Era una gran estrella de Hollywood. Tal vez el más taquillero de esos años. Murió muy joven, a los 50, en Ciudad Juárez. Estaba muy enfermo. Sin embargo a cargo de su tratamiento no estaba un oncólogo reconocido. Ni siquiera un médico. Un odontólogo al que le habían retirado la licencia por múltiples denuncias de mala praxis. Steve McQueen fue otra celebridad inmensa que murió con una atención médica muy por debajo de sus posibilidades. Antes había tenido una vida dura, una carrera sorprendente con un tardío pero descomunal éxito, grandes amores, polémicas y un aire de violencia que lo seguía dentro y fuera de la pantalla.
Por infobae.com
La infancia de Steve
Su padre, un aviador acrobático, lo abandonó a los pocos meses de nacer. Su madre era una adolescente que había incursionado en la prostitución y con problemas de alcoholismo, a la que el bebé (y el tener que criarlo en soledad) terminó de desequilibrar. No pudo con la nueva situación. Dejó a su hijo con un tío adinerado y se marchó. Esa madre con los años, en un movimiento pendular, se acercó y se alejó de su hijo casi arbitrariamente. Ese vaivén entre el desamparo y los periodos de ilusión generados por los fugaces acercamientos dañaron al joven Steve. También los desencuentros con las diferentes parejas de su madre, hombres habituados a ejercer el maltrato y la violencia.
“Me fui de casa a los 15 pero en realidad nunca había tenido un hogar, una familia. No tuve educación. Vengo de un mundo crudo, casi salvaje”. Así se presentaba. Así recordaba sus orígenes. Lo salvaje, la rabia, una fuerza interna incontrolable aparecía en su movimientos. Ese halo no lo abandonaría jamás.
Desde muy chico entendió que debía ganarse la vida. Trabajó en barcos, circos, como obrero. También delinquió. Varias veces fue detenido y hasta pasó varias temporadas en un instituto para menores en California al que volvió en algunas oportunidades luego de su consagración para brindar charlas.
Después de tres años como marine, desembarcó en Nueva York. Otra vez trabajos múltiples y mal pagos mientras estudiaba entre otros con Stella Adler. Algunas apariciones insignificantes en Broadway mientras trataba de hacerse camino. Conoció a Neile Adams, una actriz a la que le iba mejor que a él –no era demasiado difícil- y se casaron. Tuvieron dos hijos. El matrimonio se estiró hasta 1972 pero Neile en muy pocos momento fue feliz. Hizo todo lo posible para que él tuviera sus posibilidades y para perdonar sus infidelidades, desapariciones prolongadas y hasta sus golpes.
Unos años después viajaron a Hollywood. En 1959 consiguió su primer protagónico en televisión, en la serie Wanted: Dead or Alive. Ya había dejado de llamarse Terrence Stephen McQueen. Ya era Steve McQueen. Tenía casi treinta años y su vida iba a cambiar para siempre.
La consagración de McQueen
Sinatra lo eligió para acompañarlo en una película y luego tuvo su primera gran chance con Los Siete Magníficos. Se suponía que la estrella era Yul Brynner pero Steve no desaprovechó la ocasión e hizo todo por opacarlo y hacerse notar. Lo consiguió. Brynner no se lo tomó demasiado bien. Ese fue el primer encontronazo que tuvo con un colega, director o productor. Luego esos inconvenientes, esas peleas se transformarían en algo habitual. Pocas veces aceptaba opiniones que no fueran las suyas y buscaba meter mano a guiones y puestas en escena, la gran mayoría no para profundizar en la historia sino para realzar su protagonismo. Al fin y al cabo eso era su principal combustible.
A partir de ahí la consagración. Fue jugador de poker, soldado, cowboy, policía, recluso. Papeles de gente que vivía en la cornisa, como él mismo. Posiblemente haya sido el primer actor de acción proveniente del Método. Sus personajes muchas veces compartían con él las tormentas interiores, un pasado tenebroso y un presente incómodo, siempre al borde del abismo.
Su carrera siempre fue entrar y salir de estos personajes y películas. Buscar sobresalir, superar en fama y dinero a sus colegas pero también demostrar que era capaz de otras cosas. Por el Ibsen del final o Thomas Crown, ese improbable ladrón de guante blanco. Tuvo muchos éxitos: Cincinatti Kid, Los Siete Magníficos, El Gran Escape, Bullit, Papillon, Infierno en la Torre, La Fuga.
En 1974, luego de una serie de éxitos, y de forjar una figura fuera de la pantalla, se convirtió en el actor mejor pago de Hollywood. Era el más buscado y deseado. Era también la imagen de la masculinidad. Lo llamaban El Rey del Cool, difícil encontrar a alguien con más onda. El hombre al que todos los heterosexuales deseaban copiar y el resto de la humanidad, conquistar. Las poleras, la mirada teledirigida, la pose recia, los autos, los relojes, el cigarrillo haciendo equilibrio entre los labios y las mujeres más hermosas a su lado, casi como objetos decorativos, como propiedad, dando la impresión que lo que correspondía eran las relaciones asimétricas, donde el poder sólo residía en el hombre. Era un postulado de época, que Steve McQueen (sus fotos, sus perfiles periodísticos, sus películas) corporizó.
Su belleza física era impactante. El físico trabajado y armónico, la mirada azul, los rasgos simétricos, la reciedumbre implacable. Se movía con seguridad, nadie imaginaba a Steve McQueen pidiendo permiso. Como un mero ejemplo de cuál era su lugar en el mundo en esa primera mitad de los setenta basta con buscar la letra de Star Star (originalmente se llamaba Starfucker), la canción que los Rolling Stones incluyeron en su disco Goats Head Soup. El tema habla de una groupie (o de Carly Simon, según otros) y cuenta que la protagonista le practicó sexo oral a Steve McQueen y Ali McGraw se enfureció con ella. Una historia, al menos, verosímil. En otra parte de la letra se dice que la protagonista no va a parar hasta acostarse con John Wayne. El legendario cowboy no dio su consentimiento para aparecer en la canción; en cambio, Steve McQueen se mostró encantado con la referencia.
McQueen, violento
Sus conquistas fueron múltiples; y la mayoría de las veces simultáneas. Se le adjudicaron romances con cada una de las actrices con las que les tocó actuar. Su primera esposa fue Neile Adams, alguien vital en su carrera. La que confió en él, lo mantuvo cuando no conseguía trabajo como actor. Los testigos y ella mismo han narrado situaciones de maltrato y de violencia doméstica. Ataques de ira del actor que terminaban en gritos y golpes. Él, sin importarle sus propias y constantes aventuras extramatrimoniales, la celaba sin descanso. En el final de la relación la interrogó sobre si había sido infiel, ella lo negó pero ante la insistencia admitió que lo había sido una vez con Maximilian Shell. McQueen obtuvo la confesión apoyando un arma en la sien de su esposa. Luego le dio una paliza salvaje.
En el rodaje de La Fuga conoció a Ali Mac Graw. Ella era la actriz del momento. Venía de impactar con Love Story. Su belleza también era abrumadora. Era la esposa de uno de los hombres más poderosos de Hollywood, Robert Evans. Pero McQueen era irresistible. Se convirtieron en la pareja top del mundo del espectáculo. Difícil pensar otra pareja igual. Pero eso era solo para las revistas. En la intimidad los problemas surgieron rápido. McQueen como si no hubiese conocido a Ali actuando, como si ella no fuera antes del encuentro una de las actrices más buscadas del momento, le exigió que dejara de actuar. Era una mujer y debía permanecer en su casa. No estar expuesta a las tentaciones. Naturalmente, las mismas reglas no corrían para él que continuaba con su raid seductor.
“No hubo ni un sólo día en nuestra relación que él no estuviera bajo el efecto de las drogas”, contó Mac Graw muchos años después. Sin embargo la atracción permanecía y la esa conjugación entre dureza y desamparo en McQueen la seguía imantando. Hubo maltratos, amenazas y golpes. Después de varios años, ella decidió aceptar una oferta de trabajo. Él intentó disuadirla; como no resultó, luego quiso pagarle la misma cifra que ganaría por la película. Como ella seguía determinada a actuar, él la golpeó.
Cada pareja de McQueen relató, años después, alguna situación de violencia. Era una conducta que se repetía.
En 1969, una conquista ocasional e inesperada lo salvó de estar en la casa de Sharon Tate el día en que fue asesinada por el Clan Manson. Ese hecho profundizó su paranoia y a partir de ese momento siempre llevó un arma encima.
Después de La Fuga, vino Infierno en la Torre. Otro suceso. Su salario seguía creciendo. Sin embargo, en ese punto detuvo su carrera. Se involucró todavía más en su pasión por la velocidad comprando y probando diferentes autos y motos de competición y viajando por Estados Unidos. Mientras tanto su relación con Mac Graw se desmoronaba bajo sus modos de tirano. El regreso, cuatro años después, fue desconcertante. Una adaptación de Un Enemigo del Pueblo. Ibsen adaptado por Henry Miller interpretado por un McQueen irreconocible de barba espesa y pelo largo. Quería demostrar que era un actor del Método y abandonar el cine de acción. El proyecto, previsiblemente, fracasó. Antes de que el cáncer ganara la batalla tuvo tiempo para dos películas más: Tom Horn y El Implacable.
Su gran pasión fue la velocidad. Al principio de su carrera como actor, ganaba más dinero en las carreras de motos que en las tablas. Su colección de autos y motos clásicas era vasta y admirada por los especialistas. Cada vez que podía se hacía un lugar para competir, para sentir la velocidad en su cuerpo. Ese era otro problema para los productores. Quería realizar él las escenas de riesgo en las películas. Estaba capacitado, tenía la habilidad pero era un riesgo enorme que ninguna aseguradora iba a permitir. Así, quien lo reemplazaba en las escenas (profusas) con motos o las épicas persecuciones en Bullit y La Fuga era Bud Ekins, un doble de riesgo profesional. La escena en El Gran Escape todavía es considerada como una de las más peligrosas y difíciles alguna vez filmadas. Ekins y McQueen entablaron una amistad que duró hasta la muerte del actor. En varias oportunidades compitieron juntos en diferentes carreras. La relación de amistad entre ellos sirvió de inspiración a Tarantino en Érase una vez en Hollywood.
Como la de todos los actores, su carrera puede contarse no sólo a través de los films que protagonizó, sino también por aquellos que rechazó. La lista de McQueen es profusa y cuenta con varias obras maestras. Cómo no era alguien con una personalidad fácil, sus exigencias y temores disfrazados de bravatas lo dejaron fuera de varios proyectos. Otras veces los productores esquivaban al déspota a pesar de los beneficios que podía traerlo su presencia en la taquilla.
Paul Newman fue una de sus grandes obsesiones. Competía, calladamente, con él. Desde el principio de sus carreras. McQueen no quería quedar a la sombra de él. Pujaban por el título de hombre más sexy vivo. Y muchos de los papeles rechazados por uno eran ofrecidos al otro. Para Butch Cassidy & The Sundance Kid los productores habían pensado en la potente dupla de Paul Newman y Steve McQueen. Pero finalmente el papel de Sundance fue para Robert Redford. McQueen en las negociaciones pretendía cobrar más que Newman (al menos un dólar), aparecer primero en los títulos y hasta modificar el nombre de la película para que su personaje apareciera adelante. Compartieron elenco, poco después, en Infierno a la Torre, un vehículo del Cine Catástrofe, ese género que reino a principios de los setenta que solía amontonar estrellas en sus películas. Steve McQueen, mucho antes del word y sus herramientas para calcular caracteres, contó palabra por palabra del guión y exigió que a su personaje se le agregaran, al menos 12 frases, para tener la misma cantidad de parlamentos que Paul Newman. Además logró modificar la historia original para ser él el último de los dos en aparecer en pantalla.
Francis Ford Coppolla que se había quedado con ganas de tenerlo en La Conversación (por esos años también rechazó Contacto en Francia: “No quiero hacer otra de policías”, dijo), le ofreció el papel del Capitán Willard en Apocalypse Now. Era algo que él estaba esperando. Un gran personaje, una historia densa, de la mano de un director con éxito y prestigio. Pero poco después de aceptar, lo pensó mejor y no le pareció una buena idea dejar a Ali MacGraw tres meses sola (por el mismo motivo rechazó El Exorcista). Sus celos no se lo permitieron. Así que optó por pedir y obtener el papel del Coronel Kurtz (el que finalmente haría Marlon Brando) que sólo le llevaría tres semanas de rodaje. Pero, como se sabe, declinó también de ser Kurz.
También rechazó a Spielberg cuando lo llamó para Encuentros cercanos del Tercer Tipo. Fue la primera opción para Harry el Sucio (Bullit podría haber sido su franquicia pero McQueen no aceptó continuaciones: el papel era demasiado demandante e intenso como para interpretarlo más de una vez, dijo).
En 1978 le descubrieron un tumor en el pulmón. Los tratamientos convencionales disponibles en ese tiempo poco pudieron hacer. Para principios de 1980 las metástasis habían invadido su cuerpo. Hasta que alguien le habló de un nuevo método, de algo oculto y revolucionario que ponía en práctica un doctor en Ciudad Juárez, en México. Hacia allí fue McQueen con su desesperación y sus millones. El doctor William Kelley utilizaba métodos tan poco tradicionales que a su conjunto ni siquiera se lo podía llamar tratamiento médico. Tampoco era oncólogo, ni siquiera era medico recibido. Había sido odontólogo pero unos años antes le habían revocado la licencia por mala praxis. En esas manos puso su final Steve McQueen. El 7 de noviembre de 1980, poco después de cumplir los 50 años, Steve McQueen moría de una ataque cardíaco luego de una intervención quirúrgica en México.
Sus fans alrededor del mundo lloraron su pérdida. Moría en el pináculo de su carrera cuando enloquecía a las más diversas audiencias. Con los años, el velo se fue corriendo y quienes lo conocieron fueron revelando detalles de su vida y completaron la historia. El actor icónico, sabemos ahora, estaba poblado de fantasmas.
Su obra, su imagen en la pantalla, y su imán, perduran.