Piensa en Marilyn Monroe, y ciertas imágenes vendrán a tu mente instantáneamente: los labios rojos, ligeramente separados; los ojos soñolientos de sirena; el cabello rubio platinado; y esa voz, entrecortada, como si acabara de despertarse y no pudiera esperar a que te unas a ella en la cama.
Por BBC
Su amigo el escritor Truman Capote la describió como una “explosión sexual de platino”.
Marilyn evoca sexo y, simultáneamente, miseria, gracias a la forma en que se ha analizado detenidamente su problemática vida personal.
Desde su muerte por una sobredosis de barbitúricos en 1962, lo que la convirtió en un ícono también ha llevado a la gente a deshumanizarla una y otra vez.
Y con la última película sobre la estrella de cine, la adaptación de Andrew Dominik de la novela Blonde (2000) de Joyce Carol Oates, su legado ha vuelto a degradarse.
El libro ganador del premio Pulitzer de Oates es una ficción de la vida de Marilyn, narrada desde el punto de vista de una mujer profundamente traumatizada y solitaria, enamorada de las películas y la idea del amor, pero desesperadamente lisiada con problemas paternales que infectan cada relación que tiene.
Una versión anterior
La de Dominik no es la primera adaptación cinematográfica del libro de Oates.
En 2001, Joyce Chopra dirigió una película para televisión protagonizada por Poppy Montgomery, también titulada Blonde, que canaliza la crueldad de la vida de Marilyn sin la frialdad quirúrgica del filme de Dominik.
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