Un día en 1972 en Woodmen Valley, un lugar lleno de bosques y tierras de cultivo entre empinadas colinas y mesetas en Colorado, EE.UU., una pareja sale de su casa por la puerta que da al patio trasero.
Por BBC
Donald, de 27 años, con ojos profundos, la cabeza afeitada y el comienzo de una barba desaliñada, va con su adorada hermana Mary, de 7 años, cabello rubio y nariz de botón.
La escena es idílica: el patio huele a pino dulce, fresco y terroso, los pájaros vuelan sobre el jardín de rocas mientras la mascota de la familia, un azor llamado Atholl, hace guardia.
Aunque su hermano es mayor, es Mary la que lo va llevando hacia la cima de una colina, pues tiene un plan: quemarlo en la hoguera como hacen con los herejes en las películas que ve su mamá.
Le había propuesto que hicieran un columpio en la rama de un árbol, para lo que necesitaban una cuerda, pero una vez escogieron uno de los pinos más altos, le dice a Donald que lo que quiere es atarlo al árbol; él accede sin problema, ella trae leña y la deja caer a sus pies descalzos.
Fue la misma Mary, después llamada Lindsay, quien, casi medio siglo más tarde, le contó lo que ocurrió ese día al periodista y autor Robert Kolker.
Con su hermana Margaret le habían pedido que las ayudara a relatar lo que les pasó y a averiguar qué pasó con todo eso que pasó.
Le habían abierto la puerta al mundo de una familia que, por un tiempo, fue el retrato perfecto del sueño americano de posguerra, nada menos que con un veterano de la Segunda Guerra Mundial a la cabeza y una madre que horneaba pasteles y confeccionaba la ropa para sus 10 apuestos hijos y 2 hermosas niñas.
Pero nada era lo que aparentaba, ni siquiera esa historia de Mary.
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