La Cosiata fue el nombre que se le dio al primer acto del movimiento separatista, liderizado por el General José Antonio Páez en Valencia en 1826, de la recién nacida República de Colombia (Gran Colombia), promovida por Bolívar y fundada en el Congreso de Angostura en 1821.
Su lectura es nuevamente oportuna a raíz del nuevo y radical cambio de las relaciones colombo venezolanas que se produjeron tras la elección de Gustavo Petro a la presidencia del vecino país, y su cercanía ideológica con el gobierno de Maduro que, coincidentemente, tuvieron su primera reunión en Miraflores esta semana.
Las relaciones entre Colombia y Venezuela dada su cercanía sufrieron un continuo devenir entre acercamientos y distanciamientos, desde la creación de la República de Colombia. Tuvimos momentos de entendimiento con motivo de la aprobación, después de casi 60 años de negociaciones, de la demarcación de la frontera colombo-venezolana (1881-1938), con la firma del Tratado López de Mesa-Gil Borges de 1941 que puso punto final a este largo proceso.
Igualmente lo fue en 1973 con la incorporación de Venezuela al Pacto Subregional Andino. En contraste, las desavenencias se hicieron álgidas con la separación y creación de la República de Venezuela en 1830 y en el desafortunado incidente de la Corbeta Caldas, en 1987, durante los regímenes de Jaime Lusinchi y Virgilio Barco, que por poco nos lleva a la guerra entre países hermanos.
Tiene relevancia, nuevamente, la lectura de la Cosiata para entender cómo y por qué fueron antagónicas las relaciones entre colombianos y venezolanos, desde el principio de su asociación en la primera república de Colombia.
Una vez alcanzada la Independencia surge el movimiento separatista, desde ambas naciones, neogranadinos y venezolanos, incentivado, motivado y fomentado por la rivalidad y desconfianza, que usualmente existe entre los habitantes de poblaciones vecinas. Claro ejemplo, es la historia de las naciones europeas. El libro del profesor Pino documenta múltiples ejemplos de esta rivalidad: Decía Bolívar: “Venezuela no gusta de Cundinamarca; Cundinamarca sufre de los desórdenes de Venezuela” (p. 159). Santander, por su parte sostenía que: “Abusando de la imprenta han desacreditado la Constitución y atacado la unión de Venezuela y Nueva Granada, han proferido especies odiosas contra la residencia del Gobierno de Bogotá, han ridiculizado ignominiosamente al Congreso y al Ejecutivo…” (p 66). Los amigos de Santander hablan del “Club de Caracas de tendencias subversivas.” (p. 68). Los venezolanos llaman a Santa Fe de Bogotá “La Nueva Madrid.”(p.124). Dice un diputado: “El carácter del venezolano y el granadino es diferente. Para aquel vivo y fogoso, parece adecuada la democracia; para este, lento y tardío, un gobierno que tenga más suma de energía.” (p.104). Eventualmente “los problemas se multiplican cuando los localismos y resentimientos de clase se agrupan en banderas que llegan a ser irreconciliables.” (p 157).
Hoy en día, se volteó la moneda y se escribe un nuevo capítulo en la historia patria, con la estampida migratoria de más de 2.500.000 venezolanos a Colombia. Dicho esto, tenemos que recordar, que, en el periodo de las vacas gordas y el auge de la guerrilla colombiana en la frontera, en los años ochenta, en Venezuela residían más de 2.200.000 personas nacidas en Colombia.
En esta nueva hora, de profundas dificultades e incertidumbres políticas y económicas, se está escribiendo una nueva página en las relaciones entre los dos pueblos. Cualquiera que sea el destino, un cosa es segura, con la emigración masiva criolla a Colombia permitirá que muchos venezolanos conozcan, de primera mano, a los colombianos, y viceversa, como lo hicieron en su momento los colombianos residentes en Venezuela, De esta forma los ciudadanos de ambos países no seguirán albergando diferencias imaginarias, que desde su inicio existieron, sustentadas por la distancia y el desconocimiento.