naranjales, el dulzor de sus frutos, la prosperidad que estos trajeron para ellos, sus familias y trabajadores, solo quedarán en sus memorias.