A una semana del deslave que mató a decenas de personas y dejó varios desaparecidos en Las Tejerías, el venezolano José Pérez, como muchos de sus vecinos, lo perdió todo. Y aunque sigue llegando alguna ayuda al devastado sitio, todavía no tiene una cama para dormir.
Por Nicole Kolster / vozdeamerica.com
“Duermo en el suelo, arrimado, no tenemos ni cama”, dijo Pérez, de 60 años.
Pasó de tener “dos ranchitos”, como en Venezuela se llama a las casas pobres de ladrillo expuesto y techo de zinc, a quedarse “sin nada, sin vivienda, sin corotos (enseres)”, narró el venezolano a la Voz de América.
Es el caso de miles en este lugar.
“Estoy arrimada en casa de un compadre”, comenta Sofía Bello, una anciana que llevó a su nieto a una jornada de vacunación contra la difteria.
El gobierno venezolano ha habilitado refugios. Pero algunos como José prefieren pasar la noche donde un familiar y en el día regresar al lodazal, ver sus terrenos o saber de sus vecinos desaparecidos.
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José pasa ratos parado cerca del lugar donde estaba su casa y ahora hay solo piedras, ramas y escombros. Al frente quedó una iglesia destruida.
“Al pastor de aquí no lo han conseguido todavía, un niño de 7 añitos, y una niña también están desaparecidos”, comenta. “Hay mucha gente muerta, enterrada todavía”.
El gobierno contabiliza unos 10 desaparecidos.
De esta iglesia evangélica solo queda en pie un letrero: “El que encubre sus pecados no prosperará; más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”.
Muchos, en este pueblo bastante religioso, lo toman como un mensaje.
“Venga para que mire algo sorprendente”, insiste un miliciano, que estaba sentado en una piedra. El lugar está todo en ruinas excepto un poste con un letrero, que el miliciano señala: “cristo viene”. También muestra una débil planta de lechosa, con frutos, que resistió el alud que se llevó casas completas.
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“De todo el mundo nos han venido a ayudar”
Por una polvorienta carretera rasgada, Amarilis Godoy, de 52 años, camina cargando una pesada bolsa de alimentos que fue donada. Vive en una zona aislada.
“De todo el mundo nos han venido a ayudar, vienen de todos lados (…) no solo el gobierno”, dice la mujer que lleva arroz, pasta, atún, papel y otros productos. “Hay un poquito de todo”.
Una niña, de 16 años, se ayuda de una carreta para trasladar los alimentos.
La escena se repite a lo largo de esta áspera vía, en Los Angelinos, un sector inhóspito que colinda con la quebrada que se desbordó y arrastró casas y comercios.
“Venimos del (estado de) Guárico”, dicen unos voluntarios que recorren cansados esta zona, van a pie cargados de enseres. No llegan carros, solo motos.
“¡Estamos botados por aquí, y ahora es que nos falta!”, dice otra enfermera, vestida de azul, que va enrumbada a prestar ayuda a estas zonas aisladas.
En el camino, hay muchas jornadas de vacunación. También lugares de repartición de ropa.
Desde helicópteros, militares lanzan cajas de comida con pequeños paracaídas para atender a los residentes de estos lugares inhóspitos.