Fue un crimen de guerra. Una trampa tendida por los nazis a los aliados. Como el crimen fue cometido por los británicos, quedó casi en el olvido. O, peor aún, tapado por la nebulosa del desconocimiento. Más de siete mil quinientos seres humanos, internados en el campo de concentración alemán de Neuengamme, murieron en las aguas del Mar del Norte, bombardeados por aviones de la Real Fuerza Aérea (RAF) británica.
Por infobae.com
Esta es la historia de una de las mayores tragedias de la Segunda Guerra, que poco se conoce y de la que casi nadie habla. A mediados de abril de 1945, con la guerra perdida, Berlín bajo fuego del Ejército Rojo y con los aliados que avanzaban por el oeste hacia la capital del Reich derrotado, Heinrich Himmler, jefe de las SS y responsable de los campos de concentración nazis en toda Europa, dio instrucciones para que los comandantes de los campos de exterminio que no habían sido liberados aún por los aliados, no permitieran que ninguno de los prisioneros nazis cayera en manos aliadas y revelara la brutal realidad que ya era inocultable: los prisioneros tenían que ser evacuados, o asesinados, y los campos desmantelados.
Hamburgo fue una de las primeras ciudades alemanas en rendirse a las fuerzas aliadas. Un logro de su jefe nazi, Karl Kaufmann, que se había hecho rico apropiándose de las riquezas de los judíos deportados y que eludió con habilidad una condena a muerte en los juicios que se siguieron luego de la guerra a los criminales nazis. En su favor, argumentó su rápida predisposición a rendir Hamburgo a las tropas británicas.
En Hamburgo funcionaba el campo de concentración Hamburg-Neuengamme, conocido por su último nombre. Había empezado a funcionar en 1940 y contaba con una instalación central y varios campos satélites, un poco a la medida en menor escala del centro de exterminio de Auschwitz. Kaufmann y el jefe supremo de las SS en la zona del Mar del Norte, el conde Georg Henning von Bassewitz-Behr, quisieron asegurarse de que las tropas británicas, ante las que iban a rendirse, no fuesen testigos de los crímenes de guerra cometidos apenas a veinticinco kilómetros de Hamburgo. Decidieron evacuar el campo de Neuengamme, sólo que no tenían adónde llevar a los presos que habían sobrevivido al exterminio.
Kaufmann propuso entonces alojarlos en un barco. Podía hacerlo: era la autoridad del Reich, que estaba a punto de dejar de existir, en las aguas del Mar del Norte. Requisó entonces tres buques anclados en la Bahía de Lübeck, no muy lejos de Hamburgo y frente a las costas danesas. Entre el 21 y el 26 de abril, nueve mil prisioneros fueron enviados a Lübeck en camiones y trenes, o en una larga y mortal marcha a pie en la que los más débiles eran asesinados de un balazo en la nuca a la vera del camino, todo bajo el comando del SS Christoph Gehrig, que había sido el jefe de la administración de Neuengamme. Una vez allí, fueron embarcados en los buques “Thielbek”, “Athen”, que los llevaron a abordar el otrora lujoso crucero “SS Cap Arcona”.
Por qué hicieron eso los nazis, es un misterio todavía no resuelto. Es probable que hubiesen planeado hundir los barcos con todos sus ocupantes a bordo. También es posible que Himmler buscara usar a los prisioneros como prenda de canje en una negociación por separado con los aliados occidentales, ante el terror generalizado de jerarcas y tropas del Reich de caer en manos soviéticas. Tal vez no tenían idea de qué hacer con esa carga humana. Lo cierto es que en los días finales del Reich, en medio de la desesperación y ante la inminencia de la derrota, los nazis inauguraron una nueva clase de centros de exterminio: los campos de concentración flotantes.
La idea del exterminio no estaba lejos de los SS. El capitán del “Cap Arcona”, Heinrich Bertram, se negó a aceptar a los prisioneros a bordo de su buque, pero Gehrig le apuntó con su pistola a la cabeza y le dijo que iba a dispararle si no lo hacía.
El “SS Cap Arcona” había sido un transatlántico alemán de lujo que operó durante años la ruta Hamburgo-Río de Janeiro. Había sido construido en los astilleros Blohm / Voss, de Hamburgo, y botado el 14 de mayo de 1927. Era un vapor rápido de 27.572 toneladas de carga y la nave insignia del almirante de la flota de transatlánticos de la HSDG (Hamburg Süsamerikanische Dampfschiffahrts Gesellschaft) Era una joya: esbelto, lujoso veloz, con sus tres chimeneas pintadas de rojo y blanco, y una silueta semejante al RMS Queen Mary. También era un cachetazo alemán en pleno Mar del Norte al recuerdo del Titanic y su mal destino. En su interior brillaban los muebles de madera, los camarotes victorianos, su jardín de invierno, su gimnasio y hasta una cancha de tenis.
En 1933, era el orgullo del Tercer Reich y viajaba por los mares del mundo con la bandera nazi en la popa. Días antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, pasó a formar parte del servicio de guerra del Reich y luego de la invasión de Adolf Hitler a Polonia, fue amarrado en el puerto de Danzig y usado como vivienda flotante para los marinos nazis.
Cuando la suerte de la guerra cambió para Alemania, y ante el avance de las tropas soviéticas hacia Berlín, el buque fue destinado a cubrir el tramo Danzig-Copenhague para transportar a soldados heridos. Sus motores dijeron basta en una de esas travesías, fue remolcado a un astillero danés, reparado y enviado a Alemania. Ancló en la Bahía de Lübeck, un puerto alemán del Báltico, cuando ya quedaba poco de su pasada gloria: estaba casi inservible.
A esa ruina llegaron los presos del campo de concentración de Neuengamme, llevados desde la costa por el “Thielbek” y el “Athen”. Subieron a bordo seis mil quinientos deportados y seiscientos guardias de las SS. Los prisioneros habían pasado de los alambres de púas, el barro y la mugre del campo, a los salones victorianos, las alfombras persas y el lujo del transatlántico. Todo duró nada. Fueron encerrados a razón de veinte por camarote, de los que los nazis habían quitado el lujoso mobiliario pero habían dejado las alfombras y los cuadros en las paredes.
El lujoso Cap Arcona se transformó con rapidez en un infierno. No había ni comida, ni bebida, ni medicamentos para aquellos espectros flacos, enfermos y debilitados. Cada día una lancha acercaba agua potable, destinada en su mayor parte a los SS. Uno de los prisioneros, Rudi Goguel, recordaría luego: “Los cuerpos se amontonaban en cubierta. Morían entre treinta y cincuenta personas por día. Los enfermos eran enviados a la bodega, sin medicamentos ni ayuda humanitaria de ningún tipo. Nadie vaciaba las letrinas del barco, el olor era insoportable”. El testimonio, citado en “Eight Days in May, – How Germany’s War Ended Ocho días de Mayo, Cómo terminó la guerra en Alemania”, de Volker Ullrich, indica que, como la llegada de los prisioneros de Neuengamme era incesante, dos mil fueron enviados del “Cap Arcona” al “Thielbek” y otros dos mil ochocientos recién llegados fueron encerrados en el “Athen”, ambos anclados ahora cerca del SS Cap Arcona.
Los tres barcos alemanes anclados en la Bahía de Lübeck no pasaron inadvertidos para los aviones de reconocimiento británicos. La información de la Cruz Roja Sueca que aseguraba que esos tres barcos llevaban a bordo cerca de nueve mil prisioneros de los nazis, no llegó a tiempo a los aliados, o se envió cuando ya era tarde, o se envió a tiempo y no fue tenida en cuenta. ¿Cómo sabía la Cruz Roja sueca lo de los prisioneros? Porque había llegado a un acuerdo con los nazis para que facilitaran el rescate de los presos franceses. Los nazis aceptaron porque pensaron que su clemencia se vería recompensada a la hora de las sanciones que les impondrían los vencedores.
Aquellas eran horas de desesperación. Algunos presos aprendieron algunas palabras en francés para tratar de engañar a los SS, pero fueron fusilados en el acto al ser descubiertos. En total, unos dos mil franceses lograron dejar el “SS Cap Arcona” y el “Thielbek”, enviados a Suecia y hospitalizados en la tarde del 30 de abril: Hitler ya se había pegado un tiro en la cabeza en su bunker de la Cancillería y la guerra estaba a punto de terminar.
También se enteraron de la muerte de Hitler los fantasmales pasajeros de los buques alemanes anclados en Lübeck, mientras llegaban a bordo otro medio millar de deportados, mujeres y chicos, de los campos de concentración de Stutthof, cerca de Danzig. El 3 de mayo, dos submarinos alemanes maniobraron en la bahía con el probable propósito de disparar sus torpedos contra los tres buques cargados de prisioneros. No lo hicieron porque se vieron envueltos en una batalla que, en la costa, libraban los tanques británicos contra lo que quedaba de las fuerzas nazis.
A la mañana de ese día, un avión inglés había hecho un reconocimiento sobre la bahía. Los prisioneros hicieron señas con las manos al piloto que, para eludir los disparos de las baterías aéreas alemanas, trepó a diez mil metros de altura sin poder identificar a quienes estaban a bordo. Al mediodía, dos oficiales británicos se presentaron en la Cruz Roja sueca para pedir informes sobre esos tres misteriosos barcos.
Los británicos sospechaban, o dijeron luego haber sospechado, que en esos buques huía de Alemania el almirante Karl Dönitz, nombrado por Hitler como su sucesor, y la plana mayor de las fuerzas armadas nazis, para seguir la lucha desde Noruega o Dinamarca. De manera que lanzaron una ofensiva aérea contra las tres naves alemanas. El informe de los dos oficiales, con los datos aportados por la Cruz Roja sueca, es el que nunca llegó a tiempo, o llegó y no fue tenido en cuenta.
A las dos y media de la tarde del 3 de mayo, cuatro escuadras de cazabombarderos Typhoon de la Segunda Fuerza Aérea Táctica británica atacaron a los barcos alemanes. Los nazis habían colocado banderas blancas, pero mantuvieron enarbolada la bandera con la cruz esvástica. Varias bombas dieron en los tres barcos, que también fueron ametrallados por los aviones británicos. Herido de muerte, el “SS Cap Arcona” se incendió, se inclinó hacia un costado y empezó a hundirse. El capitán Bertram dejó el puente de mando, se abrió paso entre los prisioneros a golpes de sable y abandonó el barco. La mayoría de los SS ocupó los pocos botes salvavidas que no habían sido dañados por el bombardeo y huyeron hacia la costa. Los que quedaron a bordo ametrallaron a los prisioneros.
Uno de los sobrevivientes de aquella locura fue Erwin Geschonneck, un actor, miembro del Partido Comunista alemán que, luego de la guerra, sería famoso como miembro del Bertolt Brecht Berliner Ensemble: “Varias bombas dieron en el medio del barco que enseguida se llenó de humo. Entre los gritos de los heridos, muchos se lanzaron a las escaleras, ganados por el pánico. Muchos otros cayeron y murieron aplastados”.
En el “Thielbek”, que se hundió en minutos, los prisioneros tuvieron pocas chances de sobrevivir porque todos los SS y marineros alemanes habían copado los botes salvavidas que todavía estaban en condiciones de navegar, y se habían apoderado de todos los chalecos salvavidas. Cerca de siete mil seiscientas personas, según los cálculos más piadosos, murieron quemadas, ahogadas o matadas por las tropas alemanas. Se presume que las víctimas fueron muchas más. De hecho, de todos los embarcados en los tres buques alemanes, sobrevivieron cuatrocientas cincuenta personas, entre ellas el actor Geschonneck, que, en vez de intentar nadar hacia la costa, lo hizo de regreso hacia los restos del naufragio y, con otros sobrevivientes, permaneció acurrucado entre maderos flotantes hasta que fue rescatado por los británicos.
Ningún gobierno británico se refirió nunca a los muertos en la Bahía de Lübeck, que fueron enterrados en fosas comunes a lo largo de la playa entre la bahía y Pelzerhaken. Los supervivientes hicieron construir un monumento en el que sólo se lee: “A la memoria eterna de los deportados del campo de concentración de Neuengamme. Murieron durante el naufragio del Cap Arcona el 3 de mayo de 1945?. Hubo sí una breve explicación de las autoridades británicas de la época que señaló que una flotilla militar alemana, anclada junto al “SS Cap Arcona”, les había hecho sospechar que el barco estaba ocupado por altos jerarcas nazis. En 2000, el historiador alemán Wilhelm Lange afirmó que los británicos sabían de la existencia de esos “barcos prisiones” un día antes del bombardeo. La gran tragedia de Lübeck es considerada todavía como un crimen de guerra.
El “SS Cap Arcona”, encallado, fue desmantelado por buceadores en 1950 y reducido a chatarra. Cuatro años después de la tragedia, el “Thielbek” fue reflotado, reparado y puesto en servicio bajo otro nombre, “Reinbek”.
Hasta 1971, el Mar Báltico arrojó restos humanos a las playas de la Bahía de Lübeck.